Este sábado 11 de febrero se celebra como cada año la gala de celebración de los Premios Goya, un evento en el que se reivindica y se difunde al menos una parte significativamente importante de nuestra producción audiovisual, que afortunadamente en su gran mayoría vive un momento magnífico en cuanto a calidad, talento e innovación. Basta mencionar las cintas nominadas al premio a la mejor película, en la que las seleccionadas, As Bestas, Cinco Lobitos, Alcarrás y Modelo 77 son un ejemplo de la buena salud de nuestro cine en ese sentido. Amén para el Goya de honor a un maestro como Carlos Saura y el premio extraordinario a Juliette Binoche.
Pero por desgracia, no podemos ignorar el hecho de que más allá del glamour de la gala, la crónica rosa, los photocalls y el escaparate, junto a los envenenados ataques y críticas llenas de veneno de determinada prensa, nuestro cine y sobre todo, sus intérpretes más jóvenes, las y los nuevos realizadores, productores, guionistas y toda la cadena de valor de esta rama de la cultura está muy lejos de vivir un presente y un futuro prometedores.
Es un tópico afirmar que países como Francia o Estados Unidos han entendido desde hace ya muchas décadas el inmenso potencial del cine como vehículo para dar a conocer al mundo su idiosincrasia, exportar su personalidad y crear al mismo tiempo, una industria que genera una riqueza no solo económica, sino social, cultural e identitaria espectacular.
En nuestro país por el contrario, y muy en particular la derecha ha despreciado al mundo del cine con una mala baba y un rencor como el que con toda seguridad no exista en ningún otro país del mundo. Sin la menor vergüenza ni respeto alguno, y precisamente tomando cono arma arrojadiza las ceremonias de los Premios Goya, la caverna mediática, las televisiones con cuernos y la derecha salvaje lleva años tildando a las trabajadoras y trabajadores del mundo del cine de rojos panfletarios, vagos, pesebreros y parásitos de las subvenciones. Inconcebible.
¿Alguien podría imaginarse a Emmanuel Macron o a Angela Merkel insultar públicamente a Costa Gavras, Jean-Luc Goddard o Wim Wenders? Pues en España, el PP ataca y desprecia con su desgraciada verborrea en los Premios Feroz a Pedro Almodóvar por defender la sanidad pública en boca de Martínez Almeida. Para bochorno y repulsa de todas y todos los madrileños, el alcalde de Madrid Martínez Almeida agrede a uno de los directores no solo más internacionales y prestigiados de nuestra industria, sino uno de los que más y mejor retrató el Madrid de los años 80 en películas como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Laberinto de pasiones, Entre tinieblas o Qué he hecho yo para merecer esto. Ese es su nivel. Recordemos que aún seguimos esperando un reconocimiento digno de un Ayuntamiento a la altura a la gran Almudena Grandes, reconocimiento que ha hecho el pueblo de Madrid, por otro lado.
Y por desgracia, el machaque constante del mantra de las subvenciones y el parasitismo ha calado hondo, incluso entre quienes al menos, en teoría, no asumen ni comparten esa descabellada idea. Con toda seguridad, esa concepción de que la industria del cine es un chiringuito de cuatro progres tiene que ver con que en proporción, las ayudas de las instituciones públicas al cine español sean muy insuficientes y sobre todo, en muchos casos no estén enfocadas al talento emergente de las y los nuevos cineastas.
En la última edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, celebrada el pasado mes de octubre de 2022, el director Javier Rueda, con motivo de la celebración de una mesa redonda sobre el cine irlandés, puso encima de la mesa un dato que no podía ser más contundente: mientras en España las ayudas al cine suman un total de 67 millones de euros, las ayudas que se destinan al cine en Irlanda, además de diferentes proyectos de innovación y promoción en el ámbito educativo, incentivos fiscales y otras iniciativas, suman alrededor de 200 millones de euros. ¿No es razonable pensar que si a nivel general estuviera interiorizada colectivamente la idea de que el cine es un sector generador de empleo, un motor de impulso económico y que es una de las mejores maneras de mostrar al mundo la diversa realidad de nuestro país, la actuación pública a favor del audiovisual sería mucho mayor?
Pasará la fiesta de los Goya y debajo de la alfombra roja, quedará la realidad de muchísimas y muchísimos profesionales del sector que van a encontrar enormes dificultades para poder sacar adelante sus proyectos, así como de jóvenes talentos de los que toda vez que los medios de comunicación hagan la cobertura de la entrega de premios como si de un cóctel de sociedad se tratase, seguirán invisibilizados y sin apoyos para realizar sus creaciones.
A nivel global, por supuesto es necesario que exista un esfuerzo coordinado entre los ministerios de Industria, Cultura y Hacienda para desarrollar y ampliar el Estatuto del Artista y del trabajador de la cultura, favorecer mejores condiciones para el acceso a la financiación y un incremento considerable en las ayudas directas. Pero igualmente necesario es, como indicábamos antes, un ambicioso plan de trabajo de educación y rediseño de la imagen de nuestro cine que lo convierta en lo que es en cualquier otro país: un patrimonio de nuestra cultura.
¿Por dónde empezar? Pues lo decimos claramente: por Madrid. Nuestra ciudad, entre los años 70 y 80 fue el epicentro de todo un género cinematográfico, la comedia madrileña, en donde nombres como los de Óscar Ladoire, Antonio Resines, Carmen Maura, Verónica Forqué, Fernando Trueba, Pedro Almodóvar o Fernando Colomo sentaron las bases de sus exitosas carreras y mostraron al resto del Estado como era ese nuevo Madrid que tras décadas de miseria cultural franquista, despertaba a la libertad, como también mostraba el Madrid de los barrios obreros, de la desigualdad, la delincuencia y la drogadicción de los films del llamado "cine quinqui".
A día de hoy, Madrid tiene una diversidad cultural tan inmensamente rica, que recorre desde el orgullo LGTBIQ+ a las celebraciones del año nuevo chino, pasando por toda clase de manifestaciones del carácter cosmopolita que Madrid posee, que se impone desde la política municipal una apuesta por apoyar a los nuevos cineastas a desarrollar sus ideas y proyectos en Madrid no solo mediante la ayuda a la financiación, sino poniendo en marcha un circuito de difusión y exhibición, coordinándose con los centros culturales, las universidades, estableciendo con Telemadrid acuerdos de apoyo y de programación de películas, cortometrajes y documentales y en definitiva, trabajando para que Madrid, el Madrid que todos y todas queremos, sea conocido a través de esa poderosa y maravillosa herramienta que es el cine.
Y eso solo es posible si en las instituciones madrileñas existe una sensibilidad, un respeto y una firme convicción del inmenso valor que el cine aporta a nuestra ciudad, nuestra comunidad y nuestro país. Mientras la derecha siga en las instituciones, ello será materialmente imposible y tendremos que vivir con la vergüenza de que grupos de fascistas traten de boicotear al más puro estilo de Alemania de 1933 con películas como ‘Mientras dure la guerra’ de Alejandro Amenábar o que políticos del mismo pelaje declaren que el cine español tendría que contar la historia de Millán Astray – "¡¡muera la inteligencia!!" - en lugar de la de Miguel de Unamuno. Nos indigna profundamente que siga habiendo calles incluso con su nombre, y que el alcalde de Madrid se enorgullezca de hacerse fotos con estatuas de legionarios mientras no para de echar bilis por la boca hacia uno de nuestros más ilustres directores de cine de toda nuestra historia.
El cambio, el verdadero cambio en Madrid será cultural o no será. Todo el talento que aporte el nuevo cine a ese cambio, algo que debemos proteger, difundir y valorar como uno de nuestros grandes tesoros. Madrid tiene que ser el motor de arranque de todo ello, y para ello debemos ser conscientes de lo que está en juego el próximo mes de mayo.
Frente a ese Madrid en blanco y negro, del altar, la caza y el trono, hay otro Madrid, cosmopolita, de color, de progreso, multicultural, y de futuro. Ese es el que debemos cuidar, y mantener. Transformar Madrid para estar de verdad, en la vanguardia de la cultura mundial.
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