A Amelia Tiganus, activista feminista de reconocido prestigio nacional, escritora y combatiente de la explotación sexual, le han quitado la cuenta de Instagram en donde tenía 38.000 seguidoras. Todo sucedió debido a una campaña de denuncias masivas después de su aparición en La Roca, programa de sobremesa de La Sexta. Allí participó en un debate sobre trabajo sexual entre "una trabajadora sexual a favor de seguir ejerciendo y una extrabajadora que persigue la abolición", tal como señalan desde su página web. Las palabras importan. Y llamar trabajo a un tipo de explotación que vulnera los derechos humanos de la mitad de la población no es una cuestión baladí. Según datos del Gobierno, entre el 80% y el 90% de las mujeres prostituidas en España son víctimas de trata. Lo que quiere decir que, como mínimo, ocho de cada diez trabajadoras están siendo actualmente esclavizadas. En el otro lado del debate estaban Piikara, una defensora de la regulación, y Juan del Val, colaborador y marido de la presentadora, que se dedicó a blanquear la prostitución con los argumentos infantiles e infalibles del patriarcado neoliberal. "Estoy a favor de las personas que ejercen su libertad", "Cuando este trabajo se hace con libertad...". Las mujeres no necesitamos más libertad para ser putas porque todas nacemos con ella. Lo que sí necesitamos, y urgentemente, son medios de comunicación que ejerzan su responsabilidad social e incidan en la prevención, especialmente hacia la infancia.
La semana pasada también se celebraba el Día Internacional de la Niña. Un buen momento para recordar que más de la mitad de las mujeres atendidas por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp) fueron forzadas a ejercer la prostitución antes de cumplir la mayoría de edad. "La demanda crece, si hay niñas en esta situación es porque existe una demanda clara que lo está pidiendo" señalaba su directora a EPE, Rocío Mora. Y cada vez la edad de inicio se adelanta porque a partir de los 30 años una mujer "no es materia prima rentable en España para ser esclavizada". Los puteros quieren carne fresca. En su libro La Revuelta de las Putas, Amelia Tiganus incidía en que, para los proxenetas, una prostituta tenía una vida útil de dos o tres años ya que después "colapsaban" y que, mientras tanto, necesitaban cambiarlas de campo de concentración (prostíbulo) para no aburrir a sus clientes. Algo que, por supuesto, aumenta su desarraigo y vulnerabilidad.
Aunque el discurso mediático a favor de la regulación es el mayoritario, es cierto que la perspectiva abolicionista se cuela poco a poco. De hecho, hoy sería impensable aquella televisión del puterío que en los años 90 y primera década de los 2000 nos ofrecía a las niñas y adolescentes el relato de la puta feliz que se contoneaba provocativa en los platós de Crónicas Marcianas o el Mississippi y que acompañaba a viejos casposos encantados de presumir de ser unos puteros. Después, llegaron los pseudorreportajes de investigación callejera con cámaras ocultas que nos enseñaban "la realidad" de las prostitutas de lujo, que disfrutaban muchísimo de su trabajo porque les encantaba follar y, encima, ¡podían vivir holgadamente de ello! De sobra es sabido que las empresas del IBEX están llenas de mujeres prostituidas. Las detalladas grabaciones de cuerpos de mujeres semidesnudas que en el mes de enero ejercían en la calle Montera y en el Polígono de Marconi se acompañaban de testimonios en los que ellas buscaban, casi siempre, pescar al inocente cliente que salía con su coche a dar un paseíllo para alegrarse la vista. Así que, si algo me sorprendió del discurso de Piikara, fue el momento en el que le dijo a Amelia que ellas (las abolicionistas) ya estaban en todas partes. ¿Cómo? ¿Una abolicionista en una televisión generalista? ¿Desde cuándo?
El discurso regulacionista considera un privilegio tener papeles y poder pagarse el alquiler. Las abolicionistas consideramos que todas las mujeres deben de llegar a esos privilegios sin poner el cuerpo. No hace falta ser feminista para entender que ninguna mujer (ni hombre) está disponible sexualmente todos los días y a todas horas (o los que toque "trabajar"). Después de conocer a Amelia y de leer decenas de testimonios de mujeres en situación de prostitución (disponibles en Geoviolencia Sexual o Traductoras por la Abolición) lo que me queda claro es que una vez que te quedas a solas con un tipo que ha pagado por penetrarte, sus deseos son órdenes. Como mujer, conozco la violencia sexual y también sé que muchas veces no te apetece follar, ni siquiera con la persona que más quieres y deseas del mundo. Entonces, ¿qué clase de libertad es esa? ¿La libertad de ser agujero para el placer ajeno? Contra eso lucha el feminismo desde hace tres siglos. Si entendemos que nuestros cuerpos no son un producto más, la prostitución es por fuerza, incomparable a cualquier otra forma de trabajo. En la prostitución no hay deseo y, por tanto, hay sometimiento (también llamado "consentimiento").
Convertir el propio cuerpo en mercancía nunca es una cuestión de libertad, es una cuestión de necesidad económica, de desigualdad sexual y, muchas veces, de desarraigo e ilegalidad documental. De Amelia Tiganus aprendí el concepto de la fabricación de la puta. Ninguna niña sueña con ser prostituida, pero muchas de ellas, en muchos lugares del mundo, son lanzadas a ello a través de la violencia sexual y familiar. No hay putas vocacionales. Ninguna lo es. A día de hoy, analizando el entorno en el que crecí y la propaganda que los medios de comunicación hacían de la prostitución, me resulta especialmente sorprendente no haberme alineado con el discurso mayoritario. Por ser abolicionista me he enfrentado muchas veces a mi propia familia y a mis amigos. El argumento esgrimido era y es siempre el mismo: "Lo hacen porque quieren" o "escucha a las putas". Qué curioso que las mujeres a las que podía escuchar en la tele decían lo mismo que los dueños de los puticlubs que se lucraban a su costa.
Leamos hoy a las putas:
« Les gusta pensar que es una elección. Me reiría si todavía tuviera fuerzas para reírme. Para mí como para muchas mujeres que he conocido todo comenzó con las lindas palabras de un hombre. Era apuesto y me llenaba de regalos, a mí, que nunca había recibido nada más que violencia de mi padre y violaciones de mi tío. Le creí.»
«No tuve suerte, era proxeneta. Yo tenía 17 años, me había fugado de mi hogar. Me levantó haciendo autostop. Estos hombres son predadores, buscan a las más vulnerables y descubren a la "buena puta". Después solo nos queda evitar las violencias y perversiones de los clientes excitados por nuestra fragilidad.»
Supervivientes de la prostitución. Traductoras por la abolición.
Desgraciadamente, los testimonios son muchos, muchísimos. Y todos espantosos. Y aunque solo fuesen cuatro, habría que ofrecerles apoyo, reparación, acompañamiento y protección. Habría que ofrecerles otra salida a mujeres que denuncian haber sido sistemáticamente violadas desde niñas.
Para que el discurso regulacionista consiguiese la aceptación social que hoy tiene hicimos falta todas las mujeres. Unas y otras. Porque mientras hubiese putas, nosotras, las niñas buenas, seríamos siempre las santas. Las elegidas. La prostitución no solo es una cuestión de machismo, también lo es de clase social. Y gracias a ese clasismo interiorizado del que también habla Amelia Tiganus, yo sabía perfectamente que estaba a salvo del sistema prostitucional. Aquello no iba conmigo. Yo era una niña buena en un entorno seguro. Mi virginidad no era negociable y el sexo siempre se hacía con amor. Aquellas mujeres eran diferentes a nosotras, ninfómanas, depredadoras sexuales, ellas estaban hechas de otra pasta. Por eso los hombres siempre las buscaban. El problema, en realidad, es pensar que esta división no nos afecta a todas. Y la solución radica en dejar de seguir dividiéndonos nosotras mismas bajo los códigos del patriarcado: todas estamos para satisfacer los deseos de los mismos. Y contra ello debemos rebelarnos.
Nuestras hijas hoy son mucho más prostituibles de lo que lo fuimos nosotras. Ya no hay niñas buenas ni entornos seguros. Las redes sociales están funcionando como herramienta de captación de menores y el glamour con el que se publicita actualmente la prostitución diluye las fronteras de lo que antes era visto como turbio. Total, ¿quién no ha enviado alguna foto erótica? ¿Y si eso tan fácil implica ganar dinero? Por eso, todos los interesados en conseguir carne fresca se empeñan en que las chicas piensen que lo hacen porque ellas quieren. Porque tienen Libertad. Las web porno, onlyfans y otras plataformas lo están poniendo excesivamente fácil para que cualquiera se prostituya pensando que hace otra cosa. Hasta los puteros de hoy saben que el término puta es degradante, así que se las han ingeniado con la ayuda de un neolenguaje alejado de la opresión y cercano al progresismo. Los conceptos de trabajadoras sexuales, activistas prosex o babysugars blanquean la explotación y quitan el foco sobre los verdaderos culpables: los proxenetas y los puteros de toda la vida. La prostitución ya no se ve solo como una salida para sobrevivir, sino como un medio para vivir bien o incluso, adquirir ciertos caprichos. La virtualidad aumenta la sensación de falsa seguridad. Pero ninguna sabe dónde acabarán esas imágenes, si están siendo captadas en tiempo real, ni tampoco quién está al otro lado.
Los interesados en mantener esta gran estafa misógina en nombre de la libertad son muchos y están por todas partes. Pero las abolicionistas también. Desde su Instagram y desde todas partes, Amelia siempre ha reclamado proteger a las víctimas y perseguir a los culpables de esta opresión. Siempre ha pedido papeles, trabajo y justicia social para todas las mujeres. Siempre ha clamado por otro mundo en el que ningún hombre tuviese derecho a comprar a una mujer o niña. Siempre ha insistido en la importancia de educar en igualdad y de luchar contra las violencias machistas. Esa es la libertad que las abolicionistas queremos y la única que necesitan todas las niñas.
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