Otras miradas

Zé Povinho y la revolución de abril

Diego Palacios Cerezales

Manifestación por el aniversario de la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1983.- Henrique Matos
Manifestación por el aniversario de la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1983.- Henrique Matos

Cincuenta años se cumplen de la Revolución de los Claveles. El golpe de los capitanes fue muchas cosas. El fin del último imperio colonial europeo. El inicio de una oleada de democratizaciones en Europa. Y, también, el desencadenante de una crisis política que llevó a una situación revolucionaria en la cual, por última vez en Europa, una coalición revolucionaria de civiles y militares tomaba las riendas del Estado, enarbolaba la bandera roja y se empeñaba en la transformación socialista del país.  

Las imágenes más icónicas del día del golpe muestran la inmensa alegría popular por el derrocamiento de la dictadura. Las operaciones fueron inicialmente exclusivamente militares, pero durante el mismo día fue la gente de la calle, los y las jóvenes politizados de universidades e institutos, los obreros del sindicalismo clandestino, las vecinas y vecinos, quienes sellaron el significado del golpe como una liberación, cercaron multitudinariamente la sede de la policía política –que mató a tres civiles a tiros—y se dirigieron a las cárceles para exigir la liberación de los presos políticos. El golpe empoderó la participación popular y, al tiempo, esa participación dificultó la estabilización institucional, creando las condiciones para una dinámica política de aceleración revolucionaria. La participación popular transformó el golpe en una revolución. 

Durante 19 meses, entre abril de 1974 y noviembre de 1975, la efervescencia popular en todo tipo de comisiones populares, asociaciones, iniciativas locales, manifestaciones, mítines, protestas laborales y movimientos y campañas culturales fue el rasgo marcante de la vida política de los portugueses. Se movilizaron quienes querían una independencia inmediata de las colonias y los que creían en el socialismo y la colectivización de la economía, pero frente a ellos también salieron a la calle quienes temían que la reforma agraria les hiciera perder sus propiedades o que el liderazgo revolucionario de los militares desembocase en una nueva dictadura. En las primeras elecciones, en abril de 1975, la mayoría de los portugueses votó a partidos que se identificaban con ese pluralismo. Ese resultado electoral estructuró además los rasgos fundamentales de la alternancia política de las cinco décadas siguientes.  

La siesta de Zé Povinho 

Varios analistas se han empeñado en desentrañar los legados en la cultura política de la democracia portuguesa que debería haber dejado la experiencia de la revolución. Estudios sofisticados, como los del profesor Robert Fishman, fuerzan la imaginación para sostener que la calidad democrática portuguesa es superior a la española y que esa superioridad sería un legado de la ruptura revolucionaria. Los estudios comparados sobre actitudes, valores y comportamientos políticos, sin embargo, han sido tozudos mostrando que la democracia portuguesa se ha caracterizado por la desmovilización cívica en una proporción aún mayor que la española. Desde la década de 1990, los trabajos del sociólogo Manuel Villaverde Cabral dan cuenta de que el rasgo peculiar de la cultura política portuguesa es la enorme sensación de ajenidad al poder que comparte una gran proporción de la población.  


La distancia al poder es un rasgo estructural de la sociedad que ha atravesado la modernidad del país vecino. Rafael Bordalo Pinheiro, el gran caricaturista portugués del último tercio del siglo XIX, proyectaba una visión ácida de la vida política de su tiempo: corrupta, materialista, oligárquica y pretenciosa. Su creación más exitosa fue un personaje, Zé Povinho [Pepe Pueblico], que caló con fuerza en el imaginario portugués. Recién emigrado del campo a la ciudad y fundamentalmente honesto, desde las primeras viñetas en las que apareció en 1875, como espectador asombrado de los tejes y manejes de la clase política, Zé Povinho personificó al propio pueblo portugués. Muy pronto otros caricaturistas lo adoptaron para sus propias viñetas; aparecía en el teatro de revista y en postales; incluso en el parlamento, los diputados lo citaban como representante del portugués desvalido ante la administración, que pagaba los impuestos pero luego no recibía ninguna atención del poder político. Su figura moldeada en barro se convirtió también en un fijo de los talleres de alfarería popular, habitualmente haciendo un corte de mangas.  

Zé Povinho era el pueblo que había protagonizado las revoluciones liberales del siglo XIX. Pero también el que se echaba la siesta tras cada victoria revolucionaria y dejaba que las elites siguieran gobernando a sus espaldas. Era capaz de movilizarse por grandes ideales, pero tras cada victoria se retiraba del primer plano. 

Como en el siglo XIX, en vez de legar una fuerte cultura participativa, la efervescencia popular de 1974-1975 dio de nuevo paso a un periodo de reflujo. Ha habido manifestaciones, huelgas y movilizaciones en muchas coyunturas de los últimos cincuenta años de vida democrática en Portugal, pero en unas proporciones contenidas, y acordes con un país europeo de poca participación. Ese reflujo se ha registrado también en la participación electoral. 


2024: un cambio de tendencia 

En las primeras elecciones democráticas, en 1975, votaron el 92% de los portugueses inscritos. La revolución, en ese sentido, legó una alta tasa de participación, pero con la consolidación de la democracia esa participación fue erosionándose un 10% por década. Para la crisis de 2008, Portugal se había convertido en un país electoralmente desmovilizado, con tasas de abstención siempre por encima del 40%. 

Por primera vez en cincuenta años, la tónica de la abstención creciente se quebró en las recientes legislativas del 10 de marzo de 2024. Más de seis millones de portugueses y portuguesas fueron a votar, el 66%. Puede parecer una participación modesta, pero desde 1980 no votaban tantos ciudadanos, y eso que entonces había menos población y suponían el 84% del censo. Así, la votación de 2024 ha revertido cinco décadas de declive y suponen un 14% más de participación que en los anteriores comicios.  

El aumento de la participación ha coincidido con una modesta victoria de la derecha tradicional y, sobre todo, con el enorme crecimiento de Chega, un partido anti-partidos alineado con la derecha radical europea. Antes de las elecciones, las principales encuestas sobre actitudes y valores destacaban dos datos en las actitudes de los portugueses: la creencia generalizada en la corrupción de la clase política y la banalización de sentimientos racistas. Zé Povinho vuelve con su corte de mangas a la clase política. 

Si hace quince años se hablaba de la excepción ibérica por la debilidad de la extrema derecha, el ascenso de Vox en España, hoy estancado, y ahora el más espectacular crecimiento de Chega en Portugal, han sincronizado las democracias ibéricas con el desafío autoritario a que se enfrenta toda Europa. Como en otros casos, todavía es pronto para prever la trayectoria de este nuevo partido. Da la impresión que consigue aunar votantes muy distintos, cada uno seducido por sus propias causas, pero todos unidos en la contestación a las elites políticas tradicionales. En algunos aspectos, Chega se parece más al Podemos de 2014-2015, el que hablaba de los de abajo contra los de arriba y escondía el programa bajo un mensaje difuso contra la casta. Su líder, André Ventura, es un personaje bregado en el debate televisivo que ha transitado de la tertulia a la antipolítica, como lo fue Pablo Iglesias para gran parte de los españoles que le votaron en 2015. 

En el caso portugués, la sincronización con los ciclos políticos europeos no viene de la desmovilización electoral, sino de la demostración de que nuevos proyectos pueden arrancar a los votantes de la abstención. Puede ser un ejercicio voluntarista leer esto como esperanza, pero las promesas de la revolución estuvieron vinculadas a la entrada del pueblo en la esfera pública. Sea por vía electoral o sea en la calle, en Portugal como en todas partes, sólo la reconexión de la ciudadanía con la esfera pública podrá refrescar los ideales democráticos. 

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