En determinadas ocasiones no hay que hablar por ti, sino por el resto. El silencio puede ser un gesto de egoísmo cuando eres un personaje público. Y, al fin y al cabo, cuando María del Monte confirmó su secreto a voces con un mantón de lunares con los colores de la bandera LGTBI fue un regalo que hizo más para el mundo, que para ella. En su entrevista con Jordi Évole recalca una y otra vez que ella no se escondió nunca. "Yo me escondía solo para fumar". Dice una y otra vez que no quiere etiquetas y, de forma acertada, explica que, si un heterosexual no se presenta como tal, una persona homosexual tampoco debería de hacerlo. Pero claro, eso es en un ideal donde no existe la homofobia y no se necesitan referentes para facilitar el camino a los que vendrán.
Pero, aun recalcando una y mil veces que nunca vio necesario verbalizarlo, nos hizo ese regalo. Un regalo que, aunque ella lo maquille, también se lo hizo a sí misma. Niega una supuesta liberación al decirle al mundo "soy una más de todos los que estamos aquí", pero reconoce que desde entonces su pareja pasa a ser su mujer y no alguien que pasaba por ahí y que llevaba 20 años a su lado. Es cierto, no hay que ser muy avispado para darse cuenta. Pero las suposiciones pasan a ser una afirmación cuando se nombra. Porque, como llevamos diciendo tantos años las feministas, lo que no se nombra no existe. María del Monte existía, pero ahora ha facilitado que otras más puedan existir.
He comenzado a escribir dando por hecho que quien me está leyendo sabe quién es esta señora. Es un error. Quizás de Despeñaperros para arriba o en las burbujas y cámaras de eco donde muchas veces nos movemos simplemente sea un nombre que suena familiar, pero a la que no se conoce. Ella es una folclórica andaluza especializada en sevillanas. Si no te interesa mucho el tema y piensas en una es muy probable que se te venga a la cabeza el "cántame, me dijiste cántame". Pues esa es.
Las sevillanas son un palo del flamenco donde solía haber solo hombres, pero apareció ella. Tal y como cuenta tuvo que trabajar mucho y llamar a muchas puertas con su disco debajo del brazo hasta conseguir hacerse un hueco. Pero la importancia de su personaje es mayor al protagonizar portadas de revista por su supuesto romance con Isabel Pantoja y por presentar decenas de programas de televisión que se colocaron en lo alto de los rankings de espectadores. Y esto implica una cosa: llegar a espacios como los salones de los más mayores o de quienes el discurso político más directo les genera urticaria. Esos lugares donde parece imposible entrar, María del Monte lo hace. Porque es esa señora divertida, cercana y honesta que tu abuela adora y que invitaría a tomar café a su casa mientras le enseña las fotos de sus nietos.
En la entrevista se ha descrito a sí misma como folclórica atípica. Creo que no puedo pensar ninguna descripción mejor para ella. Se dedicó a un espacio reservado para hombres, dejó a un lado los kilos de maquillaje y peluquería, largas batas de cola y romances con toreros. Además, por si fuera poco, es la primera folclórica que habla (de forma más explícita) sobre su sexualidad. María del Monte es otra de las que nos demuestran que la idea reaccionaria creada por el franquismo es errónea. El régimen franquista lo intentó. Intentó que la copla fuese la banda sonora de su España y que las folclóricas se convirtieran en el referente de mujer de la época. Pero fracasaron. Porque como dice María Peláe, han sido "revolucionarias encubiertas". Mujeres que han cantado a los amantes, a la soltería, a la pasión o a amar en libertad.
Quisieron utilizarlas para crear su España artificial. Pero no solo fallaron, sino que les salió el tiro por la culata. Muchas durante, y otras ya en la transición, aprovecharon sus espacios para posicionarse a favor de un colectivo que había visto en ellas un refugio. Porque, al fin de cuentas, no hay nada que le guste más a una folclórica que cantar sobre el amor clandestino. Han sido muchas las declaraciones. Algunas mejor aterrizadas que otras. Por ejemplo, el famoso "quién no se ha dado un pipazo con una buena amiga" de Lola Flores, o el "la que más y que menos ha tenido una bollerita", de Marujita Díaz; o el "yo soy progay" de la diosa a la que rezo, Rocío Jurado.
María del Monte es referente sin quererlo. Ha tenido que cumplir 60 años para verbalizarlo. No lo creía necesario. Pero para el mundo sí lo era. Porque Andalucía en general, y el mundo del folclore en particular, necesitaba que alguien hablase claro. Concha Piquer, a principio de los años 30 cantaba "amar, yo quiero amar con libertad porque nací mujer para querer y hacer mi santa voluntad". 50 años más tarde María cantó "mi amor no tiene nombre porque así lo quiero yo". Y tendríamos que esperar hasta 2022 para que, en Sevilla, entre lunares y flecos, mientras íbamos de "peregrinas" buscando referentes a los que agarrarnos, nos "cogiese la mano" para no tener miedo a contar "las flores que salen nuevas en mayo".
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