Han pasado tres años y unos días desde aquel 25 de mayo en el que Verónica se mató con una sábana en su casa en Alcalá de Henares. Tenía 32 años, un marido y dos hijos de cuatro años y de nueve meses a los que adoraba, dicen los que la conocían. También tenía un buen trabajo fijo en Iveco, una fábrica de vehículos pesados, con alrededor de 2.500 empleados, donde empezó a trabajar a los 19 de carretillera y, poco a poco, fue prosperando hasta el puesto de cierta responsabilidad que ejercía.
Tal vez recuerden que Verónica se suicidó después de intentar frenar la circulación entre sus compañeros de unos vídeos sexuales en los que aparecía. Empezaron a circular en un chat de veinte personas, después entre más de doscientas. No era la primera vez que estos vídeos la torturaban. La vez anterior consiguió pararlos. Ésta estuvo durante más de diez días soportando risas en los pasillos, visitas en su puesto de trabajo, miradas obscenas, señalamiento, humillación y angustia, según sus propias palabras, en un ambiente laboral predominantemente masculino. "Ya no puedo más", llegó a decir allí mismo en voz alta. Temía que el asunto llegara a oídos de su marido, a través de su cuñada, que también trabajaba en la fábrica. Dos días antes del final, en una reunión con la dirección de recursos humanos, contó lo que ocurría y, entre lágrimas, desesperada, pidió ayuda. La respuesta de aquellos directivos fue que "era un tema personal y no laboral". CCOO, presente en aquella reunión a la que ella entró por una escalera de emergencia para evitar ser vista como chivata de lo que ocurría, reaccionó con un escrito de queja que llegó demasiado tarde. La reunión fue el jueves 23. Verónica se mató dos días más tarde.
Las reacciones fueron múltiples: concentraciones de apoyo de compañeros en la fábrica, manifestaciones feministas por las calles de Madrid, el foco mediático absoluto. Mientras, el juzgado número 5 de Alcalá de Henares se hacía cargo de la investigación tras la denuncia del padre de Verónica, la Agencia de Protección de Datos abría investigación de oficio, CCOO denunciaba ante la inspección de trabajo, IVECO anunciaba una investigación interna.
Todo quedó en nada. Archivado, sobreseído, enterrado por "falta de autor conocido", después de que se dijera que las penas para los que compartieron esos vídeos íntimos podían ser de 3 meses a 1 año por delito de descubrimiento y revelación de secretos.
Sin embargo, este artículo no es por toda esta impunidad y por la falta de responsables. Este artículo pretende contar el manto de silencio que cubre a Verónica desde entonces.
En estos años he intentado hablar sobre ella con el que era su marido, con su madre, con su padre, con su abuela, con su tía, con su hermano, con su cuñada, con los sindicalistas que vivieron aquellos momentos, con la jueza, con la fiscal, con su abogada, con los compañeros que hicieron declaraciones entonces, con sus amigas; en definitiva, con todos a los que he tenido acceso. Ninguno quiso contestarme. Seguro que cada uno de los mencionados tiene sus motivos para tanto silencio. Yo pensaba y pienso que ella merecía el esfuerzo. Yo quería –todavía quiero– escribir mi primer libro sobre ella; quería homenajearla y contar su historia.
Israel, un antiguo compañero de colegio, fue el único que respondió a mi llamada. La recuerda "buena, graciosa, guapa, rubia, delgada, llamativa". Las chicas le tenían envidia y "la dejaban de lado" pero ella, "fuerte y valiente", nunca se vino abajo.
A mí me hubiera gustado averiguar mucho más sobre quién era y sobre por qué alguien "fuerte y valiente" se quiebra. Me hubiera gustado descubrir su caleidoscopio, ése que somos cuando se juntan todas nuestras caras, cuando nos describen todos los que las han visto.
Tenessee Williams escribió: "Dicen, dicen y con eso ¿qué? Dentro de 10.000 años no seremos más que las marquitas chismosas en los costados de las rocas que la gente llama fósiles" y no seré yo quién le contradiga. Todos seremos olvido. Pero Verónica, tal vez, todavía sea en el recuerdo de muchos, durante un buen puñado de años, esa chica que se equivocó grabándose y compartiendo vídeos íntimos y lo pagó muy caro. Es probable que muchas le debamos haber aprendido esa lección en carne ajena. Es probable también que todavía viva en el recuerdo de los que se encuentran con un vídeo íntimo en sus redes sociales y deciden borrarlo.
Este artículo es para que siga viviendo en esos recuerdos y para agradecerle. Gracias, Verónica.
Comentarios
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