Otras miradas

La custodia es como la tierra

Oti Corona

@LaCrono__

En la cola de un festival de danza de final de curso, el abuelo que aguardaba detrás de mí se dio cuenta de que todos llevábamos una entrada en la mano menos él y el hombre que le acompañaba, que deduje, por la edad, que sería su hijo. Me preguntó de dónde había sacado las entradas y le expliqué que las vendieron unos días antes en la academia a la que asistían las niñas. Se lo comentó a su acompañante, y este tuvo a bien gritarme a mí –una desconocida– para pedirme explicaciones sobre por qué él no tenía sus entradas. Ignoré la pregunta, me aguanté las ganas de arrearle un sopapo, di media vuelta y seguí a mis cosas porque, un poco a mi pesar, soy una señora. Él, por su parte, empuñó el móvil y llamó a –oh, sorpresa– su mujer. Le metió una bronca que retumbó el teatro entero y que se apagó poco a poco hasta convertirse en un susurro: "¿Cómo que en el pabellón? Yo estoy en el teatro, no en el pabellón". Cortó la llamada, agarró al abuelo y le dijo: "Vámonos, que nos hemos confundido de espectáculo". Más tarde supe que se celebraba un certamen de patinaje infantil en el mismo pueblo pero en otro recinto. Es decir, que el padrazo no sabía ni a qué extraescolar había asistido su hija ese año.

No me impresionó. Durante una temporada fui una gran defensora de la custodia compartida impuesta; me parecía una genialidad que obligaría a todos los progenitores por igual a cuidar de su descendencia. En esos niveles de inopia viví hasta que mi hija alcanzó la edad escolar y me habitué a las charlas de la puerta del colegio. Menudo shock. Entonces ya era consciente de que estábamos lejos de conseguir la igualdad pero no esperaba tanta sinvergonzonería por parte de tantos padres. Es admirable la ligereza y alegría con que muchos delegan sus funciones paternas en su mujer o en cualquier otra que les caiga cerca y lo a gusto que duermen por las noches sin un atisbo de culpa. Qué envidia, oigan.

Antes de que me salte alguien a la yugular, les diré que claro que he conocido hombres comprometidos con la crianza y la educación de su prole pero, ¿saben qué? Que son poquísimos. Muy pocos. Además, es tanto el aplauso que reciben por paternar, son tantos los comentarios sobre su bondad extrema, sobre la suerte que tiene su pareja, sobre lo espabilado, atento y amable que es (por hacer lo mismo que cualquier madre, ojo, sin extras) que tampoco se acaba el mundo si paso sobre ellos de puntillas en esta columna.

Me duele decirlo pero aún hoy la norma es el escaqueo paterno y me temo que quien no tenga hijos en edad escolar no puede hacerse una idea de la magnitud de la tragedia. Yo he visto a un padre dar dos zancadas hacia atrás cuando la madre de un compañero de su hijo quiso entregarle los cinco euros de un regalo comunitario para que se los pasase a su esposa al grito de "a mí no me enrolles, de esto se ocupa mi mujer". He visto a otro negarse a guardar una chaqueta que su niña se había olvidado en el parque con el mismo argumento. Un tercero, con el que no tenía demasiada confianza, me ordenó que recogiera a su retoño a la salida de clase porque él llegaría tarde y que me ocupase yo (¡!) de buscar quien se hiciese cargo del crío si no podía quedármelo. Oh, sí, esto también es una constante: los que creen que las mujeres, por no sé qué tipo de embrujo, encontramos soluciones y tiempo para todo. La época que participé en la comisión de ventas del uniforme deportivo de la escuela estuve a punto de sufrir varios patatuses. Solían ser las madres quienes se acercaban a comprar pero, cuando estas no podían, la abuela o una tía era preferible al padre, que a menudo ignoraba no ya la talla, sino el curso de sus hijos. Algunos se sorprendían de que nosotras, unas humildes voluntarias de la asociación de familias, no adivinásemos la talla de un churumbel al que jamás habíamos visto.

Dirán que los padres se enteran menos porque trabajan más horas fuera de casa y eso es tan cierto como que ellos cobran por cada una de esas horas trabajadas mientras a las madres se les va el sueldo en reducciones de jornada y excedencias para dedicarse a la crianza. Ellos ganan más dinero y ellas dedican su tiempo. Dejemos para otra ocasión los motivos de este reparto injusto y desigual. Mientras tanto, si en caso de divorcio no hay acuerdo y ambos solicitan la custodia, qué quieren que les diga. La custodia compartida, como la tierra: para quien la trabaja.

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