Otras miradas

Alcaldía tripartita en Barcelona: capital del diálogo y un faro de esperanza para la izquierda

Jordi Molina

Periodista y asesor político

Barcelona se debate estos días entre una coalición de partidos de izquierdas o un alcalde de derechas, heredero de la vieja CiU. Llevar hasta la máxima expresión la Ley de Vivienda, la apuesta por la pacificación del coche y el turismo o el liderazgo en inversión social está a expensas de lo que pase antes del 17 de junio, cuando se deben constituir los ayuntamientos. El modelo de ciudad, sin embargo, no es lo único que está en juego. Ante la ola reaccionaria anunciada el 28M, Barcelona, como capital internacional, puede ejercer de faro para la izquierda que tiene el próximo 23J la segunda vuelta de un partido que se pronostica complicado.

La partida está abierta. Pese a que PSC, Comunes y ERC tienen en sus manos constituir un Gobierno fuerte con 24 concejales, se podrían imponer los 11 de Xavier Trias. Es tiempo de generosidad e imaginación. Y no parece que haya muchas alternativas a una alcaldía rotatoria a tres bandas anclada en un programa de gobierno estable que recoja aquellos puntos de coincidencia entre unas formaciones que ya han cooperado tanto en Barcelona, como en Catalunya, como en el Estado; que permita dar continuidad a la transformación iniciada hace 8 años por Ada Colau, con los ajustes que sean necesarios y que sitúe Barcelona como capital del diálogo, para encajar también el eje nacional en un acuerdo que solo será posible con la concurrencia de los de Oriol Junqueras.

La llave de este eventual tripartit la tiene ERC, quien, tras su debacle electoral, parece más inclinada a entregar la alcaldía a los post-convergentes para resucitar el relato independentista a las puertas de la nueva contienda electoral. Así lo han expresado ya las bases republicanas en su cónclave, que atribuyen a los acuerdos con el PSOE y Podemos en el Estado el descenso de primera hasta tercera y cuarta posición en Catalunya y Barcelona, respectivamente. Algo que contrasta los pocos complejos de Trias y Junts de sacar a pasear la sociovergencia. Y es que la formación de Puigdemont no está dudando estos días en acordar con los socialistas gobiernos en Sitges, Calafell, Cunit, Calella, Roses, Lloret o la Diputación de Tarragona. Da la sensación de que en el mundo independentista los acuerdos con el PSC son criptonita solamente en función de quien los firma.

Solo algunas voces, como la del exdirigente Joan Tardà de ERC en el Congreso, han apostado abiertamente por una alcaldía en manos de Colau con Ernest Maragall de teniente de alcalde. Parece evidente que en ERC van a necesitar algo más que las buenas intenciones de su colega Tardà para que se imponga su alma social a la nacionalista. Más todavía tras lo ocurrido hace cuatro años, cuando Maragall ganó las elecciones sin poder gobernar. Una espina que en ERC no se han quitado, y que también juega un papel cuatro años más tarde. Por eso, el éxito de la negociación estará en ofrecer a ERC algún tipo de incentivo en forma de reparación, como, por ejemplo, que el hermano de Pascual Maragall ostentase, por un tiempo, la alcaldía de Barcelona. Ahí podría estar la vuelta de tuerca.

Hay experiencias de alcaldías rotatorias a lo largo y ancho del territorio. En Manresa, Junts y ERC se la repartieron dos años cada uno. En Sant Feliu de Llobregat, la fórmula fue 3 años para Comunes y uno para ERC. En Palma se turnaron entre PSOE y MÉS. También la derecha ha experimentado con esa fórmula en Ciudad Real, Albacete, Granada, Alcobendas y Badajoz. Barcelona puede ser también pionera en explorar este tipo de acuerdos. ¿Por qué no se pueden repartir la alcaldía tres líderes si eso ofrece la posibilidad de sostener un programa de gobierno progresista, coherente y que aborde retos que no pueden esperar como la emergencia climática o la urgente regulación de los alquileres?

Sea como sea, el tiempo se acaba y Trias juega con ventaja. Y agita estos días el fantasma de Manuel Valls para hurgar en la herida de los republicanos. Sin embargo, lo único que queda de ese espantajo es su recuerdo de voto. Que, paradójicamente, se dividió entre Trias per Barcelona y PP el pasado 28M. Y es que la victoria del histórico dirigente convergente se entiende principalmente por la movilización de las zonas altas de la ciudad. Dicho de otro modo, sin la movilización de los distritos más ricos, como Sarria-Sant Gervasi, la primera posición estaría tan reñida como lo está hoy la segunda, con socialistas y comunes separados únicamente por un puñado de papeletas.

El tripartit sería capaz de conservar para las izquierdas una ciudad de la simbología de Barcelona. La única gran ciudad que ha resistido a la ola reaccionaria. Sería, además, inspiración para un futuro y eventual Gobierno de coalición en el Estado. Y, sobre todo, daría respuesta a más del 50% del electorado barcelonés que votó opciones progresistas; que no quiere que los sectores más privilegiados, los lobbies y la guerra judicial sean quienes acaben decantando la balanza; que no quieren volver a los años de barra libre hotelera, especulación, u ocurrencias como una pista de esquí en Zona Franca. Barcelona es progresista, merece un Ayuntamiento progresista y la primavera republicana de 2015 sigue latiendo, si se la quiere escuchar.

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