Auspiciado por el Ministerio de Justicia, el Patronato de Protección de la Mujer era una institución franquista que estuvo en funcionamiento hasta bien entrada la democracia. Una de las vergüenzas de un país de desvergonzados y desvergonzadas, una estructura de represión contra las mujeres españolas por la que nadie ha pedido perdón todavía. Ni las órdenes religiosas que participaron activamente en aquel despropósito ni ningún representante político. Olvidadas entre archivos inaccesibles, las víctimas del Patronato se cuentan por miles aunque aparezcan con cuentagotas. Muchas de ellas, probablemente, ni siquiera sepan de quién dependían aquellos reformatorios en los que fueron detenidas y, en ocasiones, torturadas. La bibliografía, ahí está. Lo que no es tan evidente es que exista voluntad política de reparar el daño causado.
De B., por ejemplo, apenas se guarda un pequeño y espeluznante expediente al que he podido hacer gracias al gran archivo personal de la escritora Consuelo García del Cid. Lo habitual en estos documentos es encontrar adjetivos que cuestionan la inteligencia de las víctimas y, quizá por eso, el expediente de B. es tan llamativo. Ella estuvo presa en una cárcel que tenía otro nombre, el reformatorio de Nuestra Señora del Pilar, en San Fernando de Henares, hasta que fue trasladada al Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos sin motivo aparente.
Las Cruzadas Evangélicas, un instituto religioso de carácter secular, eran las encargadas de la gestión del centro hasta que en 1983 fueron apartadas del mismo. Contaban entonces en El País que, tras la muerte en el reformatorio de Inmaculada Valderrama en extrañas circunstancias, Enrique Miret Magdalena, teólogo y presidente del Consejo Superior de Protección de Menores, "prohibió pegar a las internas y la utilización de las celdas de castigo, camufladas con el nombre de salas de reflexión y catarsis, acolchadas con plástico blanco, cerradas con puertas blindadas". El cuarto de castigo también era conocido como "El chiscón". Tras la marcha de las Cruzadas Evangélicas, empezaron a trabajar en el centro "profesionales de la educación especializada" y, más adelante, "las internas comenzaron a ser trasladadas progresivamente a otros centros".
En el expediente de B., que estuvo presa en el centro de San Fernando de Henares en 1971, podemos leer que la interna había sido catalogada con un inteligencia "superior al término medio". Escriben, además, que tiene una "gran capacidad deductiva" y "una gran intuición". Siguen: "Existen en ella unas condiciones artísticas y un especial gusto por la estética". La interna admitía, "de buen grado", la exploración aunque, al parecer, trataba a toda costa de no exteriorizar sus sentimientos. "Introvertida ", "no es capaz de admitir el mundo tal cual es"; tiende "al juicio severo y excesivamente analítico de su entorno" por lo que resultaba "difícil" tener una "discusión flexible de sus juicios". B. tenía, en teoría, ansiedad por su "necesidad de estimación", pretendía la "originalidad" y "la distinción del resto de los humanos". Algo que, por supuesto, estropeaba su conducta hasta provocar en ella una "tensión antisocial".
En el expediente no se hace ninguna alusión a su familia ni al motivo que la llevó a ser tutelada por el Patronato de Protección de la Mujer, una institución con Carmen Polo a la cabeza. B. Nació en 1954 en una ciudad vasca e ingresó en el centro, por primera vez, el 27 de diciembre de 1971. Menuda manera de empezar el año.
La definición que hacían de B. en el centro, una definición que podría servir para describir prácticamente cualquier adolescencia, la llevó, aproximadamente un mes después de su ingreso en el reformatorio, a ser internada en el Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos. Al parecer, en una de las reuniones había osado reírse, trató de fugarse en alguna ocasión y de suicidarse en otra. Las "salas de reflexión y catarsis, acolchadas con plástico blanco, cerradas con puertas blindadas" no parecían suficientes para contener su originalidad. No es el único traslado del estilo que se ha podido documentar.
El centro psiquiátrico, de origen religioso, tuvo cierta relevancia mediática en los años setenta porque, entre otras cosas, se dieron situaciones de tensión entre los y las profesionales de la psiquiatría y las personas religiosas que gestionaban el Hospital. Según se narra en algunas noticias, "a juicio de gran parte de los médicos del centro, la Orden tiene unos criterios caritativos-alienantes que contradicen las exigencias básicas de la asistencia psiquiátrica actual".
El psiquiatra Guillermo Rendueles, que trabajó en el centro, cuenta en una entrevista con Aida Terrón Bañuelos que a Ciempozuelos "llegaban las «irreformables», que incluían de todo: chicas muy pobres, o muy normales que se habían llevado mal con las monjas, lesbianas, que, estas sí, caían todas, porque eran vigiladas a sangre y fuego. Algunas eran chicas duras, no drogadictas aún, pero sí rebeldes de verdad, indoblegables". A una de ellas, Rendueles la ayudó a fugarse. Fue ella quien le explicó cómo tenían que proceder y le dijo: "Sé que me va a follar cualquiera que me coja en coche, pero si consigo dilatarlo 400 kilómetros estaré suficientemente lejos y... «Ya libro»". Rendueles cuenta que lo hizo porque, si te cogían, las consecuencias eran "terroríficas". Terrorífico es que no pidan perdón.
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