Otras miradas

La utopía es la fuerza

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

Diego Luna como Cassian Andor en Andor, la serie precuela de 'Star Wars; Rogue One'. / LUCASFILM
Diego Luna como Cassian Andor en Andor, la serie precuela de 'Star Wars; Rogue One'. / LUCASFILM

Hará como dos o tres años que empezó la discusión sobre la utopía. No es que antes no existiera, pero la pospandemia hizo que el debate empezara a popularizarse y se extendiera. Quizás la gigantesca experiencia traumática volvió a abrir la pregunta de cómo queríamos vivir. Pronto, esa discusión se encontró con la cuestión climática, lo que apuntaba a una pregunta más compleja: ¿cómo vamos a vivir en un mundo basado en el límite y no en el crecimiento infinito?

Libros como Cuatro Futuros, de Peter Frase; el Ministerio del Futuro, de Kim Stanley Robinson; o Utopía no es una Isla, de Layla Fernández, amplificaron la discusión en nuestro país. El cine, especialmente el cine de Marvel, desarrolló una suerte de "tecnoutopía con problemas" en algunas de sus películas de la Fase Tres, aunque en general los contenidos (especialmente los audiovisuales) han seguido acampando fuertemente en el terreno de la distopía y el realismo capitalista.

Desde que empezó la discusión he tenido una sensación extraña con respecto al mismo. Hace unas semanas me invitaron a participar en unas jornadas sobre el tema, que finalmente tuvieron que cancelarse debido al adelanto electoral, lo que sin duda es una buena metáfora sobre utopía y elecciones, pero empecé a darle vueltas un poco más en serio a esta sensación que voy a intentar explicar.

Partamos de que cualquier deseo de transformación de lo existente implica el deseo de una u otra cosa. Últimamente llamamos a ese "deseo de otra cosa" tener un "horizonte", ir hacia algún lugar. Pero reconozcamos que ha habido mucha capacidad de trasformación en movimientos que partían de un enorme "NO", pienso en el punk o en el propio 15M. Ese "NO" no siempre está lleno de otras cosas al inicio, sólo que es un desplazamiento, pero es el desplazamiento que permite que entren cosas.


El propio concepto de utopía ha ido cambiando. Empezó casi como la descripción de un reino de los cielos que permitía construir una imagen de lo deseable. Pero su verdadera potencia siempre ha venido de la concreción material de ese espíritu. El movimiento de los tres ochos (ocho horas de trabajo, ocho de sueño, ocho de ocio) del movimiento obrero, los procesos decoloniales, el larguísimo y fecundo camino del feminismo y el movimiento LGTBIQ, y también los procesos de apropiación de las máquinas y los conocimientos. Liberar el tiempo, liberar el cuerpo, liberar la identidad, liberar la mente y liberarnos de la amenaza climática.

Mi extrañeza, mi sensación es que ya no hay una relación directa entre tener imágenes de las cosas (lo que queremos) e incluso un plan (la forma concreta de aquello que queremos) y que eso produzca potencia transformadora. Los elementos de la utopía no producen, per se, utopía.

Sabemos que seguir reproduciendo sistemáticamente narraciones de derrota y distopía alimentan la cancelación del futuro en la que nos encontramos y que merece la pena soplar las brasas del fuego para que vuelva a iluminar, pero eso no quiere decir que la producción de imágenes y narraciones deseables produzca una transformación per se. El motivo es que vivimos en un mundo atravesado por una multitud de narraciones, por una enorme dispersión en la atención y una gran dificultad para la persistencia.

Por todo eso creo que hoy por hoy la cuestión utópica más importante es la fuerza. Es la fuerza la que amplifica nuestro deseo y nuestro mayor problema es la ausencia de fuerza. Tenemos el sueño, pero no tenemos la energía disponible para traerlo del reino de la imaginación y el deseo al reino material. La mayor utopía es la fuerza porque somos débiles. Somos sociedades muy débiles. El neoliberalismo dice siempre que el socialismo quiere sociedades débiles para poderlas controlar mientras producen instituciones que debilitan la sociedad de forma sistemática.

Lo que me lleva a Andor.

Andor es una serie ambientada en el mundo de Star Wars. Es la precuela en forma de serie de la fabulosa Rogue One y, sin duda, es el mejor producto de Star Wars de los últimos años.

Andor cuenta una historia muy sencilla, pero que jamás nadie había contado. Cuenta la historia de cómo una persona individual se convierte en "escoria rebelde" y se une a la rebelión contra el Imperio. Y cuenta también la historia de cómo se forma la rebelión en sí. Cómo se construye la "Alianza Rebelde".

No había pensado mucho nunca que "alianza rebelde" no es una marca, sino dos palabras. Una de ellas es alianza. La agrupación de un montón de singularidades. La serie dedica muchísimo tiempo al lento proceso de construcción de esa fuerza. De hecho, la serie es premeditadamente pausada, nada de lo que sucede es fácil, todo es un proceso lento, lleno de pequeños pasos quizás fútiles y que no hay ninguna garantía de que lleguen a buen puerto. Las fuerzas de la rebelión no se entienden, no comparten un mismo planteamiento político y, a menudo, están enfrentadas. No hay un plan claro y cada uno cree (paradojas) que la salida del infierno (la utopía), la clave para acabar con el Imperio está en lo que cada uno de ellos está haciendo, por más que en ocasiones sea contradictorio.

Me interesa mucho esta idea de que la utopía es la fuerza y la construcción concreta del sujeto rebelde. Creo que en la construcción concreta del sujeto rebelde se encuentran muchas más pistas de cómo podemos organizar los imaginarios que emanan de los relatos utópicos.

Nuestro problema no es, por tanto, hacia dónde vamos. Conocemos una parte de los horizontes. No digo que no haya que trabajar en esa dirección también, pero el problema más gordo tiene que ver con la fuerza. ¿Qué nos separa de la fuerza? Resolver esa pregunta es, creo, la clave inmediata que tenemos que resolver toda vez que el Imperio sigue dominando la vida en el planeta.

Partamos siempre de que la utopía no es el equivalente de la esperanza, la utopía es y siempre ha sido una herramienta, una palanca.

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