Otras miradas

Un altavoz para los olvidados de la transición energética

Vicente López

Director de la Fundación 1 de Mayo

Ya sabemos que se acerca un invierno difícil, un invierno en el que, más que nunca, tendremos que controlar el termostato. Pero para algunas personas será más difícil que para otras. De hecho, para muchas personas los inviernos siempre han sido difíciles. El acceso a la energía, cuando las rentas son escasas, se vuelve inalcanzable. Esta ramificación de la escasez es esa pobreza energética que convive con otras pobrezas, como la alimentaria, la sanitaria o la cultural.  Para estas personas que viven en situación de máxima vulnerabilidad económica y social, nuestras explicaciones sobre guerras internacionales, geoestrategias políticas o emergencias climáticas suenan lejanas y huecas.

Sus preocupaciones son mucho más inmediatas: la supervivencia. "Controlo las luces que están encendidas en casa y me ducho prácticamente todo el año con agua fría"; "Voy andando a todos los sitios, no me puedo ni pagar el transporte público", "Lo peor es el acceso a la vivienda, es muy difícil que te concedan una vivienda social", son algunas de las opiniones de las 116 personas que han participado en España en los 10 grupos focales  realizados en diferentes localidades españolas, tanto en el ámbito urbano como rural, dentro del proyecto Fair Energy Transition for All (FETA). Esta iniciativa se ha desarrollado en nueve países europeos y nace con el objetivo de escuchar y visibilizar las opiniones de los colectivos más vulnerables respecto al cambio climático y a las políticas que se están implementando al respecto. Porque, a pesar de que sabemos que la emergencia climática se va a cebar especialmente en las personas más vulnerables, sus voces no suelen escucharse. El proyecto FETA, impulsado por la Fundación Rey Balduino de Bélgica, estuvo  coordinado en España por el Instituto Sindical Trabajo Ambiente y Salud, perteneciente a la Fundación 1 de Mayo de CCOO.

Una de las actividades requería que los y las participantes dieran su opinión respecto a unas historias imaginadas que nos mostraban cómo serían nuestras vidas en ese futuro sostenible con el que tanto soñamos. Unas historias plagadas de ese optimismo tecnológico (impresoras 3D que fabrican lo que uno quiera) y ecológico (consumo mínimo de carne, energías renovables en todas las viviendas, huertos urbanos para autoabastecer de productos vegetales, transporte electrificado compartido o público, barrios estructurados para tener acceso fácil a todos los servicios esenciales a pie...), que impregnan esa idea de progreso que alimenta la perspectiva vital de muchas personas que conforman eso que se llama la clase media y alta de nuestra sociedad. Sin embargo, para la población vulnerable estos relatos sonaban lejanos, un cuento, una vida idílica que, lejos de eclipsar y motivarlas, les producía un sentimiento de lejanía, desafección, frustración y, sobre todo, una mayor expectativa  de exclusión.

Desde luego, la población que participó en estas sesiones no se veía habitando una vivienda con placas solares, cultivando un huerto urbano o teniendo acceso a un coche eléctrico. Es más, curiosamente tenían sus dudas sobre si esto sería incluso bueno para ellos o simplemente les empujaba más si cabe a una mayor pobreza: "Si se vive así habrá menos trabajo para nosotros", "¿quién trabajará en esta sociedad si cada uno se hace lo que necesita con esa impresora?", "¿quién va a pagar esto? desde luego nosotros no tenemos recursos para hacer frente ni a energías renovables, ni coches eléctricos,... no me veo con esa vida", "claro que me gustaría, pero me suena a cuento. Desde luego los ricos sí que vivirán así, y seguirán comiendo carne".

Y es que cuando nos imaginamos este futuro tecnológico y sostenible, pocas veces pensamos en la situación y los efectos que estas transiciones tienen para la sociedad "invisibilizada". Los estudios son concluyentes: si no hay medidas contundentes en el plano redistributivo, la transición ecológica (y también la digital) generará más pobreza y desigualdad. De ahí que otro de los objetivos del proyecto haya sido determinar de forma participada las medidas que deberían ponerse en marcha para asegurar la inclusión de estas personas en los procesos de transición. Desde luego, la invisibilización de la que son objeto  y la vulnerabilidad económica y social que padecen, les lleva al pesimismo: "digan lo que digan, da igual, no servirá de nada".

En este escenario, los cambios que va a conllevar la transformación ecológica (impuestos verdes, digitalización, automóviles eléctricos, energía renovable,...), se perciben para estas personas como lejanos e incluso temen que puedan significar una barrera para ver cumplido su principal sueño: un trabajo digno con el cuál poder salir del pozo de la pobreza.

La narrativa de estas personas resalta su marginalidad económica, social o institucional. No tienen quién les escuche, solo señalan a las ONG con las que interactúan diariamente, y que son para esas personas las facilitadoras de las escasas ayudas públicas a las que pueden optar y que les permite, más o menos, tirar para adelante. Como señalaba uno de los participantes "al menos, nos escuchan". Su capacidad de movilización y de influencia es nula. No están organizados porque "tenemos problemas demasiado urgentes para pararnos a pensar en todo esto y organizarnos para que al menos nuestra voz se oiga. Tal vez esto sería lo más urgente, pero mi problema ahora mismo es la salud y darle de comer a mis hijos".

Y, sin embargo, las personas que participaron en esos encuentros - la mayoría población inmigrante, muchos "sin papeles", mujeres, personas jóvenes con trabajos precarios y personas mayores, con pensiones asistenciales mínimas - quieren ser escuchadas y que sus realidades sean tenidas en cuenta. "Yo tengo esperanza de que se nos escuche alguna vez. Yo vengo a aportar mi grano de arena", nos decía otra participante.

Las opiniones recogidas en los grupos focales han sido la base para elaborar recomendaciones junto a personas expertas en materia de vivienda y transporte. Matizadas y priorizadas con los propios colectivos, estas recomendaciones serán ahora elevadas a las correspondientes instancias políticas a nivel de los Parlamentos nacionales y europeo. De este modo, se espera poder dar voz a esa parte de la sociedad, lamentablemente cada día más amplia y con frecuencia ignorada, en el inevitable proceso de transición energética, con el fin de que el peso del cambio no recaiga sobre ellos. No hay excesivas sorpresas en sus recomendaciones: acceso a un trabajo que permita disfrutar una vida digna.

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