Otras miradas

Actos litúrgicos 

Carlos García de la Vega  

Gestor cultural y musicólogo

Una persona leyendo.-Freepik
Una persona leyendo.-Freepik

Un acelerón. Tres frenazos. Un camión de reparto con barriles de cerveza genera una extraña cacofonía agitándolos como una maraca. Un chico resbala en la bici y cae al suelo pero no llora. Una moto casi le atropella. La gente celebra un gol en una terraza. El camarero reúne cinco vasos juntando todos los dedos de una mano y los hace repicar. Una niña llora. Su padre le grita. La madre mira hacia abajo y agarra fuerte la mano de su hijo mayor pero todavía un niño, que también está en silencio. Un coche descapotable pasa con reguetón a todo volumen. Una señora suspira desde su ventana. Balonazos contra una pared de ladrillos pintados de un local vacío. El bramido de una máquina de aire acondicionado, la gota, la gota, la gota, la gota que va mojando el suelo. Pasa un camión que engancha el contenedor del vidrio como si pescara un salmón inerme y lo descarga con todo su estruendo. Otro acelerón. Otra moto. Un enjambre de niños jugando. Más balonazos. Otro suspiro inaudible de la señora en la ventana.  

Dentro, la tele puesta todo el día con un programa fascistoide en el que gente espantosa opina que solo ellos son personas respetables. En una habitación un transistor que escucha la señora de la ventana, con un programa más progresista, aunque en realidad tampoco tanto, pero se agradece la amabilidad. Cuando llega el noticiero: carestía, pero poco dinero para los agricultores; incendios, pero se eliminan retenes de bomberos; turismo insostenible, pero cuatro locales comerciales de mi barrio se han convertido en apartamentos turísticos; paro, pero afortunadamente hoy los jóvenes se niegan a trabajar explotados. Bien por ellos. Corrupción real, corrupción inventada. Mujeres y chicas molestadas en todas partes por hombres/chicos/niños aún. A veces envalentonados por el alcohol, siempre por la propia estructura patriarcal. El porno genera monstruos. Caricatos de políticos con un guion mal escrito, mal aprendido, mal interpretado. Abyección e ignominia en la opinión pública, que ha asumido los deformes marcos mentales de esos políticos con guion mal escrito, aprendido en interpretado. Dentro de cada teléfono, de cada red social, de cada portal de noticias ruido, ruido, solo ruido. Todo está sucio, todo está embarrado. No hay salida posible. El hedor, el hedor en el corazón de las instituciones.  

Un vídeo de menos de un minuto de duración reproduciéndose en bucle. Alguien desde su despacho minimalista, con una mesa de ping-pong fluorescente para los descansos, que no usa porque hasta los habitantes de las tecnológicas están alienados por los productos que ellos mismos implementan, gracias a la mesa de ping-pong, a las cuatrocientas pagas y bonus, al muesly orgánico que hay en el breakfast bar, donde también está el café gratis seguramente adulterado con estupefacientes, al seguro médico que no cubriría un cáncer agresivo y a mucha, mucha melancolía, ha diseñado que si te dejas el vídeo encendido en esa infame red social, se repita en bucle hasta que enloquezcas o el teléfono se quede sin batería. Una y otra vez. Una y otra vez. Solo lo has visto la primera vez en el teléfono, pero luego, dando por hecho que se pararía, has dejado el teléfono sobre el sofá con desdén, porque quieres prepararte un té, y en el vídeo, una tertuliana canina que está enferma de odio falta una vez más al respeto de las personas trans, creyéndose tan feminista, en un corte de un minuto donde toda la maldad está condensada en un clip tan pequeño, que ya no ves, pero escuchas, escuchas y escuchas. Al principio no te das cuenta, pero ese audio se ha obstinado, el alegato ramplón basado en falacias repetidas como cacatúas por todas las ultraderechas del mundo se ha quedado enganchado en tu existencia. La falta de empatía suena una y otra vez, pero tienes las manos ocupadas, con el trasiego de la lata del té, el agua, el hervidor, la tetera, el filtro... Y sin haberlo si quiera deseado, porque pinchaste en el vídeo como una comadreja de Hamelin, has escuchado el mensaje de odio en bucle diez veces hasta que has salido del letargo hipnótico y has ido hasta el sofá y has cogido el móvil y lo has apagado con desdén, pero ya no hay ceremonia del té que enjuague toda esta hiel que pinchar un vídeo te ha provocado. 

Como cuando dejas de ver a un amigo, a una pareja, a un familiar, por muerte o por simple distanciamiento, empiezas a dejar de recordar cómo era: la voz y sus inflexiones, su risa, los rasgos de la cara, los gestos, la sonrisa en los ojos... Con esa misma forma degenerativa de amnesia, como un fundido digital de los noventa, no soy capaz ya de recordar cómo era estar en paz, qué se sentía sin estar constantemente en medio de este vórtice incesante de información. Más, más, más madera. Scroll. Swipe. Baja, baja, baja. Refresh, refresh. ¿Cómo desintoxicarse de esta adicción? ¿Cuándo me volví adicto? ¿Todas las adicciones suceden como esta, sin darse cuenta hasta que es demasiado tarde?  


Hay un momento de falta de fe, de derrota, en un acto de pura claudicación, asumes que la cacofonía no va a parar jamás. El ruido es abrupto. La línea de pensamiento está deformada, como quien pedalea en con una rueda de delante muy desinflad y la de atrás completamente tensa. Todos imponen su agenda y uno no es capaz de imponer la propia, en su propia vida, en su propia intimidad. ¡Ruido blanco! A lo mejor con el ruido blanco se puede acallar el ruido exterior, a lo mejor lo anula. Dice Wikipedia que "el ruido blanco o alteración blanca es una señal aleatoria que se caracteriza por el hecho de que sus valores de señal en dos tiempos diferentes no guardan correlación estadística". Como consecuencia de ello, su densidad espectral de potencia (es una constante, es decir, su gráfica es plana. Esto significa que la señal contiene todas las frecuencias y todas ellas muestran la misma potencia." ¿Es el ruido blanco el Aleph de Borges? Por un momento te aísla, te protege, no tiene significado, pero es que a poco que el ruido blanco sea capaz de dejarte pensar por ti mismo por un segundo, te das cuenta de que lo que precisamente echas tanto de menos es precisamente el significado y, sobre todo, la maraña perfectamente ordenada y lógica de correlaciones entre los significados. 

Hasta que, sin darse uno cuenta, el gesto más pequeño, el gesto más primario hace que todo lo demás se silencie. Abrir un libro y que te abrace como una manta muy suave, que te protege de todo y de todos. Poner una película y que lo que no está dentro de la superficie de proyección o emisión se difumine hasta quedar la existencia reducida a la película y a ti, nada más y nada menos. Y, de repente, recuerdas de qué iba todo, de qué va la vida. Dice Genet en Santa María de las Flores, la novela que escribió dos veces en la cárcel, la segunda de memoria porque le requisaron el primer manuscrito, que "lo sagrado nos envuelve y nos sojuzga. Es la sumisión de la carne a la carne. [...] Sus ritos lentos, cargados con el peso del oro [...], de sentido antiguo, muy lejos de la espiritualidad, le conceden un imperio terrestre como el de la belleza..." Y es que aun cuando los productos culturales son una industria, la forma más sofisticada del capitalismo, y aunque nacieron, sobre todo a lo largo del siglo XIX como puro entretenimiento, las formas de expresión artística, en este momento histórico de verdadero horror público se han convertido para mí en actos litúrgicos de conexión con lo sagrado. Y lo sagrado es aquello que apaga, somete y neutraliza el ruido eterno, el ruido impuesto. Solo eso. Nada menos que eso.  

Toda liturgia tiene el peso de la repetición, el peso de la anticipación, el peso de lo establecido. Mis actos litúrgicos tienen, sin embargo, la capacidad de rellenarse, como en una consagración apócrifa y bastarda, cada vez de un nuevo significado. Cada acto litúrgico ocupa un lugar en el sistema ordenado que todos conforman. Decía Clifford Geertz en su libro canónico de 1973 La interpretación de las culturas que la red de significados es el "sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas mediante las cuales las personas comunican, perpetúan y desarrollan sus conocimientos y actitudes ante la vida." Suscribo toda la definición del antropólogo, salvo el adjetivo heredado. Reivindico los actos litúrgicos que pretendan inventar de cero la propia red/maraña de significados y aunque es cierto que no podemos dejar de estar inmersos en un sistema cultural en el que siempre el cuadro es más grande que la propia existencia, cuando todo parece desmoronarse, solo la propia red, tejida como Aracne en Las Metamorfosis de Ovidio ("...tanta era la belleza de su arte...") podrá salvarnos de la desorientación, el vértigo y el ruido. 

Más Noticias