Cuando en 1986 Felipe González convocó el referéndum OTAN solicité el voto por correo y no me llegó a tiempo. A pesar de que mi partido, el PSOE, votaba a favor, yo estaba en contra y pedí a una persona que había decidido abstenerse que me prestara su voto y votase en contra. Así lo hizo.
Mi postura no era anti-OTAN, ni obviamente pro-Pacto de Varsovia, simplemente pensaba como pensaba la práctica totalidad del PSOE, que en la lucha de bloques España mejor que fuera un país neutral al modo de Suecia o Austria. La razón era pura consecuencia histórica. Durante la república no tuvimos el apoyo ni de Gran Bretaña ni de Francia para luchar contra el fascismo y, posteriormente, Estados Unidos dio a la dictadura franquista el apoyo que le permitió pervivir 40 años a cambio de las bases. Es decir, los originarios fundadores de la OTAN poco o nada habían contribuido a la supervivencia de la democracia en España, sino más bien lo contrario, así que ¿para qué entrar en ese club? Mejor quedarse al margen, como había hecho Irlanda.
La realpolitik de Felipe impuso el cambio de criterio en el partido y ganó el apoyo de la sociedad en el referéndum. No puedo decir que nos haya ido mal pues mantenerse dentro era un paso necesario para la integración en la Unión Europa. Además, las obligaciones asumidas por ser miembros de la OTAN no han sido excesivas, la OTAN ha participado militarmente en las guerras de Bosnia, de Kosovo y de Afganistán y las bajas militares han sido principalmente y por desgracia en accidentes, el más grave el del JAK-42 en el que murieron 62 soldados que regresaban de Afganistán.
Cuando en 1991 se desintegró la Unión Soviética el enemigo de la guerra fría se desvaneció. Ya no existía un sistema comunista alternativo al capitalismo y las democracias ganaban a la dictadura del proletariado. ¿Por qué no desapreció entonces la OTAN? La respuesta es simple, en realidad la OTAN es el acuerdo entre las potencias europeas occidentales vencedoras de la II Guerra Mundial que garantiza que nunca más Europa y América irán por separado, es un lazo de unión entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia y por eso se mantiene.
No obstante, esa OTAN original no es la vigente. Durante la guerra fría se asumía que cualquier enfrentamiento entre bloques se produciría en Alemania, donde se concentraba el grueso de las tropas. No obstante, tras la unificación alemana y el repliegue ruso, Alemania pasó de ser escenario bélico a ser un país más de la alianza que quiere alejar de sus fronteras todo lo posible ese escenario bélico. Por eso desde los años 90 ha mantenido una gran actividad para seguir favoreciendo la ampliación de la OTAN hacia el este. La adhesión lógica de la Polonia democrática en 1999 fue acompañada y seguida de la incorporación de la mayoría de los estados surgidos de la descomposición del Imperio Austro-Húngaro, tradicionales aliados de Alemania, como Hungría, Republica Checa, Eslovenia, Rumanía, etc. Pero, obviamente, cada vez que la OTAN ha ido avanzando hacia el este Rusia se ha ido viendo más acorralada.
El salto cualitativo fundamental de ampliación de la OTAN se produjo en 2004 con la integración de las repúblicas bálticas, en un momento de debilidad rusa por la guerra de Chechenia y tras la sucesión de Yeltsin. Esa integración supuso que por primera vez existirían tropas de la OTAN en suelo del antiguo Imperio Ruso y con acceso terrestre a Rusia por Letonia y Estonia. Además, la OTAN también fue creando, mediante los llamados Planes de Acción Individual de Asociación (IPAP), acuerdos de diálogo con numerosas repúblicas exsoviéticas que desean su entrada en la Alianza, como un sistema de garantía de su independencia política. De entre ellos el más problemático es el primero que acordó un IPAP: Ucrania.
Ucrania tiene una frontera terrestre de casi 2000 kilómetros con Rusia y el Kremlin siempre ha mostrado su negativa a aceptar un cambio de estatus militar de la misma, ya que ello supondría un acceso para tropas occidentales a Rusia casi indefendible. En 2014 la revolución de Maidán terminó con el gobierno proruso y reorientó la acción exterior de Ucrania de nuevo hacia occidente. Esa revolución tuvo como consecuencia la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, un territorio del imperio ruso que la Unión Soviética transfirió de Rusia a Ucrania y en el que se encuentra la base militar de Sebastopol, sede de la flota rusa del Mar Negro. También se produjo un levantamiento auspiciado por Rusia de las provincias ruso hablantes de Donetsk y Lugansk, que generó la conocida como guerra de Donbás en 2014 y que acabó con un inestable alto el fuego con los acuerdos de Minsk.
Pues bien, obviamente, tal como defiende genéricamente la OTAN los países tienen derecho a querer integrarse en la misma en el ejercicio de su soberanía, pero también es cierto que de los últimos 250 años Ucrania ha sido país independiente durante apenas 25 y que Rusia cada vez se encuentra más cercada militarmente y es la primera potencia nuclear mundial. Alemania ha promovido y defiende el integracionismo ucraniano, pero también es consciente de que Estados Unidos y las potencias europeas no van a entrar en guerra con Rusia por Ucrania y que ante una acción militar rusa no va a haber otra cosa que venta de armas a Ucrania y sanciones económicas. Sanciones económicas cuyo efecto será muy negativo para Rusia, pero también para Europa puesto que provocarán un shock energético inflacionista si se corta el suministro de gas ruso, justamente cuando comienza la recuperación.
Es decir, que en una situación de escalada pre-bélica y bélica todos tenemos mucho que perder, mientras que con una solución pacífica negociada todos tenemos que ganar. Coincido con Skidelsky, el biógrafo de Keynes, que este momento brinda una oportunidad para cerrar acuerdos que podrían favorecer a todos. Rusia lo que pretende es crear un colchón militar en el centro-sur de su frontera y con la neutralidad de Ucrania debería tenerlo. Alemania quiere mantener cualquier escenario bélico lejos de sus fronteras y con la neutralidad ucraniana conseguiría alejarlo. Estados Unidos quiere no tener que implicarse militarmente en disputas con Rusia y con la neutralidad garantizada de Ucrania lo conseguiría y, además, abriría un camino de solución para los distintos IPAPs. Ucrania lo que quiere es desarrollarse como país independiente y podría conseguirlo con un estatuto de país neutral sancionado por Estados Unidos y Rusia que permita su integración en la Unión Europea. Y el resto lo que queremos es que las belicosidades no degeneren ni en guerras en Europa ni en crisis económicas y eso se consigue con un acuerdo.
En un acuerdo de neutralidad solo quedaría por resolver el problema de las provincias rusófonas rebeldes y lo ideal sería que Ucrania adopte una solución federal o cuasi federal, donde Donetsk y Lugansk sean el País Vasco y la Navarra ucranianos. El federalismo es una solución de convivencia que permite canalizar pacíficamente las diferencias.
El mejor futuro de Ucrania no pasa por ser miembro de la OTAN, pasa por ser miembro de la Unión Europea y por conseguir un estatus como el de Finlandia, a la que hasta ahora no le ha ido mal. Ojalá las conversaciones ruso-norteamericanas tengan un buen fin.
Comentarios
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