Otras miradas

'Matronas': las más precarias en un sistema precario

Octavio Salazar Benítez 

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional

'Matronas', de Léa Fehner.
'Matronas', de Léa Fehner.

Estoy convencido de que si los hombres fuéramos los encargados de parir habríamos reconocido hace siglos los derechos reproductivos como fundamentales, incluido el que nos permitiría sin dilemas interrumpir voluntariamente el embarazo, así como todos los relativos a las condiciones que, en el momento del parto, garantizarían plenamente nuestra integridad física y moral. En paralelo, los trabajos reproductivos gozarían de reconocimiento social y económico, al tiempo que las estructuras sanitarias dispondrían de las mejores inversiones en todo lo relativo a los cuidados de nuestros cuerpos y de nuestra salud. La violencia obstétrica, en consecuencia, sería algo anecdótico en una realidad hecha a nuestra imagen y semejanza.  

Sin embargo, en el planeta que seguimos viviendo los cuerpos de las mujeres, y muy singularmente en su dimensión sexual y reproductiva, continúan siendo la clave de un contrato sexual que solo hemos erosionado ligeramente en sociedades formalmente iguales como la nuestra. En consecuencia, la mitad de la humanidad continúa peleando para que en el entendimiento de la dignidad, y por lo tanto de los derechos humanos, tengan cabida las necesidades y vivencias de quienes históricamente han vivido la maternidad más como una imposición del sistema sexo/género que como una opción significativa. De ahí que en una época de recortes alarmantes en la sanidad pública y en lo que un día soñamos como Estado social, no debería extrañarnos que justo lo relativo a los cuidados de ellas sea una de las partes más invisibles y precarias del sistema. Cuando paradójicamente en ellas habita la posibilidad de dar vida, así como, por razones de género, las claves de la sostenibilidad de un mundo en el que los hombres, la mayoría de los hombres, continuamos alimentando la fantasía de nuestra individualidad. 

En este contexto, una película como Matronas es más que necesaria. Imprescindible diría yo. Muy cerca de las claves propias de un documental, pero sin renunciar a la carga dramática que la dota de nervio narrativo, la película de Léa Fehner muestra la durísima realidad de las mujeres –porque la mayoría son mujeres– que trabajan en pésimas condiciones ayudando a que otras den a luz. A través de la mirada, y las vivencias de dos jóvenes matronas recién llegadas a un hospital público, asistimos a la dureza de un trabajo que es físico, mental y emocional, y que, sin embargo, es de los menos reconocidos tanto a nivel social como económico. Un trabajo cuyas condiciones además se han ido precarizando en las últimas décadas, de la misma manera que en general, como de hecho está ocurriendo en nuestro país, la sanidad pública ha ido deteriorándose, lo cual se traduce en una progresiva carencia de recursos materiales y humanos. Y, no lo olvidemos, en una clase trabajadora, muy feminizada, aunque las cúpulas dirigentes estén en manos de varones, que cada vez soporta condiciones más estresantes, tiempos más inhumanos y, en general, un maltrato sistémico e institucional cercano a la violencia. De esta manera, la película tiene, entre otros muchos méritos, poner el foco en una realidad invisible, de esas que poco cotizan en el patriarcado de consentimiento que nos atraviesa.  

Matronas, que se sostiene en gran medida gracias a las estupendas interpretaciones de Héloïse Janjaud y Khadja Kouyaté,  nos ofrece un retrato veraz, dramático por momentos, de ese espacio que tanto tiene que ver con la posibilidad de la vida, y de las personas que lo habitan, muchas de ellas al borde de la depresión y a punto de tirar la toalla. La directora nos va mostrando con acierto y delicadeza las múltiples realidades de esas mujeres que acuden a una maternidad pública con toda la carga, no solo física, sino también emocional y con frecuencia social, de lo que supone un parto. Desde la migrante sin recursos y sin opciones a la madre primeriza que vive con angustia ese momento tan doloroso y tan incierto que en el mejor de los casos acaba en luz, la película nos muestra también esa otra cara de la maternidad que no es tan frecuente en nuestros imaginarios. La que tiene que ver con la angustia, los miedos, las presiones del entorno, las incertidumbres, y, claro, el dolor. Ese dolor que, ay, no sé yo cómo soportaríamos nosotros, habitualmente tan malos gestores de todo lo que fragilice nuestra condición heroica. Esa a la que parece haber renunciado Valentín (Quentin Vernede), el joven compañero de piso y trabajo de las protagonistas que bien representa "otra" masculinidad.  

Como además suele pasar en el mejor cine francés, y como tanto echo de menos en el de nuestro país, que parece tan de espaldas a realidades sociales hirientes, Matronas no renuncia a una necesaria carga política. A una militancia cívica que tanta falta nos haría poner en acción en estos malos tiempos para los derechos y para la igualdad. Un contexto en el que suelen ser las mujeres, y todo lo relacionado con sus cuerpos y necesidades, las primeras que sufren los recortes en dignidad. Un principio que deja de tener sentido si no lo garantizamos desde el mismo momento en que se alumbra una vida, teniendo en cuenta que es la mujer que la crea quien debiera tener protegidos con el máximo nivel de fundamentalidad, y por tanto de recursos públicos, todo lo relacionado con su integridad. Algo que no podemos dejar en manos privadas porque una vez más los sesgos de clase, en intersección con los de género, las condenarían a ellas, las que suelen tener menos posibilidades de agencia, a una ciudadanía de segunda. 

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