Otras miradas

La boda de Almeida: La España eterna

Marta Nebot

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, y la sobrina segunda del Rey Felipe VI, Teresa Urquijo, salen de su boda en la parroquia San Francisco de Borja, a 6 de abril de 2024, en Madrid (España).
José Luis Martínez-Almeida y Teresa Urquijo salen de su boda en la parroquia San Francisco de Borja, a 6 de abril de 2024, en Madrid. A. Pérez Meca / Europa Press

Veo ese vestido blanco, el mismo que vistieron su madre y su abuela, y me pregunto qué significa. Durante siglos, en ese ámbito, significó que la novia llegaba al altar habiendo cumplido su promesa de pureza – entendida como abstinencia sexual absoluta–, es decir, como virginidad hasta obstétrica. Hoy veo ese vestido blanco, me acuerdo de las relaciones de esta pareja con instituciones religiosas incluido el Opus Dei, y me pregunto qué significa en pleno siglo XXI. Y veo todo lo demás y la pregunta se me hace bucle.

Los novios, José Luis Martínez Almeida y Teresa Urquijo, el alcalde y la royal –aunque sea como prima quinta–, celebraron –dicen– una boda "austera" en la iglesia de los jesuitas, en la calle Serrano, y un convite en finca familiar donde corren caballos, con más de 600 invitados, muchos de la realeza y la aristocracia política.

El rey emérito y su reina –aunque estén más separados que las antípodas–; las infantas con algunos vástagos, una con traje pantalón –como hazaña estilística–; varios marqueses y condeses y hasta una princesa extranjera; Alberto Núñez Feijóo y su señora –que a la boda sí pero no a la comilona–; Esperanza Aguirre con su conde, pero sobre todo vestida de madrina de boda trans con floripondio en la cabeza más grande que ésta y chaqueta dorada de brillibrilli sobre vestido con todas las flores del planeta; Isabel Díaz Ayuso, vestida de fucsia y hombro al aire del brazo de su novio postizo para las ocasiones oficiales, Alfonso Serrano, rebautizado esta semana como el señor de las Coca-colas; cuatro presidentes autonómicos; un expresidente vigoréxico y su Botella; el ayuntamiento al completo, incluida Marta Rivera de la Cruz, la tercera teniente alcalde o también conocida como lo que queda de Ciudadanos, que también eligió el fucsia... Todos juntos, ideales y relucientes, envueltos en una nube de perfumes que marea hasta olidos por pantalla, a kilómetros de distancia.

Y es que "La boda del año" tuvo sus retrasmisiones en directo en la tele pública de los madrileños. Retransmitieron las llegadas y las salidas. Nieves Herrero nos contó los detalles con su voz de sonrisa infinita.

El pueblo de Madrid no falló. Abarrotó su acera y la de enfrente, en el perímetro justo calculado para que en las fotos pareciese que había mucha gente sin que hubiera que cortar el tráfico. El reparto de género y edad del respetable fue el habitual en estos casos: el 80% eran mujeres de más de cincuenta años.

El alcalde no lucía flor en la solapa. Llevaba en cambio un pin que se hizo hacer para la ocasión a imagen y semejanza de la medalla de regidor, por si alguien dudaba de la oficialidad del acto. Será que el alcalde de verdad cree que un evento así puede representar a todos los madrileños.

La iglesia de San Francisco de Borja, que así se llama, era la favorita de Carmen Franco, la hijísima, que celebró allí mismo todos los 20N que pudo. Se empezó a construir en 1946, el mismo año en que Franco tuvo que pedirle a Perón que le mandara barcos con trigo porque en España no había con qué comer pero sí con qué construir iglesias pretenciosas.

El convite, para cerrar el círculo, se celebró en la finca de los abuelos de la recién casada, llamada El Canto de la Cruz. En sus 25 hectáreas crían caballos purasangre y celebran competiciones equinas, a las que su abuela, prima del emérito, es muy aficionada.

Los reyes de ahora, Felipe y Letizia, fueron invitados pero declinaron la invitación "por no atentar contra la neutralidad política que se le supone a la Corona".

Los que justo ahora no la llevan no parecen atender mucho a dicha neutralidad. Hubo foto de lo que queda de la familia real fuera de la Zarzuela. Hubo foto del emérito con Almeida a petición del ex rey, que buscó protagonismo. El alcalde, después de las reverencias oportunas, llegó a agacharse hasta el suelo para recogerle su bastón caído. El emérito resplandeció en su decrepitud. Parecía que corría de lo rápido que andaba con su bastón en una mano y, en la otra, su muleta humana.

A la mayoría de los mortales nos enseñaron que todo no se puede. Nos lo enseñaron nuestros mayores o la vida a base de hostias. Los de la boda de ayer nunca recibieron esa lección. Ellos pueden todo, todo y todo; incluido seguir siendo vitoreados en el centro de Madrid después de reírse en la cara de toda España.

Y es que la España eterna puede estar tranquila: la gobiernan los de siempre, los eternos y esa es la conclusión más clara. El señor alcalde decidió casarse en la misma iglesia donde lo hicieron sus padres en tiempos más tranquilos, su señora novia llevaba el vestido de novia de su madre y su abuela, el ex rey estaba allí junto con todos esos políticos que no la gobiernan impedidos por la dictadura de Sánchez. Sin embargo, algunos lo hacen, en algunos trocitos más o menos importantes: este señor bajito que los madrileños, por ejemplo, elegimos, ayer decidió recompensar a sus votantes ofreciéndoles la escenificación perfecta de aquella tranquilidad primaria: no se preocupen, parecía decirles, la España de toda la vida sigue viva y manda.

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