Alcanzar la presidencia en Brasil es muy importante, pero a veces se olvida que su sistema político es muy complejo donde gobernadores, senadores y diputados constituyen, en un contexto de fuerte federalismo, un gigantesco puzle que condicionan al ejecutivo y al Presidente de una de las principales potencias del mundo. Si tenemos en consideración todo esto el perdedor de la primera vuelta, Bolsonaro, es el que ha ganado ya que las alianzas de derecha, en su multitud de versiones, han obtenido un gran éxito en los legislativos y ejecutivos de los Estados federados y previsiblemente el congreso federal que salga de estas elecciones será el más de derechas desde hace 20 años. Estas mayorías fragmentadas son las que condicionarán al ganador de la segunda vuelta, sea éste Bolsonaro o Lula.
En estas alianzas cobra una especial relevancia el evangelismo, o lo que es lo mismo, las iglesias nacionales pentecostales o neopetencostales de raíces norteamericanas que están implantadas desde principios de siglo XX, al igual que en muchos otros países latinoamericanos, pero su auge y despegue se corresponde con los últimos cuarenta años. Brasil es, quizás, donde el evangelismo está más implicado en la política ya que éste ha colonizado varios partidos o ha creado partidos propios y se moviliza con mucha fuerza en los periodos electorales.
Además, existe un caso particular ya que una denominación cristiana, la Iglesia Universal del Reino de Dios, aun no siendo una iglesia muy extendida – representa el 10% de los evangélicos en Brasil - ha construido su propio partido político, "Los republicanos", con fuerte implantación en muchos municipios y Estados; piénsese, por ejemplo, que en el Congreso de Diputados, el Partido del Trabajo ha obtenido 80 diputados y 43 los republicanos y en Sao Paulo, el candidato evangélico ha sido, con diferencia, el más votado; sin embargo no es fácil dar una explicación al auge del evangelismo en Brasil pero, para muchos, está en que estas Iglesias ofrecen una salida espiritual para los más pobres y llenan el hueco que la izquierda social y la teología de la liberación cubría en el 78, hoy ya reconvertidas, en el mejor de los casos, a meras obras de caridad en los barrios marginales pero alejadas del carácter liberador y revolucionario que tuvieron en los años setenta, si es que muchos de sus protagonistas no están ocupando los sillones ministeriales.
Aunque el evangelismo es conservador y reaccionario, el catolicismo aparece como la religión del establishment y con un fuerte poder corporativo en la educación, la sanidad o la universidad, pero cada vez más alejado de los pobres que llenan los templos de la Iglesia Universal del Reino de Dios o de las Asambleas de Dios o de las denominaciones bautistas. Además, el catecismo moral conservador aparece como estandarte frente a una sociedad secular fracasada socialmente: la destrucción de la familia y de la cohesión social se asocia a la libertad sexual, a la liberación de la mujer o al auge del secularismo en la sociedad. En gran medida esta agenda moral ha sustituido a la agenda económica y social. Todos los candidatos tienen que acercarse a la sociología religiosa del país; así, la fórmula vicepresidencial de Lula es un miembro del Opus dei y ello se hace para decantar el voto católico conservador de las clases medias y para dar garantía de moderación al empresariado.
No es cierto que la patronal apoye a Bolsonaro y el obrero a Lula; está todo muy mezclado y Lula no es el de los años ochenta. El Lula de hoy es, como dice su amigo Frei Betto, un personaje que, si se mira de lejos, todavía se reconoce al Lula de los 80, aunque de forma muy difuminada, pero de cerca tiene muchísimos defectos, entre ellos el de la corrupción que ha sacudido a todo el Partido de los Trabajadores. La corrupción es algo sistémico en Brasil que muy difícilmente va a poder solucionarse y ya no es ni siquiera tema de debate electoral. La política está muy fragmentada en multitud de partidos políticos y se ha convertido en una verdadera industria donde el saqueo del presupuesto público de tal o cual municipio es lo que predomina.
Por eso en Brasil existe cierta añoranza por el desarrollismo de un Getulio Vargas o incluso de la dictadura militar y por ello no es casual que Bolsonaro alardee de su condición de militar. Esa añoranza por el desarrollismo tecnócrata y autoritario-represivo del militarismo brasileño es, en cierta forma, producto del fracaso, en lo social, de la república. De hecho, muchos militares en Brasil están en puestos claves del Estado y del control de las empresas públicas, ya que aparecen como una garantía de orden frente al desorden de la política. No por casualidad Bolsonaro puso a un militar al frente de Petrobras, la mayor empresa pública de Brasil. No es casual tampoco la penetración de las iglesias evangélicas en cuadros intermedios del Ejército, algunos de los cuales, acaban por incorporarse a las listas electorales evangélicas en tal o cual región. En Brasil nada es lo que parece: hace tiempo que cambiaron sus coordenadas en la geopolítica.
Hoy el principal socio comercial de Brasil ya no es EEUU sino China y cada año quiere tener un mayor protagonismo como potencia independiente. Así Brasil, pese a ser uno de los pocos países del mundo que prohíbe constitucionalmente la energía nuclear con fines que no sean pacíficos, parece estar desarrollando, de forma semiclandestina, una industria militar nuclear y tanto Lula como Bolsonaro son defensores de la misma. Parece que existiera una placa tectónica de la geopolítica que se sobrepone sobre cualquier apariencia o superficialidad y que determina un cauce común, tanto para Lula como para Bolsonaro. Desde esta perspectiva, el evangelismo en la política es un epifenómeno muy vinculado al complejo de poder de EEUU ya que, en cierta forma, los evangélicos constituyen el último bastión de un orden geopolítico dominado por el mundo anglosajón que hoy está ya declinante y del que Brasil se está alejando.
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