Puigdemont lleva seis años acusando a ERC de todo tipo de bajezas, erigiéndose en el verdadero true patriot frente a un Junqueras que, según su versión, sería un vendido. Seis años de esta guisa no son pocos, asegurando que el independentismo no estaba para ‘estabilizar’ Gobierno alguno en Madrid, sino precisamente para desestabilizarlo. Y que lo de ERC era puro colaboracionismo con el enemigo. Así ha sido mientras sus votos no han contado un pimiento. Pero ahora, cuando sí cuentan aritméticamente, Puigdemont se ha lanzado a tumba abierta a un proceso de diálogo y negociación con la izquierda española. Pese a todo lo dicho, sin rubor alguno. Esa estrategia era la evidencia de la rendición a ‘cambio de nada’, un nocivo mensaje que inexplicablemente las gentes de ERC dejaron pasar casi sin réplica alguna. Por eso, precisamente por eso, el quinto aniversario del 1 de octubre –el año pasado- fue un mitin incendiario de Puigdemont luego de una vergonzosa bronca contra Carme Forcadell, la mujer republicana que dio la cara cuando Puigdemont se escondió en octubre de 2017.
Lo de Puigdemont-como lo del PNV- era y es ante todo un ataque de celos. Tradicionalmente hegemónicas, ambas formaciones están experimentando un proceso de pérdida o erosión de esa hegemonía. En dos frentes, además. En el propio y en el de Madrid ante la emergencia o empuje de las izquierdas independentistas que amenazan ese rol tradicional de la centroderecha nacionalista.
En el caso del PNV no puede ser más claro ante el Bildu de Otegi, le ha levantado en esta legislatura el papel preferente de interlocutor en Madrid. Pero además ha prácticamente igualado su presencia municipal, que si el PNV ha logrado retener institucionalmente ha sido gracias a los acuerdos generales con el PSOE y al papelón puntual del PP para frenar a Bildu. Para más inri el horizonte dibuja una plausible pesadilla para el PNV por cuanto Bildu puede superar al PNV en unas autonómicas.
Justo lo que sucedió en Catalunya en 2021. Tal fue el cabreo de Puigdemont que no quería seguir en el Govern. Es más, fulminó a su secretario general (Jordi Sánchez) después de que éste se atreviera a contradecirlo y pactara con Aragonès el nuevo Govern. El expreso ya no está en política. Salió en cohete de la dirección de Junts. Es el precio que se paga en un partido que tiene un jefe que ejerce un rol totémico tal que contradecirle es un anatema.
Como deseaba Puigdemont, Junts ya no está en un Govern presidido por ERC. Forzó la salida con el portavoz Batet leyendo la cuestión de confianza de Puigdemont a Aragonès que era, de hecho, una moción de censura encubierta. Y como se vio en la reciente intervención del portavoz Batet -la voz de su amo- en el Debate de Política General en el Parlament, la aversión a los republicanos no va a menos si no a más. La verdadera prioridad del centroderecha catalán es sólo una, recuperar la hegemonía en el espacio soberanista. Que luego gane el PSC es absolutamente secundario y accesorio. Arnaldo Otegi debería tomar nota. Porque el PNV no dudará en pactar con quien sea para mantenerse en el poder y relegar a Bildu a la oposición.
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