Otras miradas

Nuevas elecciones desastrosas en la República Democrática del Congo

Juan Ribó

Politólogo/Sociólogo especializado en observación electoral internacional

El presidente de la RCD, Felix Tshisekedi, durante la inauguración de su investidura.- REUTERS
El presidente de la RDC, Felix Tshisekedi, durante la inauguración de su investidura.- REUTERS

El pasado 20 de diciembre tuvieron lugar las elecciones presidenciales, legislativas, provinciales y locales en la República Democrática del Congo (RDC), uno de los países pobres más ricos del mundo (cobre, cobalto, coltán), pero con las infraestructuras más obsoletas, las mayores y más infranqueables distancias, y con bolsas de pobreza acuciante y abyecta (el 62% de la población vive con menos de un dólar diario), siendo además el cuarto más poblado de África, donde ocupa una posición central, con unos seis millones de desplazados internos. Es el segundo más extenso del continente (77 veces más grande que la antigua metrópoli, Bélgica), ostentando el índice de corrupción 166 entre 180 examinandos, según Transparency International (frente a un 18 de Bélgica, o un 35 de España).

Los comicios ahí concitan mucho interés internacional, a tenor de lo arriba expuesto, y porque su turbio pasado aún afecta a su presente, con repercusiones regionales demasiado importantes. La RDC llega a estas elecciones con dos provincias orientales en estado de excepción desde hace dos años (Kivu Norte e Ituri), y unas relaciones tirantes con, por lo menos, las vecinas Uganda, Ruanda y Burundi.

Se desconoce el dato exacto, pero se cree que entre cien y doscientos grupos armados pululan por el país, con graves atentados a los Derechos Humanos, y choques continuos con el ejército (quien tampoco se libra de muchas exacciones), y la presencia de tropas internacionales en retirada: entre otras, las amparadas por la MONUSCO desde el fin de la Segunda Guerra del Congo en 1999 (Resolución 1279 del Consejo de Seguridad), una de las fuerzas de interposición más longevas de la ONU, y una de las mejor dotadas en tropas y personal civil. Entre sus atribuciones, aún hoy: el apoyo material para la celebración de elecciones, velar por el traspaso pacífico del poder e intentar consolidar la estabilidad en la RDC. Ingente tarea, aún en curso, como se verá.

Con estos mimbres se celebró la votación, arrojando una participación de solo el 43% del electorado, y sin necesariamente concluir ese 20 de diciembre, pues muchos colegios electorales a lo largo y ancho del país estuvieron permitiendo el voto incluso más allá de Navidad, estirando la ley electoral hasta límites demasiado generosos, en lo que la prensa internacional ha calificado como shambolic elections (caóticas, desastrosas).


El resultado, desgranado con prudencia todos estos días por la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI), y ya confirmado en la más alta instancia judicial del país el día 10 de enero, habría dado la victoria al presidente saliente y su coalición electoral, Félix Tshisekedi y la Unión Sagrada, cosechando un 73,34% de los votos, frente al 18,08% de su más inmediato contendiente, Moïse Katumbi, exgobernador de la rica provincia de Katanga, y de origen sefardí.

En 2018, Tshisekedi ya "ganó" unas elecciones muy cuestionables, que muchos observadores nacionales e internacionales tildaron de "robo" a su principal contendiente de entonces, Martin Fayulu. Queda patente hoy de nuevo cierto regusto plebiscitario, como se ve, que deja muchas razones para el escepticismo, ante las evidencias, de nuevo documentadas, de fraude: censo electoral muy deficitario, cédulas de identidad defectuosas, o directamente ilegibles, material electoral que no funcionó o nunca llegó a los colegios, intimidación a los electores y observadores, tabulación poco transparente de resultados escrutados, pobre transmisión de datos entre instancias electorales, de Kinshasa a las provincias, y viceversa, entre otras irregularidades.

Demasiadas cosas fallaron como para felicitar al ganador o al país en su conjunto, más allá de los aplausos disimulados de EE.UU., China y Francia, que vendrán, y, además, parece que va a ser preciso cerrar los ojos y seguir adelante. Pura realpolitik.


La Unión Europea (UE) intentó una observación electoral, su cuarta en el país desde 2005, desplazando a Kinshasa, ya muy avanzado noviembre, a 42 observadores de largo plazo, que, sin embargo, nunca pudieron desplegarse hacia las regiones asignadas, por negarles a última hora las autoridades de RDC la comunicación satelital propia, como es práctica corriente e imprescindible en misiones internacionales, donde hay que evitar a toda costa depender exclusivamente de los operadores locales.

Todo un equipo de 42 observadores voló a Kinshasa sólo para ser prácticamente expulsado del país dos semanas después, a principios de diciembre, por un enroque o pulso de poder entre el Gobierno de RDC con la UE, con la excusa de la comunicación satelital denegada. Un país, no se olvide, en pleno ejercicio de su soberanía, que había solicitado ser observado y había invitado a la UE, pero que a última hora cambió de opinión.

Puede ser también que la misión de la UE llegara demasiado tarde (un mes de antelación en un país tan inmenso e impredecible es poco tiempo), y tenga que sacar sus propias conclusiones hoy ante este desastre, una misión electoral precipitada, bisoña y temeraria que interpelaría, entre otros, al gabinete del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Josep Borrell. Que quedara en Kinshasa una misión técnica y testimonial de la UE, de sólo ocho "expertos" no sería consuelo, ya que poco podrá conocer esa misión, reducida a su mínima expresión, sobre el proceso electoral en curso, "observando" desde el hotel Hilton de Kinshasa, las inabordables e inmensas provincia. "¿Por qué no hacerlo cómodamente desde Bruselas y demás capitales europeas?", se preguntan muchos embajadores acreditados en Kinshasa, entonando un mea culpa difuso.


En el pasado, la UE ya observó tres comicios importantes en RDC (referéndum constitucional de 2005, y elecciones generales de 2006 y 2011) emitiendo 102 recomendaciones de mejora de procesos electorales futuros, sin que muchas hayan sido tenidas en cuenta. Otras misiones de observación internacional, como la del Carter Center, ésta sí más reducida que la inicialmente ambicionada por la UE, sí han podido "observar" desde sólo once provincias (el país cuenta con veintiséis), acabando, no obstante, por morderse la lengua: no en vano preside esa misión del Carter Center una expresidenta centroafricana.

La observación electoral nacional ha sido facilitada sobre todo por las iglesias católica y protestante, con sus más de 25.000 observadores, sin que este despliegue puramente congoleño haya hecho mella en el poder: la principal observación nacional, la CENCO (Conferencia Episcopal Nacional del Congo) habla sin ambages de "catástrofe electoral", pero todo es ya en vano.

Es tal el descrédito institucional y el desencanto general con el funcionamiento de la democracia, que sólo uno entre los muchos contendientes a la magistratura presidencial (un casi desconocido Théodore Ngoy) ha impugnado los resultados, rechazando de todas formas esta petición el Tribunal Constitucional, por considerarla "infundada". Así pues, Tshisekedi acaba de ser proclamado presidente el pasado sábado 20 de enero, para un segundo mandato de cinco años, con alguna algarada en el este del país. "Deploramos la indiferencia y la chocante complacencia de la diplomacia internacional", es todo lo que acierta a decir en un comunicado el ginecólogo y también candidato presidencial, Nobel de la Paz en 2018, Denis Mukwege, ya rendido. Y quién le culpa.


¿Quo vadis RDC? ¿Quid de tus elecciones? ¿Qué precedente sienta esto para la democracia en un continente tensionado entre la Françafrique que no se acaba de ir, la inestabilidad en el Sahel y el Cuerno de África, las muchas independencias aún por lograrse (a menudo de las propias élites corruptas), la ambición extractiva occidental y china sobre todo (tan depredadora la una como la otra), los mercenarios del Grupo Wagner (y otras organizaciones paramilitares), siempre a disposición, y, last but not least, una Rusia belicosa y enconada y un EE.UU. desnortado, de nuevo enfrentadas en guerras subsidiarias?

Y la UE, con todo su despliegue, ¿qué conclusiones saca de estas elecciones y su misión de observación electoral fallida, juzgada por algunos temeraria por tardía y mal planificada? ¿Se pasa página sin más? Duele ver esto como una oportunidad perdida en un país crucial, malogrando su presupuesto nacional cada cinco años en elecciones desastrosas: el segundo más grande de África, recordémoslo, con sus millones de habitantes traicionados y desencantados, y un fabuloso tesoro mineral en un subsuelo que bulle, tan crítico para el futuro del mundo. No puede dejar uno de pensar en Joseph Conrad y su magistral "Corazón de las Tinieblas". Atentos.

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