Otras miradas

La historia del bulo convertido en noticia

Ana Bernal Triviño

Pixabay.
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La gran Rosa María Calaf ha dicho a menudo que la gente cree estar informada, cuando solo está entretenida. En unos días vendrá lo habitual del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Las frases grandilocuentes. Luego, en el día a día, vendrá el buen ejercicio de la profesión mezclada con la basura. Podemos abrir dos frentes: el de la sociedad y profesionales. 

En el primero, solo hay que dar una vuelta a la falta de alfabetización mediática y democrática, siempre dejada como algo secundario. Hablemos del pataleo, muchas veces, a no querer pagar por la información de la prensa. Y mientras se creaban muros de pago algunos se frotaban las manos para ocupar ese hueco con informaciones digitales falsas viralizadas como la pólvora. Pongamos la lupa en las conversaciones en redes sociales, donde justo quienes señalan a otros de sectarios, se niegan a escuchar otras opiniones que no sean las suyas. Los mismos que amplifican las mentiras porque solo quieren una caja de resonancia donde se escuche su propio eco. 

¿Nos tomaremos alguna vez la educación en serio? ¿Sin vetos ideológicos ni pin parentales ni hablar de adoctrinamientos? ¿Dónde está la puesta en valor de la ética y moral? ¿Dónde está la filosofía y esos estudios de letras tan denostados? Según una investigación de la Universidad Carlos III, el 50% de los estudiantes de la ESO no es capaz de distinguir un bulo o titular falso. ¿Y la población adulta? ¿Qué espejo estamos dando a esa juventud para que nos tome por referentes?

Segundo. El oficio. Porque sí, el periodismo es un oficio que respetar. Mientras, para otros, ha sido el trampolín de negocios condicionando la opinión pública con mentiras. Y hemos perdido el tiempo, a veces, siendo tolerantes con los intolerantes. Permitiendo todo, porque la libertad de expresión va por delante. Pero cuando indicamos que esa libertad está condicionada en la Constitución por la "veracidad" , hay quienes hablan de censura. Y sí, hay libertad de prensa como hay libertad de mercado, por ejemplo, y a nadie se le ocurriría crear la libertad a comprar comida caducada. Sin embargo, todos los días hay raciones de noticias pestilentes, putrefactas y corrompidas sin poner límites. 

Tercero. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues es la historia de convertir el bulo en noticia. ¿Y cómo se consigue eso? Dando a la opinión categoría de información. A fuentes contaminadas, categoría de fuentes imparciales. A la falta de contrastar, categoría de exclusiva. A la sospecha, categoría de prueba. Al político, categoría de periodista en tertulias. Al periodista vinculado a partidos, más protagonismo. Al influencer amiguito de la ultraderecha o el negacionismo, seguidores, autoridad y amparo en redes sociales. A juristas metidos a tertulianos defender el corporativismo sin autocrítica. Al que habla en las teles como cuñado, sin preparar nada, un asiento habitual. Aquí todo el mundo ha querido jugar a ser periodista. Y periodistas jugando a ser políticos. Así hemos tenido moderadores y moderadoras de mesa que no han corregido mentiras pero que sí han callado a quienes defienden derechos humanos. Y también ha habido demasiadas lecciones, sin mirarse el pasado que cada profesional lleva detrás y hablando de libertad de expresión por delante mientras se limita por detrás.

Cuando fui al Senado o al Congreso para informar de la revisión del Pacto de Estado de Violencia de Género, dije a las diputadas presentes que si no se corrige todo esto era complicado cumplir una de las medidas que era la de liderar, en el ámbito de la UE, la promoción de un Pacto sobre medios de comunicación y violencia de género. Pero no se puede empezar la casa por el tejado. 

Todo comienza con algo muy sencillo y que ya está hecho. En medicina hay un juramento hipocrático pero también un código ético. En periodismo tenemos un código deontológico, que es básico. Pero claro, quienes no quieren respetar las reglas del juego dicen que todo código limita la libertad del periodista. Supongo que se refieren a la libertad de mentir, de bordear las líneas rojas, de jugar sutilmente a desinformar y confundir. Y entonces es cuando descubres que no están frente al periodismo para construir, sino que viene a destruir y hacer solo negocio. El que no ve al periodismo como profesión sino como una herramienta para conseguir intereses. Y ahí, por muchas medidas que se tomen, es la sociedad la que tiene la última palabra. ¿Cuál es la suya?

 

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