Otras miradas

La verdadera decadencia de Occidente

Israel Merino

Fotograma de "El Gran Torino" de Clint Eastwood.
Fotograma de "El Gran Torino" de Clint Eastwood.

De niño era conservador. O eso pensaba, claro, mientras veía con mi padre o en las horas muertas del insti aquellas películas de Clint Eastwood – tipo Gran Torino – protagonizadas por personajes con miles de capas detestables, pero unas profundas y férreas convicciones morales.

Por algún motivo, quizá que mamé demasiado tiempo del viejo catolicismo castellano, me atraía la imagen del hombre implacable en sus quehaceres, pero también en su moralidad; unos hombres que iban hasta el final – vuelvo otra vez a Gran Torino – y sentían un amor inamovible no solo hacia el concepto hueco y estético de Occidente, sino también hacia su característica más valiosa: la importancia de la vida.

La vida era el bien más valioso en aquellas películas; los protagonistas, aunque tuvieran que caer en la contradicción de matar a otros, lo hacían siempre con el yugo moral de tener que hacerlo para proteger otras vidas, y nunca, pero nunca jamás, se representaban los homicidios que debían cometer como una fiesta o una alegría, sino como una insoportable cruz que el héroe, en su condición de mesías o salvator mundi, debía llevar encima para librar a los demás de un destino mucho peor. Idolatré algún tiempo a esos viejos conservadores hasta que decidieron volverse locos – o yo adulto – y olvidarse de que precisamente lo que menciono, la vida, es el único valor que debería importarnos del cúmulo de mierda y contradicciones que es Occidente.

Por ejemplo, sucedió hace un par de días que en Fregenal de la Sierra, provincia de Badajoz, un hombre salió con un cuchillo a la calle a amenazar a sus vecinos. Rápidamente, una pareja de la Guardia Civil acudió al lugar de los hechos a intentar mediar con el agresor, quien, vistos los vídeos que están ya por todo Internet, no estaba precisamente en sus cabales.

En uno de esos vídeos, se ve al pibe amenazando a los dos guardas, quienes retroceden pistola en mano hasta que consiguen, gracias a intentar enfriar la situación y promover la charla, que el hombre deje de avanzar hacia ellos. Según las noticias, poco después el hombre se atrincheraría en su casa y amenazaría a sus familiares, sin embargo, gracias otra vez al diálogo y la mediación conseguirían que se entregara sin causar víctimas. La mayoría de nosotros pensaríamos que es un final feliz, pues no hay muertos que llorar ni heridas que coser, sin embargo, la horda conservadora nacional no lo ve así.

Para el ruinoso y macabro circo reaccionario español, es intolerable que la pareja de la Guardia Civil no le vaciara un cargador en ese mismo instante al del cuchillo como si los dos policías fueran rangers de una película de Eastwood – pero no de Gran Torino, no, sino de las viejas del oeste –; para la masa rancia pseudopolitizada de Twitter, la respuesta en estos casos no debe ser la capacidad de diálogo y actuación de dos guardas que, imagino, no hubiesen dormido muy bien después de matar a un tipo, sino abrir fuego como si la vida no valiera ya una mierda.

No puedo comprender en qué momento el conservadurismo no ya solo español, sino europeo y hasta mundial, se ha olvidado de ese derecho a la vida en el que invirtieron tanto tiempo y saliva desde el siglo pasado; en un puñado de años que ahora parecen eternos, han pasado de tener un profundo respeto a la creación de Dios (sic) a jalear que cosan a tiros a un desequilibrado con un cuchillo y desear que se desaten progromos contra musulmanes en Europa y aplaudir que bombardeen a personas inocentes (muchos de ellos niños) en la Franja de Gaza.

La auténtica decadencia de Occidente, de la que tanto elucubran cuñados veterotestamentarios como Arturo Pérez Reverte (quien, cómo no, también comentó lo del tipo del cuchillo en Badajoz), no es que aparezcan mujeres en películas o que la libertad sexual se amplíe o que ahora el nene tenga que compartir colegio público con un marroquí o que, como dijo el escritor en una entrevista en El Hormiguero, ahora los chavales seamos unos flojos por no sé qué payasada de las linternas; la auténtica decadencia de Occidente es la que han provocado estos pistoleritos amorales que quieren convertir el mundo en un erial tenebroso donde la vida valga menos que una bolsita de filtros para cigarros. Ellos, ellos son los culpables de lo que pueda pasar.

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