Otras miradas

A la atención del Sr. Tamames: Largo Caballero no renunció a sus principios

Rosa Toran

Historiadora. Amical de Mauthausen y otros campos

El candidato de la moción de censura, el profesor y economista Ramón Tamames, durante un debate de la moción de censura, en el Congreso de los Diputados, a 21 de marzo de 2023, en Madrid (España). Foto: Eduardo Parra / Europa Press
El candidato de la moción de censura, el profesor y economista Ramón Tamames, durante un debate de la moción de censura, en el Congreso de los Diputados, a 21 de marzo de 2023, en Madrid (España). Foto: Eduardo Parra / Europa Press

No parece pertinente aportar más argumentos a los que pueblan páginas y palabras que, a día de hoy, rebaten sus afirmaciones tergiversadoras y falaces. Sin embargo, hay un aspecto que si bien, ha sido también abundantemente rebatido, cobra el aspecto de insulto a una persona, honorable con causa, el dirigido a una de las víctimas del franquismo y del nazismo, Francisco Largo Caballero.

A diferencia de otros muchos, Largo Caballero, no renunció a sus convicciones y pagó un alto precio por ello, en contraste a las irrisorias lisonjas que creen merecer los que se han erigido en portavoces de la mentira y el odio. Para los que practican el "vicio" de las lecturas científicas y documentadas, no es necesario reseñar la trayectoria de un hombre que marcó etapas diversas de nuestra historia reciente, con luces y sombras, como es inherente a la condición humana, en contraste a los que hacen dogma de su verdad.

Sin embargo, cabe recordarle, Sr. Tamames, que fue aquel franquismo rancio, el de las reinas católicas, el de las misiones colonizadoras, el del amable sindicalismo y tantas otras bondades por usted rememoradas, el que condenó a Largo Caballero, pues la fiebre persecutoria y punitiva desatada por los golpistas no hubiera dejado de cebarse sobre el que fue secretario general de la UGT, dirigente del PSOE, Ministro de trabajo y presidente del legítimo gobierno republicano. A usted se le olvidó desgranar las cuitas por la que pasó en su exilio forzado, so pena de sucumbir ante un pelotón de fusilamiento en cualquiera de las cárceles españolas, como sucedió con tantos miles de hombres y mujeres, a los que se aplicó un amplio repertorio represivo, pilar básico del nuevo Estado español, surgido del golpe de estado militar, iniciado en las plazas africanas el 17 de julio de 1936. Avergüenza recordar las razones de las condenas, entre ellas el delito de "rebelión", y que sembraron de terror pueblos y ciudades.

También se le olvidó recordar los confinamientos de Largo Caballero y su familia en varias ciudades francesas, la petición de extradición, con acusaciones falsas, por parte del régimen que usted y sus mentores parecen añorar, la negativa del gobierno colaboracionista de Vichy a concederle el visado para partir a Méjico, su detención por los ocupantes nazis, su paso por cárceles o sus interrogatorios en manos de la Gestapo en Lyon, París y Berlín, calvario que culminó con el internamiento en el campo de concentración nazi de Sachsenhausen, el 31 de julio de 1944, cumplidos los 72 años.

Si en las cárceles españolas, durante la larga dictadura, convivieron políticos, sindicalistas, obreros y estudiantes de diversa condición social, también en los campos de concentración nazis penaron hombres y mujeres de todas clases y procedencias, bajo el manto común de la lucha contra el fascismo, primero en España y poco después en todos los lugares de Europa. Y Largo Caballero no hubiera sobrevivido sin el apoyo de compatriotas españoles y antiguos Brigadistas Internacionales que le camuflaron en la enfermería y robaron comida para garantizar su subsistencia; en definitiva, le arroparon ante los estragos concentracionarios y cuidaron de él hasta la entrada de los soldados soviéticos, comandados por un polaco, brigadista que había luchado en Madrid, que le liberaron, el 23 de abril de 1945.

Duele profundamente la falta de respeto, que algunos reclaman sólo para sí, hacia las víctimas, hacia los que, estuvieran o no presentes, fueron actores en la lucha antifascista y antifranquista hasta el final de sus vidas, alejados años luz de los que transitan por los caminos de la mentira y del revisionismo, pueril, pero no menos malintencionado, con el uso de argumentos trasnochados e intereses que remiten a viejos y caducos idearios para desarticular el tejido político, sindical y asociativo y conquistar el poder, con el uso espúreo de las instituciones democráticas.

Sí, Sr. Tamames, admita que hace ya años que entramos y vivimos en el siglo XXI, con retos complejos, ante los cuales nada pueden aportar los salvadores de la patria, si no es la defensa del autoritarismo y la seguridad de mantener privilegios, frente a la conquista laboriosa y cotidiana de los derechos sociales que, tal como debería saber, el franquismo y el nazismo vulneraron en grado sumo. Frente a su indisimulada condescendencia y a sus frases profesorales carentes de rigor, se erige la persona de Largo Caballero, obrero de la construcción que desde sus tempranos y difíciles años de infancia adquirió conciencia de clase, fallecido en 1946 y enterrado en el cementerio Père Lachaise de París, última morada de tantos luchadores antifascistas, hasta su traslado a Madrid en 1978. Y de su legado, lección para los demócratas y oprobio para sus detractores, los mismos que mandaron destrozar a martillazos la lápida erigida en su memoria en la fachada de lo que fue su domicilio en Madrid.

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