Otras miradas

'Ella Muere Mañana', Panem y las elecciones generales

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

La mañana del 24 de julio, un día después de las elecciones generales, un buen amigo subió a Instagram un video en el que daba un paseo por las calles de Madrid. Debía ser muy pronto, o quizás el verano ya había vaciado las calles, pero la sensación era de una ciudad que dormía después de una fiesta. Mi amigo paseaba por la calle silbando el Bella Ciao. Era un gesto de afirmación, no de resistencia. Un gesto individual de victoria, de celebración íntima y, a la vez, expresada públicamente a través de una red social.

Unas horas antes, de madrugada, otra amiga se había encontrado a un grupo de jóvenes que venían de la celebración electoral del Partido Popular en la calle Génova. Caminaban cabizbajos, poco animados, uno de ellos llevaba una bandera de España que tiró a la basura con desdén. Las dos imágenes, el paseo matutino y el gesto de tristeza nocturno se enredan en mi cabeza como dos caras de los resultados.

Ella Muere Mañana es una película de terror, angustia y humor negro en la que su directora y guionista, Amy Seimetz, canaliza diferentes ansiedades y que se estrenó en julio de 2020, su mezcla de pánico doméstico y estupefacción capturaba perfectamente el estado emocional post-confinamiento.

En la película, la protagonista tiene la certeza de que morirá al día siguiente, un terror íntimo que no sabe cómo gestionar. Cada vez que le cuenta a alguien lo que le pasa esa persona también tiene la certeza absoluta de que morirá al día siguiente. La angustia no se traspasa de un cuerpo a otro, sino que se multiplica. El miedo crece por contagio, quizás el miedo es la propia enfermedad.


Me pregunto si lo que sucedió en las elecciones generales no fue una suerte de Ella Muere Mañana de signo contrario. Los primeros días en los que lo pensaba lo llamaba "antifascismo de baja intensidad", pero en seguida me pareció un concepto injusto. Por "baja intensidad" quería decir algo que no estaba organizado, que no se estructuraba como en las movilizaciones más o menos tradicionales que conocemos, sino que partía de una lógica individual a través del voto, pero lo cierto es que esa manera de atender al acontecimiento es muy reduccionista, precisamente su condición anónima es lo que lo hace fuerte. Se podría decir que la "mayoría silenciosa" ha cambiado de bando. Pero es que tampoco es cierto que fuera silenciosa, sino más bien un tejido social formado por redes que pasan lejos y fuera del espacio de la opinión publicada, y retransmitida a través de streaming. Una fortaleza basada en amigos y familiares, en diálogos privados y apelaciones públicas a la importancia del voto. Un voto defensivo, si, pero con toda la potencia de cualquier "no".

Ella Vive Mañana sería el título de esa película en la que millones de personas se confabulan en cenas, charlas de WhatsApp, mensajes de Instagram y llamadas de teléfono, para echar el freno de mano y evitar una victoria del odio que todo-el-mundo daba por hecha.

Hablemos ahora de Panem. Panem es la capital del mundo que despliegan los libros de Suzanne Collins en Los Juegos del Hambre. Panem no es sólo una capital administrativa y la representación de un poder dictatorial que domina los distritos que se enfrentan en los juegos que dan título a las novelas y películas, sino sobre todo es la capital de un sistema de comunicación.


Panem es el sistema de dominio a través del lenguaje de la televisión y el reality. La sociedad española se ha rebelado a Panem, ha dejado de creerse la programación habitual de sus pantallas (sean pantallas de televisión o de móvil) han escapado de un cerco mediático hechos de programas del corazón convertidos programas de línea política y producción de pánico, han escapado de la esfera post-mediática de los youtubers que enseñan machismo y monetizan el odio. Ha escapado de la producción masiva de encuestas para estrechar lo posible.

Panem sigue hoy emitiendo con gran éxito de público, pero con un público que sabe que no es suficiente, que por ahí seguirán perdiendo elección tras elección y que lo más cerca que estuvieron de la victoria fueron las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo.

Sobre esas elecciones podríamos decir que el resultado dibuja lo que pasa cuando esa red de la sociedad civil no está lo suficientemente articulada y tensa, sino más bien apática. Como bien dijo hace unos días el periodista y escritor Ignacio Pato, lo que tenemos tras estas elecciones generales no es una "línea del frente" sino un "hospital de campaña".

Por eso la pregunta fundamental para los próximos meses no es sólo cuándo y cómo se construye un gobierno que de respuesta institucional a esa mayoría social, sino sobre todo, como podemos fortalecer esa sociedad. Los líderes neoliberales hoy parcialmente derrotados insisten en que el objetivo de los proyectos políticos emancipadores es tener una sociedad débil, pero siempre se trató de lo contrario. El neoliberalismo produce sociedades débiles, de individuos aislados y competitivos mientras alerta de las sociedades débiles. Cualquier proyecto de futuro pasa por construir sociedades más y más fuertes, más y más libres.

El protagonismo social de nuestra película Ella Vive Mañana ya ha escapado de Panem por la vía de la fuga. Lo que no te importa, no te apela, no te interesa, no te llama, no te mueve. Se trata de ser capaces de ayudar a que todo lo que hay de pasiones positivas en esa fuga se exprese con la mayor fuerza posible. Eso tiene muy poco que ver con contar "las verdades". Por eso los proyectos comunicativos basados en educar a esa mayoría social van ya por detrás de ella, se trata más bien de reconocer que esa mayoría no necesita pedagogía, sino formas de amplificar su propia potencia.

Podemos empezar por garantizar que tenga tiempo (y un lugar dónde vivir).

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