Otras miradas

Celebrar la historia de la Legión es celebrar valores antidemocráticos

Alfredo González-Ruibal

Doctor en Arqueología Prehistórica por la Universidad Complutense de Madrid y científico titular en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC

El borrego de La Legión durante el desfile militar en la fiesta del 12 de octubre. E.P./Eduardo Parra
El borrego de La Legión durante el desfile militar en la fiesta del 12 de octubre. E.P./Eduardo Parra

Hay historias que debemos recordar, pero no celebrar. No, al menos, en democracia. Una de ellas es la de la Legión. Pocos cuerpos han tenido un protagonismo tan destacado en la historia más oscura de la primera mitad del siglo XX. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, es de otra opinión. Recientemente ha inaugurado una polémica estatua de bronce dedicado a la Legión en mitad de la Castellana. Cuando surgieron las primeras críticas al proyecto, una parte de la derecha lo defendió aduciendo que los legionarios cumplían una labor encomiable en el presente. El problema es que la estatua no representa el presente, sino el pasado.

Porque el militar de la estatua va vestido con el uniforme, el equipamiento y el arma que caracterizaba a la Legión en los años 20 y 30. Estaba claro que la estatua no era un homenaje a la Legión actual –para ello hubiera sido mejor representar a un soldado contemporáneo: el homenaje era a los valores que representaba ese legionario de los años 20 y que resultan opuestos a los que vertebran nuestra democracia.

Cualquier duda que pudiera existir al respecto la despejó Martínez-Almeida el día de la inauguración. En su discurso, el alcalde habló de cómo Madrid celebraba la historia del cuerpo. Y mencionó explícitamente a Millán Astray, fundador de la Legión, golpista y enemigo de la inteligencia -en sus propias palabras, que uno de los asistentes al acto se encargó de recordar en una pancarta. Posteriormente publicó un tuit en el que afirmaba: "Madrid rinde homenaje y gratitud a la Legión, cuerpo ejemplar por su heroísmo a lo largo de sus 102 años de historia al servicio de España".

Decir que la Legión tiene a sus espaldas 102 años de historia al servicio de España es mentir o algo peor. Algo peor es considerar que su participación en una guerra colonial donde se cometieron todo tipo de crímenes o luchar en la Guerra Civil del lado franquista forman parte de esa ejemplaridad. Las guerras coloniales contemporáneas no deben ser celebradas en democracia. No solo porque son inherentemente racistas, sino porque se caracterizan por la brutalidad extrema.

En Marruecos, legionarios y regulares participaron en asesinatos, mutilaciones y violaciones colectivas, que con frecuencia acababan con la muerte de las mujeres. Estas accciones, como recordaba María Rosa de Madariaga, la mayor conocedora del conflicto colonial, "eran permitidas y/o fomentadas por los oficiales y mandos españoles". Nunca lo escondieron. El propio Franco dejó constancia de ello en sus memorias.

La Legión fue reclamada por el gobierno republicano para sofocar la revolución de Asturias en 1934. E importó todos los excesos de la guerra colonial. El comportamiento de los legionarios fue tan ejemplar que el general López de Ochoa ordenó fusilar a varios de ellos por crímenes cometidos durante la represión, incluidas decapitaciones y mutilaciones: el general recordaba con horror como los soldados se paseaban con collares de orejas de presos asesinados.

En la Guerra Civil, el Ejército de África fue clave para dar la victoria a Franco o lo que es lo mismo, para traer 40 años de dictadura. Por el  camino los legionarios volvieron a cometer todo tipo de crímenes de guerra –y sí, muchos estaban tipificados como tales desde la Convención de La Haya de 1899. Tras la captura de Toledo en septiembre de 1936, por ejemplo, legionarios y regulares decapitaron enemigos y castraron cadáveres. Se podría decir que son excesos que ocurren en cualquier guerra, pero es que estos excesos fueron, desde su fundación, una característica del cuerpo: la deshumanización de los combatientes se consideraba una virtud castrense. Y la llevaron hasta sus últimas consecuencias.

Por otro lado, lo que debería impedir celebrar la historia de la Legión en democracia es, sobre todo, que en los años 20 y 30 combatieron en el lado equivocado de la historia: en una guerra de ocupación primero, en defensa de una dictadura después. Los actos de la Legión en sus primeras dos décadas de historia, por tanto, no fueron ni ejemplares ni en defensa de España. Defender lo contrario solo se puede hacer desde una postura antidemocrática y con total indiferencia hacia los derechos humanos. Es legítimo celebrar el papel de la Legión en el presente. Pero no defender su historia.

Hay una parte de la derecha que considera que participar en este tipo de homenajes es dar la batalla cultural a la izquierda. Piensan que defender el militarismo, el imperialismo y el ultranacionalismo es tan legítimo como para la izquierda defender los derechos humanos o criticar la dictadura. Que eso lo crea el nacional populismo es normal: es compatible con su ideología. Que lo crea el PP madrileño, en cambio, debería ser motivo de preocupación para todos.

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