"Las latinas son salvajes, manipuladoras, machistas, interesadas, exageradas, exóticas, calientes, calienta pollas, prefieren prostituirse, no quieren trabajar, unas vagas, dóciles, sumisas, no saben hablar español, no tienen estudios, son calladitas pero peligrosas, son incivilizadas".
Así comienza "Las latinas son", una obra de la compañía Teatro sin papeles que denuncia el racismo, machismo y clasismo que vivimos las mujeres migrantes de origen latinoamericano en España y que refleja a la perfección las violencias que se ejercen sobre nosotras. No hay latina que haya visto la obra que no se sienta plenamente identificada con las situaciones que allí se describen.
Es curioso ver cómo en el imaginario colectivo europeo "la latina" es una categoría que puede incluir opuestos que van desde el estereotipo de la puta fría y calculadora comehombres/robamaridos, a la señora sumisa y asexuada que cuida del abuelo de la familia.
"¡Vete a chupar pollas a tu país, puta, que sois todas unas putas!" fue lo que me gritaron en la primera discusión que tuve con una persona española a las pocas semanas de llegar a Madrid. Ocurrió en el marco de una discusión absurda en la cola de un supermercado y me lo dijo un hombre de mediana edad que no paraba de quejarse de las "cajeras sudacas" que a él le parecían muy lentas para las prisas que llevaba. Tiempo después, cuando trabajaba de teleoperadora, una jefa me comentó que le producía ternura que la mujer mexicana que cuidaba de su padre llamara "maestras" a las profesoras. "Es que vosotras sois tan modositas, habláis como niñas pequeñas", me decía entre risas.
Cuando eres migrante/sudaka/latina te terminas acostumbrando a este tipo de cosas. Recuerdo la historia que me contó Marita Zambrana, presidenta de SOS Racismo Madrid, a la que una vez alguien intentó "enseñarle" a pronunciar la z, explicándole con el dedo índice cómo debía poner la lengua entre los dientes. O lo que le pasó a una compañera boliviana en una asamblea de la Comisión 8M del movimiento feminista de Madrid, en la que, tras presentarse, una mujer española se le acercó para ofrecerle trabajo de limpiadora.
Da igual si son de derechas, de izquierdas, gente que no has visto en tu vida o aliadas. Las violencias y el esencialismo vienen de todas partes. Que somos de sangre caliente porque somos latinas (me soltó un profesor de inglés), que llevamos el instinto maternal en nuestro ADN porque somos latinas (me dijo un señor blanco en una asamblea antirracista), que las latinas venimos a buscarnos un marido español (me comentó la madre de una amigo), que latinas fomentamos el machismo porque nos gustan los hombres celosos (me espetó una feminista en una asamblea del 15M) y así, un largo, largo, etcétera.
La lista es interminable. La lista de todas mis amigas y conocidas latinas también lo es. A veces entre nosotras compartimos experiencias e intercambiamos estrategias para enfrentarnos a estas situaciones. Pero con los años terminas desarrollando un umbral de tolerancia para filtrar, por salud mental, cuándo entrar al debate y cuándo no. En cualquier caso, el desgaste emocional es el mismo. El cuerpo se nos pone malo y a veces nos pasamos días enteros dándole vueltas al asunto, preguntándonos si hicimos bien en responder, en callar, o si debimos actuar de manera diferente.
La Otra
Nada de esto es anecdótico. No es el resultado de la mala suerte de habernos cruzado con una persona prejuiciosa o ignorante. La forma en que se nos representa está directamente relacionada con la manera en que el pensamiento europeo/occidental crea una subjetividad en donde el yo se erige a sí mismo con una serie de cualidades y atribuciones que se entienden como positivas, en contraposición a un Otro que representa el opuesto negativo.
Por ejemplo, cuando se dice que las latinas somos machistas porque bailamos reggaetón se está hablando desde una subjetividad feminista que ha construido su relación con la sexualidad y el cuerpo de una manera totalmente diferente a la nuestra, y que se asume como superior y "civilizada".
Como toda construcción identitaria, el feminismo hegemónico no es más que una subjetividad que representa a una parte de las mujeres, no a la mujer. Sin embargo, construye una superioridad universalista en base a las diferencias y eso, tal como afirma la feminista chilena Margarita Pisano, es lo que permite deslegitimar al Otro con el fin de dominarlo.
Esto se extiende a la sociedad en su conjunto. Esa perspectiva hegemónica llamada eurocentrismo, basada en el mito de que la civilización humana es una línea de tiempo que empieza en un estado salvaje y culmina en Europa, y que otorga un sentido y asigna un valor a la diferencia entre lo europeo y no-europeo, es lo que subyace en la deshumanización y esencialización que se hace de nosotras, "las latinas".
Ahí están los estereotipos en el cine y la televisión. Hipersexualizadas o infantilizadas. Para un sector de la sociedad somos la hembra siempre dispuesta y disponible. Para otro, la mujer asexuada e invisible que cuida de los mayores. De cualquier forma, siempre somos la Otra. Esa a la que el racismo institucional le impone mil trabas para homologar sus titulaciones porque nuestras universidades tercermundistas no dan confianza. Esa a la que se empuja al trabajo del hogar y los cuidados porque cuidar lo llevamos en la sangre.
En el ámbito laboral se duda de nuestros conocimientos. Si conseguimos derribar barreras y optar a puesto de trabajo cualificado, difícilmente ocuparemos un cargo directivo. Terminamos trabajando bajo la dirección de personas más jóvenes que probablemente tienen menos experiencia que nosotras. Algunas compañeras que rondan los cuarenta encadenan un trabajo de becaria tras otro, y cuando proponen alguna idea o iniciativa se les mira con condescendencia porque "eso aquí no se entiende" o porque "vuestra realidad no tiene nada que ver con la nuestra".
¿Aliadas?
Lo peor de todo son las mujeres que van de "aliadas" y nos hablan con condescendencia. A raíz de la polémica surgida por el triunfo de la cantante Chanel para representar a España en el festival de Eurovisión, hemos tenido que soportar ese maternalismo insufrible de la feminista blanca que intenta hacernos pedagogía desde su podio de superioridad moral.
La canción SloMo no refleja más que la visión de una mujer gozadora y segura de sí misma. Dicen que no representa a España ni a las mujeres de España. ¿Quiénes son esas mujeres a las que no representa? Porque a mí y a todas mis amigas racializadas, españolas o migrantes, nos encanta esa canción. ¿No formamos parte acaso de esas "mujeres de España"? Vivimos aquí, trabajamos aquí, pagamos nuestros impuestos aquí, algunas han nacido aquí, ¿nuestra opinión no cuenta como parte de la sociedad española?
También se dice que la letra SloMo es un alegato a favor de la prostitución, motivo por el que RTVE está estudiando la posibilidad de cambiarla. ¿Este tipo de intervencionismo se ha hecho antes con otro artista? ¿Se levantó la misma polémica con la parodia de Chikilicuatre y su representatividad de España? No. Tuvo que venir una mujer cubana hermosa, empoderada y arrolladora, hablando de su sexualidad de una manera libre y abierta, para que saltaran todas las voces de alarma.
He leído la letra de la canción varias veces y por más que leo y releo no veo una defensa de la prostitución por ningún lado. Pero, aunque así fuera, ¿en qué quedamos? ¿Nuestros cuerpos y nuestros coños son nuestros o no? ¿Nos pertenecen o no? Porque parece que esta proclama feminista se mantiene siempre y cuando no queramos intercambiarlo por dinero. ¡La santificación del coño! Me gustaría ver movimientos abolicionistas de los trabajos de interna, de camarera de piso o de recolectora de fruta. Ah, no, que ahí no hay coños de por medio. Solo mujeres partiéndose la espalda, destrozándose las manos, las piernas, los riñones, y dejándose la vida y la salud mental en condiciones de explotación y por sueldos de miseria.
Si de verdad quieres actuar de aliada, súmate a las campañas de las trabajadoras del hogar y los cuidados que llevan años pidiendo al gobierno de España la ratificación del Convenio 189 de la OIT para equiparar sus derechos labores al del resto de trabajadoras, apóyalas cuando denuncian abusos físicos, sexuales y psicológicos por parte de sus empleadores, vete al campo, documenta y difunde en qué condiciones viven las trabajadoras migrantes recolectoras de fruta, investiga y denuncia por qué nos cuesta tanto homologar nuestras titulaciones, por qué terminamos cuidando de tus hijos o tus padres cuando tenemos más estudios y experiencia laboral que tú.
No necesitamos maternalismos ni paternalismos. Nos tenemos a nosotras mismas. Las latinas somos la que cuida con ternura, la estudiante, la trabajadora, la empresaria, la periodista, la psicóloga, la artista y activista, la que perrea hasta abajo, la intelectual, la madre, la puta, somos todos los intermedios posibles entre una y otra. Agentes de nuestro propio destino y, cómo, no, dueñas de nuestros cuerpos y nuestros coños.
Comentarios
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