Otras miradas

Blanqueando el fascismo desde 1985

Alfredo González-Ruibal

Investigador científico, Incipit-CSIC

La Presidenta de la Comisión europea Ursula von der Leyen junto a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.- EFE/EPA/ETTORE FERRARI
La Presidenta de la Comisión europea Ursula von der Leyen junto a la primera ministra italiana Giorgia Meloni, durante la cumbre del G7 en Italia- EFE/EPA/ETTORE FERRARI

Poco después de conocerse los resultados de las elecciones europeas, Ursula von der Leyen hizo un llamamiento contra el extremismo: "Construiremos un bastión contra los extremos, de izquierda y de derecha". No es la primera vez que se escucha algo así. En los últimos tiempos, de hecho, se ha convertido en un cliché, generalmente entre los políticos conservadores: hay que combatir los extremos y la polarización. Es un buen lema ¿quién puede estar en contra del extremismo? Oponerse a los excesos ideológicos le otorga a uno autoridad moral y lo convierte en hombre o mujer de Estado y en adalid de la objetividad. Naturalmente, suena un poco a aquello de "ni de izquierdas ni de derechas", o sea, de derechas. Pero a mí me suena a otra cosa.

Escuchando a Von der Leyen me acordaba de la Historikerstreit, la disputa de los historiadores, que tuvo lugar en Alemania en la segunda mitad de los años 80. La controversia arrancó en mayo de 1985, cuando Helmut Kohl y Ronald Reagan acudieron a presentar honores a un cementerio de soldados alemanes caídos en la segunda guerra mundial. La idea era escenificar la reconciliación de ambos países, pero salió mal. Y salió mal porque en el cementerio no había solo reclutas de la Wehrmacht, sino también SS, una organización nazi culpable de crímenes de guerra y de lesa humanidad.

La visita provocó un escándalo político en EEUU y Alemania y poco después una controversia entre historiadores en este último país. Los historiadores conservadores, en realidad, llevaban un tiempo ofreciendo una relectura del nazismo, pero la polémica del cementerio militar ofreció un contexto propicio para el debate. La disputa arrancó con un artículo periodístico del historiador Ernst Nolte y siguió durante un par de años con acusaciones mutuas en la prensa entre historiadores de derechas y progresistas.

Visto con perspectiva del siglo XXI, llama la atención cómo se parece el Historkerstreit a la guerra cultural de nuestros días. Nolte se quejaba de que se prestaba demasiada atención al genocidio nazi y poco a otros crímenes del presente, como la invasión soviética de Afganistán o el aborto (!), que se obligaba a los alemanes a avergonzarse de su historia (Leyenda Negra, edición alemana), que cualquiera que criticaba la visión hegemónica sobre el III Reich acababa cancelado (en esa época se decía censurado) y que los nazis eran malos, pero los comunistas igual o más. De hecho, Nolte veía el nazismo como una reacción a la amenaza de los soviéticos, de quienes Hitler sería poco más que un aprendiz.


Otro historiador, Andreas Hillgruber, se expresó en términos semejantes. Hillgruber establecía una equivalencia entre el Holocausto y la limpieza étnica de alemanes en Europa oriental. Es más, pedía que sus compatriotas se identificaran con los soldados de la Wehrmacht que defendieron Prusia heroicamente de los ejércitos soviéticos. Ojo: no que comprendieran a los soldados de la Wehrmacht, algo perfectamente legítimo y que entra dentro del análisis histórico, sino que se identificaran con ellos. Indudablemente, la ofensiva prusiana de la URSS fue un horror marcado por crímenes atroces, pero Hillgruber (antiguo combatiente en el frente oriental, por cierto) se olvidaba de mencionar las razones que llevaron a los soviéticos a Prusia y más importante todavía: olvidaba que la defensa a ultranza de los territorios del Reich permitió que el Holocausto prosiguiera varios meses más. Pero es que para el historiador eran igual de víctimas los judíos y los alemanes.

Al establecer una simetría entre nazismo y comunismo y sus respectivas víctimas, lo que los historiadores conservadores pretendían no era tanto condenar todos los totalitarismos como defender Alemania. Al presentar el comunismo como la gran amenaza y el origen de todos los problemas, el nazismo quedaba en cierta manera justificado. Al menos, como mal menor. Y al convertir el III Reich en fenómeno secundario y recuperar sus episodios legítimamente épicos, los alemanes podían volver a sentirse orgullosos de su historia –incluso de su historia más siniestra. Para hacernos una idea: el equivalente en España sería hablar de la Guerra Civil como conflicto fratricida, decir que todos cometieron barbaridades, criticar la Leyenda Negra y acabar defendiendo que Franco también hizo cosas buenas.

Para entender la postura de von der Leyen es necesario entender el contexto alemán de los 80 y el revisionismo histórico de aquellos años, algunas de cuyas tesis se han acabado imponiendo en Alemania y fuera de ella. Pero si la simetría entre extremos que se propuso entonces no era válida en el marco de la Segunda Guerra Mundial, lo es muchísimo menos en una época en que lo que está en auge y amenazando la democracia no es ningún radicalismo de izquierda, sino de ultraderecha. Una ultraderecha que fue primera fuerza en las elecciones europeas en Francia, Italia, Austria y Hungría y segunda en Alemania y Bélgica. Que defiende ideas xenófobas, ultranacionalistas e iliberales.

Cuando von der Leyen dice que hay que luchar contra los extremos, en realidad nos está preparando mentalmente para cuando los conservadores opten, como hace un siglo, por el extremo que más les conviene.

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