Otras miradas

Qué es un escrache (y qué no): una guía para despistados

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

El diputado electo y secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, a su llegada a la Sesión Constitutiva de la XV Legislatura en el Congreso de los Diputados (Foto de Archivo). -ALBERTO ORTEGA / Europa Press
El diputado electo y secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, a su llegada a la Sesión Constitutiva de la XV Legislatura en el Congreso de los Diputados(Foto de Archivo). -ALBERTO ORTEGA / Europa Press

A raíz de la reciente agresión que sufrió el diputado Óscar Puentes ha resurgido el debate sobre las acciones ciudadanas contra los políticos y su legitimidad. En la derecha, muchos lo justifican bien como forma aceptable de expresión política de una ciudadanía harta, bien como respuesta proporcionada a acciones similares llevadas a cabo por la izquierda, concretamente aquellas que se engloban bajo el término "escrache". ¿Pero es el acoso que sufrió Puentes realmente un escrache? Y si lo es, ¿es un escrache legítimo? Una mirada histórica nos puede ayudar a clarificarlo.

El origen del escrache, como manifestación popular contra un político, en su casa o en un espacio público, tiene su origen en Alemania hace unos 60 años. Frente a la visión idealizada que tenemos en España, durante las primeras dos décadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en Alemania se corrió un tupido velo sobre los crímenes del nazismo. Muchos nazis de a pie, y algunos prominentes, se reincorporaron a la administración, el ejército, la universidad o la política sin mayor problema. La idea era mirar al futuro y olvidar lo peor del pasado (¿nos suena?).

Si embargo, la generación que llegó a la mayoría de edad en la década de los 60 y que no tenía memoria directa del régimen hitleriano comenzó a considerar inaceptable el olvido de los crímenes y el perdón a los criminales. Algunos activistas decidieron entonces pasar a la acción exponiendo a colaboradores del régimen nazi, incluidos oficiales de las SS y guardas de campos de concentración. Y lo hicieron a través de lo que hoy llamamos escraches: se manifestaban frente a las casas de los antiguos nazis, las marcaban con grafitis, ponían carteles y exigían que que fueran llevados a juicio.

Dos de los activistas más conocidos Beate y Serge Klarsfeld lograron, de hecho, que se procesara a numerosos perpetradores implicados en la deportación y exterminio de judíos franceses, incluido el infame Klaus Barbie. Beate llegó a abofetear al canciller alemán Kurt Kiesinger, antiguo militante nazi y miembro del aparato de propaganda del Ministerio de Asuntos Exteriores.


Si hoy en Alemania existe una memoria pública y oficial abiertamente antifascista es, en buena medida, por las acciones de los activistas de los años 60 y 70, incluidos los escraches.

Esta forma de intervención política fue adoptada por los argentinos y los chilenos en relación a las dictaduras que sufrieron en los años 70 y 80. Los escraches tienen por objetivo exponer a quienes participaron en la represión y que, tras ser juzgados y condenados, se beneficiaron de indultos o que nunca llegaron a ser juzgados.

En nuestro país, el escrache llegó en los años 10 de la mano de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. El elemento en común que une a estas manifestaciones en Alemania, el Cono Sur y España es una falta flagrante de justicia ante una violación de derechos fundamentales –el acceso a una vivienda digna es, recordémoslo, un derecho fundamental y así lo recoge el artículo 47 de la Constitución.

¿Existe una vulneración de derechos fundamentales y una ausencia de respuesta por parte de la justicia que expliquen el acoso a Óscar Puente, a Irene Montero o a Pablo Iglesias? Decididamente no. En estos casos lo que se dirime es una desavenencia ideológica. Y dirimir una desavenencia ideológica con acoso y señalamiento no tiene nada de democrático y sí mucho de autoritario. Lo cual, por cierto, vale tanto para la izquierda como para la derecha. El escrache solo es legítimo cuando se ha producido una vulneración de derechos sin respuesta.

Para entender la diferencia entre escrache y simple acoso resulta útil, además, la distinción que plantea el antropólogo Didier Fassin entre resentimiento histórico e ideológico. El resentimiento histórico, según este autor, es el que caracteriza a grupos histórica y objetivamente marginados, como pueden ser las poblaciones indígenas o las comunidades afrodescendientes. El resentimiento ideológico es el de aquellos grupos que han sido tradicionalmente dominantes, pero que, al ver sus privilegios mínimamente en peligro, pasan a autoidentificarse como víctimas: aquí podríamos mencionar a quienes se consideran marginados por ser blancos cisheteros ("para cuándo un día del hombre heterosexual") o algunos grupos ultracatólicos que afirman sufrir persecución por su fe.

Para legitimarse, los resentidos ideológicos se apropian del estatus de víctima de aquellos que han visto vulnerados sus derechos. Y pretenden hacer lo mismo con sus tácticas de resistencia: como el escrache y la manifestación, esta última cada vez más utilizada por la derecha populista.

Frente a la confusión interesada que vemos en algunos medios y entre algunos políticos de derechas, resulta absolutamente necesario distinguir entre escrache y acoso. Si no lo hacemos, corremos el riesgo bien de defender la violencia pura y dura contra el rival político; bien lo contrario: prohibir cualquier tipo de expresión política que no sea la estrictamente representativa –y ahí tenemos a los activistas contra la crisis climática etiquetados como terroristas. Ambas posturas son tóxicas para la democracia.

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