Otras miradas

María Antonieta (¡tra, tra!)

Silvia Cosio

María Antonieta (¡tra, tra!)

Está en la mente (¡illo!)
Malamente (¡tra, tra!)
Mal, mu' mal, mu' mal, mu' mal, mu' mal
Malamente (toma que toma)
Está en la mente (eso es; ¡illo!)
Malamente
Mal, mu' mal, mu' mal, mu' mal, mu' mal
Malamente

Rosalía, Malamente

 

En 1783 la pintora Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun hizo su debut en el Salón de París con un retrato de María Antonieta, sin embargo el cuadro tuvo que ser retirado de la exposición en medio de un gran escándalo y revuelo. La pintura, bonita y cursi, como todas las de la artista, representaba a la soberana francesa ataviada con un hermoso vestido de muselina blanco que apenas se distinguía de las camisolas que las mujeres de la época llevaban como ropa interior. Los escandalizados ante este nuevo retrato real se dividían en dos grupos: aquellos que consideraban impúdico que María Antonieta se dejara retratar con un vestido con el que se podía entrever su cuerpo, y aquellos que entendían que si los súbditos se acostumbraban a ver a la reina vestida como una burguesa acabarían perdiendo todo el respeto por la institución y su persona, conscientes de que si le quitas los brocados, las joyas, los vestidos encorsetados y recargados y todo el boato que rodea a una reina lo que te queda es simplemente Victoria Federica. Lo que muchos no sabían es que en aquellos momentos María Antonieta vivía su momento "buen salvaje" en una granja idílica que se había hecho construir en Versalles en la que jugaba, rodeada de cientos de sirvientes, a llevar una vida sencilla y campestre.

La primera vez que visité Versalles lo hice con dos objetivos en mente. El primero era encontrar la famosa bacinilla en la que una vez hizo pis Margaret Thatcher, objeto que nuestro amigo Enrique del Teso siempre presume de haber contemplado en persona -la bacinilla, digo, no la Thatcher-, y mi segundo objetivo era poder visitar el Pequeño Trianón y la Aldea de la reina, el falso poblado ideal en el que María Antonieta jugaba a ser granjera, donde cambió para siempre el rumbo de la moda y también comenzó su imparable declive político, que le acabaría costando primero la corona y después la cabeza.

Fallé estrepitosamente en alcanzar ambos propósitos. Dentro del Palacio nadie nos supo indicar siquiera que la bacinilla existiera, y cuando paseábamos por los jardines una tromba de agua nos obligó a volver al hotel. No es la primera vez que vivimos aventuras escatológicas en nuestras vacaciones, en Jordania nos llevaron a ver un lugar en el que Juan Pablo II plantó una vez un pino; luego resultó que lo que había plantado allí era un olivo, aunque supongo que ambas cosas no son excluyentes. Humillada por mi fracaso no he vuelto a pisar el complejo del palacio de Versalles, aunque siempre me prometo a mí misma que un día volveré y contemplaré en persona la famosa granja en la que una vez una reina se dejó arrastrar por una ficción que le llegó a costar la vida.

Pero María Antonieta no fue ni la primera ni la última pija en jugar a ser pobre. Hasta hace bien poco era bastante habitual encontrar en casi todas las familias una prima que había abandonado la carrera de Derecho en el tercer año para "encontrarse a sí misma" en Ibiza y que, tras dos años de aventuras, tuvo que volver a casa de papá y mamá a recuperarse de una disentería y una ETS que pilló en la India; ahora es una señora casada con mechas perfectas que vota al PP porque está muy preocupada por la deriva bolivariana de Pedro Sánchez y la falta de valores en la juventud. Si esa prima hubiera vivido en Israel, por ejemplo, se hubiera ido a un kibbutz a jugar a hacer el socialismo en una granja robada a una familia palestina.

Pero los tiempos han cambiado y los pijos se han ido amoldaldo a ellos, y así, en la era de Tik Tok y la monetización, ya no es necesario divertirse haciéndose pasar por pobre tocando los bongos toda la noche en una playa ibicenca o haciendo de Beg-Packers en México DF o Singapur porque ya se puede jugar a lo neorrural o a las casitas sin tener que salir de tu propio hogar o del chalet de tus padres -aunque, al igual que pasó con el Papa en Jordania, nada de esto es excluyente entre sí-.

Es por esto que las redes sociales se han llenado de muchachas que, como Maria Antonieta en su aldea de postín y postureo, aparecen en pantalla vestidas como una Florence Welch de Hacendado, perfectamente maquilladas y peinadas amasando pan casero en sus cocinas de ensueño o recogiendo fresas del supermercado que han colocado primorosamente en esas huertas que dicen cultivar y que son tan falsas como los edificios que bordean Main Street en Disneyland París, mientras recitan en pantalla con vocecitas infantiles las maravillas de ser un ama de casa de las de toda la vida... hasta que se apagan los focos y vuelven a su vida. Que en España una avispada Tiktoker se diera cuenta de la oportunidad de negocio que se estaba abriendo ante ella y siguiera la estela de estas actrices de lo hogareño y la feminidad ficcionada, patrocinada e impostada no debería extrañarnos por tanto.

Que los cantos a lo rural y las añoranzas de tiempos pasados más simples, y por tanto mejores y más felices, son ficciones profundamente reaccionarias que replican la tradicional división del trabajo y de los roles de género y de sexo, yo pensaba que ni cotizaba. Que las performances que estas chicas realizan ante la cámara, guionizadas y coreografiadas al detalle, no son más que un negocio y que ellas, lejos de ser el ideal del ángel del hogar, no son otra cosa que astutas empresarias que han sabido leer perfectamente los tiempos que vivimos y que venden con bastante éxito un producto -ellas mismas- y un ideal tan reaccionario como ficticio, también creí que era más que evidente.

Pues va a ser que esto último no es tan evidente como yo pensaba, ya que en las últimas semanas han salido un montón de señores de todas las condiciones sociales, edades y tendencias ideológicas a explicarnos al resto que estas chicas han reabierto el debate sobre los cuidados y el derecho de las mujeres a hacer lo que les dé la gana. Que te tienes que reír a estas alturas de partido y de evolución civilizatoria, que tal parece que estos señores acaban de hacerse un maratón de Mad Men y que se han tomado la serie en sentido literal, como algo aspiracional. Que no han entendido nada, vamos.

Sin embargo esta reacción y esta defensa son perfectamente lógicas a la par que coherentes pues estos vídeos están pensados y dirigidos casi exclusivamente para el consumo masculino. Podemos vestirlo de lagarterana pero todo este contenido no es otra cosa que porno soft que puedes sentarte a ver junto a tu madre. Es un Only Fans sin pezones a la vista y sin estigma para las creadoras, que explota todos los tópicos del cine porno y del cine en general: la santa-puta, la novia-madre, la niña-mujer. Siempre jóvenes, siempre guapas, siempre dulces, serviciales, sumisas, felices. Y así como el porno nos oculta las sábanas pegajosas, los gatillazos y los olores, en estos vídeos de cocinas inmaculadas, casas ordenadas y manicuras impecables tampoco vemos nunca la pila de platos sin lavar o las uñas rotas y descoloridas. A estas empresarias no les huelen las manos a lejía como a nuestras madres o abuelas. Y sin embargo esta ficción de casas siempre en perfecto orden de revista y comidas en la mesa a tiempo, de tortillas de patatas y carne empanada listas para llevar a la playa a primera hora de la mañana, de calzoncillos nuevos y limpios en el cajón, de baños desinfectados y coladas al día, es el día a día de muchos hombres y jóvenes que han aceptado de forma acrítica y como algo natural que esa carga repose en las espaldas de las mujeres con las que conviven. Es aterrador lo absolutamente interiorizado que tienen que el amor -no necesariamente el romántico- no se distigue en casi nada de la servidumbre.

Antes de refugiarse en su aldea de ficción María Antonieta tuvo su periódo ludópata y su período en el que llevaba pelucas descomunales y extravagantes, la vida en Versalles antes de la Revolución era aburridísima. Del mismo modo la mayoría de estas empresarias se cansarán pronto de jugar a las casitas cuando se den cuenta de que el mercado ya está saturado de contenidos de performatividad de la feminidad clásica, por lo que cambiarán de tercio sin parpadear. Lo mismo que recogen fresas y hacen tartas ahora, te contarán en unos meses los beneficios del yoga, de la dieta neanderthal, o te advertirán de que beber agua deshidrata. Porque lo importante es seguir haciendo caja. Y mientras, fuera de estas Aldeas de la Reina digitales, muchos chicos y señores seguirán llegando a sus casas donde la pila de platos sucios del mediodía mágicamente ya ha desparecido y se preguntarán por qué su madre, su novia o su mujer siempre están cansadas y de mal humor.

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