Otras miradas

El Ejército español tiene un problema con la historia

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

Un militar en un tanque del Ejército de Tierra durante el acto solemne de homenaje a la bandera nacional y desfile militar en el Día de la Hispanidad, a 12 de octubre de 2022, en Madrid (España). Foto: Eduardo Parra / Europa Press
Un militar en un tanque del Ejército de Tierra durante el acto solemne de homenaje a la bandera nacional y desfile militar en el Día de la Hispanidad, a 12 de octubre de 2022, en Madrid (España). Foto: Eduardo Parra / Europa Press

El Ejército español tiene un problema con la historia. Con su historia contemporánea y la manera en que la recuerda. La última prueba es la exposición que se puede visitar desde hace unos meses en el Museo del Ejército bajo el título Reacción e innovación. El gran paso hacia la pacificación del protectorado (1921-1924). Una propuesta que no habría desentonado en la España franquista de 1943. En la España democrática de 2023, sí. Porque todo en la exposición es escandalosamente antidemocrático, empezando por el título. "Pacificación": un concepto cargado de violencia y asociado a la brutalidad de los ejércitos coloniales, neocoloniales y fascistas.

Cirenaica Pacificata es como se llama la obra de Rodolfo Graziani, general de Mussolini y criminal de guerra, en la que cuenta la campaña de exterminio que llevó a cabo en Libia entre 1923 y 1932 y que acabó con un cuarto de los habitantes de la Cirenaica. "Pacificación" es el vocablo que utilizaban los militares y administradores fascistas para referirse a la represión en sus colonias. La misma que empleaban regímenes parlamentarios como el británico y el francés en esa misma época cuando hablaban de la violencia que perpetran en las suyas. "Pacificación" es un concepto que deberíamos haber borrado de nuestro vocabulario.

Todas las guerras coloniales son repudiables, como el colonialismo moderno en general, porque se basa necesariamente en el racismo y la violencia. Por eso lo condena la ONU. Pero es que además en el caso de España la guerra del Rif coincide en parte con una dictadura, la de Primo de Rivera (1923-1930), que estaba reprimiendo una sociedad organizada de forma democrática y constitucional –con todas las limitaciones que podemos imaginar—: el Estado Republicano Rifeño. Así pues, la organización política del Rif estaba más cerca de los valores que defiende nuestra sociedad que la España de la época.

Lo más grave, sin embargo, es que la guerra colonial implicó todo tipo de violencias ilegítimas e ilegales. La exposición habla de innovaciones: el uso de carros de combate, aviación y nuevos servicios sanitarios. Todo estupendo si no se hubieran aplicado en una guerra asimétrica de ocupación. Todo estupendo, también, si las innovaciones técnicas no hubieran incluido los bombardeos aéreos de poblaciones civiles y el empleo de gases tóxicos. Los gases, en concreto, se utilizaron entre 1923 y 1927, después incluso de que España hubiera firmado (aunque no ratificado) el protocolo de Ginebra de 1925.

Volveremos a oír las acusaciones de presentismo contra quienes protestamos. Como si en la época no hubiera ya una firme crítica al colonialismo, tanto nacional como internacional. Como si no hubiera habido un repudio masivo a la guerra de Marruecos por parte de la sociedad española. Como si no se hubieran firmado ya tratados y convenciones que prohibían el ataque a objetivos civiles o el uso de armas químicas. Volveremos a oír que los rifeños cometieron crímenes execrables, como si los crímenes de los rifeños –que fueron, en efecto, execrables— justificaran las violaciones de mujeres, la destrucción de poblados y el asesinato de civiles cometidos por los soldados españoles.

Se puede contar la historia de Marruecos. Es más, habría que contarla en el Museo del Ejército. Pero contarla entera. Contar solo una parte, como hace esta exposición, es una forma de justificar lo injustificable.

El Ejército español tiene un problema con la historia: después de la guerra de Independencia y hasta el final de la dictadura franquista, solo ha participado en guerras civiles y coloniales. Ningún conflicto, entre 1814 y 1975, que le permita mirar al pasado confortablemente. No es un historial bélico de luces y sombras, si queremos usar el tópico manido, sino de sombras. Más o menos oscuras, pero sombras. Ante ello hay tres opciones: una es realizar autocrítica; otra, correr un tupido velo, y otra, celebrar la historia como si aquí no hubiera pasado nada. De las tres opciones, el Ejército suele elegir la peor, que es la tercera. Como en este caso.

El Ejército español tiene un problema con la historia porque la historia que suele celebrar no está en sintonía con los valores democráticos ni con el respeto a los derechos humanos que guían a nuestra sociedad -y a las acciones del Ejército en la actualidad-. Y eso quiere decir que los españoles tenemos un problema con nuestras Fuerzas Armadas. Porque el hecho de que una institución celebre una historia poco democrática siempre es preocupante, pero que lo haga una institución que ha participado en golpes de Estado hasta 1981 lo es mucho más.

El Ejército español necesita cultivar otra memoria institucional. Cambiar su relato histórico. Adecuarlo a los tiempos. Porque cómo entendemos el pasado es una parte fundamental de cómo entendemos el presente y el futuro. Y la forma en que el Ejército entiende el pasado no resulta nada tranquilizadora.

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