Otras miradas

Como sueños varados en la arena de la playa

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

Escritor. Autor de 'Querqus', 'Enjambre' y 'Valhondo'.

Barcas en la orilla de Cádiz.- Rafael Saldaña
Barcas en la orilla de Cádiz.

Estoy en Cádiz. En este exilio dorado al que huyo para no oír los gritos de la jauría política, judicial y mediática, que nos desquicia y envenena los nervios, los oídos y las entrañas. Y digo exilio dorado porque está atardeciendo y la tarde se ha puesto de oro y grana. El mar es una tinta azulada, espesa, y a la vez añil; las nubes de humo de estropajo e hilachas.  El sol es un faro colgado del mástil de una barca, que emite reflejos naranjas que se extienden hasta derramarlos por la orilla, como si esos reflejos anaranjados fueran el oro de nuestros sueños que se quedaron varados, igual que delfines, en la arena de la playa. 

Paseamos junto a la muralla que te lleva a la Punta de San Felipe, ese espigón que corta el mar como un cuchillo de acero. El interior de esa muralla, que defiende a la ciudad de la embestida constante del mar, está hueco. Huecos convertidos en garajes, donde también hay un taller mecánico y una peña flamenca, la de Enrique el Mellizo. Hasta el nombre de la avenida donde se ubica tiene su magia y su metáfora: Avenida Nuevo Mundo.  En la puerta, la dueña - responsable o gerente, "encargada" que diría Gila, no sé -, la señora Angelita, nos anima a que pasemos al espectáculo de flamenco que está a punto de comenzar: - Son 5 euros por persona y lo que quieran picar. Todo muy rico: unas papitas aliñás, unos chocos de la bahía, unas puntillitas y unas tortitas de camarones que no se pueden aguantá 

Es su primer oficio: informadora que anima a los viadantes para que no pasen de largo. Auténtico, no apto para guiris, si no son expertos. Salvo algún japonés, que se conoce la vida de La Niña de los Peines mejor que tú y que yo.  Y a nosotros nos ha convencido. Dentro - una especie de cueva alargada y de techo abovedado con una docena de mesas con sillas de anea - hay coloridos carteles de concursos de flamenco y fotos antiguas de El Camarón, la reina Sofía y otros personajes ilustres que han pasado por la peña a lo largo de toda una vida. Manuel Millán, Lito, el presidente de la peña, deambula de acá para allá, peleando con luces y sonido, afinando su guitarra y vigilando para que no quede un resquicio en la sala por donde se escape el duende que desde hace 50 años habita entre los muros de este palacio del cante jondo 

 Cuando se apagan las luces y se enciende el tablao del escenario, a nuestra espalda, a apenas dos metros de distancia, irrumpe con una soleá la cantaora, con una voz que estremece el alma. Después avanza hacia el escenario y canta por Lole y Manuel: "Y tu mirá. Se me clava en los ojos como una espá. Se me clava en los ojos como una espá."  

Efectivamente, es la señora Angelita, que se ha pintado los labios y el rabillo del ojo, se ha puesto el traje de faralaes y está cantando con una voz desgarrada que quita el sentío. Es su segundo oficio: cantaora. Cuando finaliza sus cuatro piezas con la sala entregada a su cante, presenta al grupo protagonista de la noche: la compañía de José Lucena, de Málaga (238 km, adonde regresarán a las tantas de la noche, pues el pago da para gasolina, pero no para hotel), con su cuerpo de baile que son tres alumnas de su academia acompañadas de los padres y hermanas, su palmero y, aparte, la cantaora y un guitarrista. El guitarrista se apellida Heredia, como Antoñito el Camborio de Lorca. Y juro que bien podría ser él, su nieto o su biznieto: "Cuando las estrellas clavan / rejones al agua gris / cuando los erales sueñan / verónicas de alhelí, / voces de muerte sonaron / cerca del Guadalquivir."  

Con todas las mesas ocupadas, he calculado el beneficio obtenido por el cobro de los 5 euros, más raciones y bebidas, comprobando que van muy justitos y que saldrán, nunca mejor dicho, comidos por servidos. Por lo que deduzco que el arte en España, a no ser que te toque una lotería llamada Rosalía - ¿Cuántas Rosalías, como estas bailaoras, no se habrán quedado perdidas por estos tablaos del olvido? -, como pasa en la literatura, en la música, en la danza, el cine o el deporte..., sigue dependiendo del voluntarismo y el amor propio. Probablemente, poniéndole dinero. La precariedad del arte. ¡Así está la cosa! 

Una vez presentados, la señora Angelita se despide, se quita el traje  y corre a la cocina sin que se le caigan los anillos a enharinar los chocos, freírlos y entregárselos a su hija y a un camarero que los sirven por las mesas. Ya lleva tres oficios. Muchos son... y a la carrera. Este último se llama jefa de cocina. No queda otra, para sacar adelante la peña flamenca. – Sin ayudas, mire usté, para tanto arte. Solo nuestras manos, ya cansadas de tanto bregar. 

José Lucena, director de su escuela de danza en Málaga, es graduado por el Conservatorio Superior de Danza de Málaga en Coreografía y Baile Flamenco. ¡Casi na! Su titulación es como la de un ingeniero, un arquitecto o un médico. Aunque no el estipendio. Sus manos, acariciando el aire o rasgándolo, me recuerdan a las que pintara Miguel Ángel en el Vaticano. Las manos de Dios. Y su espectáculo, que esta noche han titulado "Cádiz por Alegrías", es una verdadera obra de arte. Un espectáculo conmovedor que ha dejado al público con la boca abierta. Y, sobre todo, la pasión, el amor por el baile de esas alumnas, su motivación, el poderío de esos tacones, de esas palmas, el colorido y la belleza del cimbreo de esos cuerpos, y las ovaciones del público que serán su oxígeno y su alimento para seguir con el flamenco.  

Si se callara la música de pronto, se podría oír el mar, el embate de sus olas, el vaivén de las olas, golpeando la muralla del otro lado. El metro escaso de sillares de piedra que nos separa del agua. Cuando en el descanso salimos a escucharlo y a verlo, el mar rugiente y el cielo, una marabunta de gente caminando por la acera, apenas si nos deja salir de la peña. ¿Pero qué es esto? Son los jóvenes de Cádiz, por centenares o miles, algo más mayores que las bailaoras de José Lucena, cargados con bolsas repletas de botellas de ginebra, whisky, vodka y ron. 

 En la puerta aledaña está Angelita y su hija, a las que me dirijo para preguntarles. Pero me cortan educadamente: - Ahora no podemos atenderle, porque mire el lío que tenemos y hay que aprovechar el momento –, me explica su hija. A lo que Angelita añade: - Este es mi otro oficio: vender hielo para los muchachos. 

Muchachos que cuando acaben su botellón van a dejar la zona vecina  como si por allí hubieran pasado las huestes de Atila. Donde no crecerá la hierba, ciertamente, porque estará todo el suelo lleno de latas, botellas vacías de refrescos y también de vidrio, de bolsas de plástico, de vómitos, de orina y excrementos, despidiendo un hedor nauseabundo a alcantarilla y a alcohol. Las botellas que no se ven es porque las han arrojado al mar.  Es lo que hacen los chicos, envalentonados por la ginebra, ebrios que se creen revolucionarios – de esperpento y pacotilla -, lanzar las botellas de cristal contra un muro o tirarlas directamente al mar. Donde flotan durante unos segundos, hasta hundirse al fondo, como el símbolo de los cadáveres ahogados de esta sociedad de mierda que hemos creado. 

Por eso me ha emocionado tanto ver a esas jóvenes bailaoras junto a su maestro Lucena. Trasladando el mensaje de que existe alternativa. De que es posible crear algo diferente y mejor. Otro mundo mejor. Gritando con su taconeo que nos dice que no tenemos que aceptar lo de afuera como algo inevitable. La gran paradoja: dentro arte y pasión, fuera basura y desidia. ¿Por qué se acepta el botellón como algo inevitable? ¿Por qué lo toleran las autoridades si está prohibido, con lo rigurosos que son para otros temas? ¿Por qué la dejación por el consumo de menores? ¿Por qué tienen que ir después los operarios de la limpieza, igual que un ejército, pagado por nosotros, a limpiar toda su suciedad y su escoria? ¿Por qué en Europa no hay botellón y en España sí? 

Y cierro con la señora Angelita, la luchadora del taconeo y las olas. Otra paradoja. Animadora, cantaora, cocinera, gerente de su peña flamenca, vendedora de hielo para esos chavales que ojalá fueran como ella.  Aunque fuera una miajita. Pero eso es mucho pedir: ¿Cómo van a ser como ella si les cuesta andar veinte metros para tirar al contenedor una botella?  

Angelita, verdadera alma de la fiesta, del respeto y el esfuerzo, del duende flamenco, de la pasión por el arte. Santificado sea tu nombre... y tu ejemplo. 

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