La libertad que conocemos actualmente nace con la guillotina. La letra que recoge en las constituciones contemporáneas el derecho a tener una vida en libertad está escrita con la sangre de los tiranos medievales. El problema está en que la melodía de esa libertad se ha ido descompasando y ahora andamos un poco confundidos con ella. No en vano hemos cambiado las guillotinas por las sierras eléctricas y quiénes dicen ser los mayores defensores de la libertad acaban dirigiendo los Gobiernos más autoritarios. No es casualidad y darnos cuenta de ellos es capital.
La semana pasada planteaba que necesitamos recuperar la confianza en las ideologías. El hecho de que tengan tan mala prensa es una derrota de la que debemos recuperarnos, porque solo así podremos tener hojas de ruta que nos guíen con claridad en los momentos de zozobra como los que vivimos. Ahora me propongo ilustrar esa estrategia pensando acerca de la libertad, porque a pesar de lo que muchas personas digan, no hay nada más ideológico que ser libres.
La concepción de libertad que domina en nuestras sociedades se fragua durante el nacimiento del pensamiento liberal. El sujeto político que ahí se conforma es el de un individuo que tiene el deber de encontrar su lugar en el mundo. Al contrario de lo que ocurría en el mundo feudal, ahora cada persona es dueña de su propio destino y la familia en la que nace no determina su identidad. Al caer el sistema de dominio feudal, caen consigo las restricciones individuales y nace la idea de que toda persona es libre de vivir sin que nadie le restrinja. Vivir libre de restricciones.
Esta perspectiva de la libertad se centra en la autonomía del individuo, un ser en formación, teóricamente libre de restricciones externas, pero muchas veces inexistente en términos prácticos. Esta forma de ser libres promueve la idea de que el individuo debe ser protegido de cualquier coacción o intervención externa. Bajo esta formulación, la autonomía se convierte en el bien supremo y cualquier forma de influencia se ve como una amenaza a la libertad personal.
Detrás de esta idea hay varias trampas. Así que desgranemos un poco en qué consiste esta idea de ser libres de, porque si rascamos un poco descubriremos que se apoya en una serie de ideas, de conceptos políticos, sin los que su posibilidad de significar se desvanecería.
En primer lugar, esta libertad asume un individuo abstracto, desvinculado de las realidades sociales y económicas que afectan a su capacidad para ejercer la autonomía. Esta visión ignora cómo las desigualdades estructurales, la pobreza y la falta de acceso a recursos esenciales pueden restringir de manera significativa la capacidad de decidir de las personas. La idea de un sujeto autónomo y autosuficiente es, en muchos casos, una ficción que no refleja las condiciones concretas de la mayoría de la población.
En segundo lugar, promueve la idea de que cada persona debe tener la capacidad de tomar sus propias decisiones y vivir de acuerdo con sus propios deseos y necesidades, sin interferencias externas. Sin embargo, en la práctica, esta concepción de vida independiente se traduce en una cuestión de relaciones económicas. Es decir, la autonomía se mide y se valora en función de la capacidad de un individuo para actuar libremente en el mercado, sin restricciones impuestas por otros.
Bajo esta óptica, la vida independiente significa estar libres de las necesidades de otras personas, lo que incluye la ausencia de cualquier responsabilidad que no sea de carácter económico. Pero esta noción es muy problemática, ya que no toma en cuenta cómo las relaciones económicas se forman y que las desigualdades inherentes al mercado limitan drásticamente la autonomía de los individuos.
La vida independiente, según la perspectiva liberal, tiende a ignorar cómo la interdependencia social y económica forma parte integral de la existencia humana. Los individuos no viven en un vacío; sus oportunidades y capacidades están profundamente influenciadas por las estructuras sociales y económicas que los rodean. La libertad de estar libres de los otros, en este sentido, se convierte en una forma de aislamiento que puede perpetuar la desigualdad y la injusticia, al no reconocer la necesidad de un apoyo mutuo y una red de relaciones sociales que habiliten la auténtica autonomía.
Así es como se descompasan las varias caras de la libertad y unas empiezan a dominar a otras. Al irse poco a poco confundiendo ser libres con poder tener relaciones económicas libres de restricciones, sin ataduras, comienza a perder protagonismo que la libertad implica poder tomar tus propias decisiones y que estas se lleven a cabo sin que nadie nos imponga su voluntad. Por lo tanto, una vida auténticamente independiente no debería definirse únicamente como estar libres de las ataduras de los otros, sino también como estar en una posición donde las condiciones económicas y sociales permitan a todas las personas desarrollarse plenamente y ejercer su autonomía de manera efectiva.
Gobernar nuestro mundo interior implica poder decidir sobre los asuntos que son importantes para nosotros. Ser libres para tomar decisiones no es lo mismo que estar libres de restricciones. No hay que confundir ser capaces de decidir qué camino seguir con que el camino no esté cortado. La ausencia de obstáculos no es lo mismo que tomar decisiones. Insistiré en ello la próxima semana.
Ahora lo que no hay que perder de vista es que la visión, la ideología, sobre la libertad que va ganando es aquella que prima la autonomía económica sobre la autonomía política. Esto significa que el control sobre los recursos y las cosas se convierte en el medio principal a través del cual se gobierna a las personas. En lugar de empoderar a los individuos para que participen activamente en la vida pública y en la toma de decisiones colectivas, se les reduce a agentes económicos cuyo valor y poder se miden por su capacidad para competir y operar en el mercado.
Así, el gobierno de las personas a través del gobierno de las cosas se convierte en una forma sutil pero efectiva de control. Al enfocar la libertad en términos económicos, se desvía la atención de la necesidad de una participación democrática y de la lucha por una distribución justa del poder político. En última instancia, esta trampa mantiene a las personas atrapadas en una ilusión donde la autonomía auténtica, aquella que implica la capacidad de influir en las decisiones que afectan sus vidas colectivas, se ve drásticamente limitada por las estructuras económicas que gobiernan las cosas.
No obstante, también debemos quedarnos con la idea liberal de que es necesario proteger a las personas de la coacción arbitraria y el despotismo, porque sin ello no podríamos tener sociedad justa. Sin embargo, debemos expulsar de la noción de libertad la extravagante idea de que podemos existir en un vacío social y económico. Necesitamos una concepción de la libertad que reconozca la importancia de las condiciones materiales y las estructuras sociales que permiten a las personas ser auténticamente autónomas.
O lo que es lo mismo: disputar la libertad sin renunciar a la autonomía individual, porque lo que queremos es poder tomar decisiones sobre cómo queremos que sean nuestras vidas. Y para eso hay que denunciar la trampa de la libertad actual y no olvidar que estar libres de restricciones significa ocultar lo que les pasa a otros. Queremos ser libres, sí, pero no solitarios; porque una vida en la que solo existe esa libertad, como escribió Hobbes, es "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".
La semana que viene hablaremos de los caminos olvidados de la libertad.
Comentarios
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