Otras miradas

Internet es el lejano oeste

Marta Nebot

Internet es el lejano oeste
Eduardo Parra / Europa Press

Le he dicho a mi hijo adolescente que estar en internet es como estar en la calle; que, aunque lo haga desde el sofá de casa, lo tenga siempre presente. Igual que no salimos desnudos por ahí, tampoco podemos desnudarnos en las redes. Igual que no le cuentas tus secretos a desconocidos, tampoco se los puedes contar a alguien que no sabes si de verdad es quien dice ser.  

Después, dándole vueltas a mi argumento, a si hay otras maneras mejores de explicarle los peligros a los que se expone, me he dado cuenta de que le he mentido, de que internet es más peligrosa que cualquier calle. 

En la vida virtual, en ésa que sucede en digital pero que nos afecta tanto como la otra, hemos involucionado. De hecho es que hemos vuelto a tiempos medievales. En las redes están a la orden del día las impunidades por fraudes, bullyings, incitaciones al odio, agresiones, linchamientos. En las redes se cometen sin cesar delitos que no permitimos en las vías públicas, ni en ninguna parte.  

En el siglo XXI, en Occidente y en más sitios, no se puede agredir a nadie –ni verbalmente– e irte de rositas, por mucho que lleves un pasamontañas. En la vida real el límite entre la mala educación, la mala leche y la agresión está muy claro. Aunque no todo pase por un juzgado, sí pasa por la desaprobación social, por la solidaridad en contra de los abusos. En la vida de pantalla el límite está borrado y la solidaridad ha cambiado de bando.  


Imaginemos que alguna de las lapidaciones que se producen en redes a cada rato ocurriese en una plaza o en un vagón de metro. Diez, veinte, cien o miles de personas gritándole a alguien todo tipo de improperios, incluidas peticiones de lesiones físicas y/o agresiones sexuales. ¿No resulta inimaginable que alguien tratara de justificarlo en defensa de las libertades? ¿No es que el derecho a la  libertad termina en cuanto agrede a otro?  

Pensando en todo esto se me abrió tal torrente de preguntas que casi me tira al suelo: ¿Cómo fue que dejamos que el mundo virtual fuera un mundo sin ley? ¿Cuándo perdimos el control de los tiempos? ¿No es la vida virtual tan vida como la real, teniendo en cuenta que pasamos ahí buena parte del tiempo? ¿No tendría que ser ahí delito lo mismo que lo es en cualquier parte? ¿No es verdad que por mucho callo que uno haga nadie olvida su primera vez vapuleado? ¿No quedamos tocados psicológicamente todos los que hemos sido linchados en las nuevas plazas públicas? ¿No han sido echados de las nuevas ágoras, de los nuevos espacios públicos muchos que no conseguían distinguir el dolor infringido digitalmente del aplicado presencialmente? ¿Y si la tecnología nos ha pasado por encima, qué estamos esperando para ponerla en su sitio? ¿Por qué confundimos la defensa del anonimato con la defensa de la libertad de expresión? ¿Por qué defender el final de los enmascarados tendría que estar reñido con el respeto al humor negro o con el respeto a la libertad de expresión en cualquier formato? ¿Por qué el fin del anonimato censuraría algo más que los delitos habiendo libertad de expresión? ¿No es la defensa de los sentimientos religiosos por encima de los sentimientos del resto de los mortales otro ejemplo de censura e involución? ¿Por qué la Policía también se ha sumado a esto de ser anónimos? ¿La mal llamada ley de seguridad ciudadana, rebautizada como ley mordaza, no defiende más el respeto de la gente a la policía que el respeto de la policía a la gente? ¿No cree más en la presunción de inocencia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que en la del resto?      

Cuando me recuperé de la avalancha de cuestiones, volví a pensar en mi hijo. Decidí no rectificar lo que le había dicho sino ampliarlo. Le contaré que ya hay países, justicias que están atreviéndose a poner puertas a este campo.  


En Brasil los jueces suspendieron temporalmente Whatsapp (en 2015), Telegram (en 2023) y la exTwitter (en estos momentos). Ahora mismo el juez brasileño Alexandre de Moraes está peleando con Elon Musk para que cierre seis perfiles ultras. Musk se niega y juega al ratón y al gato. El juez no ha cedido ante el chantaje del cierre de sus oficinas en el país y el despido de todos sus empleados locales porque "intenta instituir un ambiente de impunidad total y tierra sin ley en las redes sociales brasileñas". El magistrado denuncia "milicias digitales" y un intento de manipular las próximas elecciones municipales. (El juez Moraes no fue nombrado por Lula sino por un gobierno liberal anterior y, antes de ser juez, militaba en el centroderecha). 

En Francia esta semana han detenido a Pável Dúrov, CEO y cofundador de Telegram, la plataforma de mensajería instantánea encriptada de origen ruso, cuando se bajaba en París de su avión privado. La Justicia francesa sostiene que la falta de moderación en Telegram y la falta de cooperación con las autoridades de su CEO, junto con las herramientas que la plataforma ofrece, como números desechables y criptografía, lo convierten en cómplice de delitos de tráfico de drogas, pedofilia y fraude. 

En España, Santiago Pedraz, juez de la Audiencia Nacional, amagó en marzo con cerrar temporalmente Telegram por piratería pero no llegó a hacerlo.  


Después le diré: No hagas en internet lo que no harías en la calle, aunque de momento esté quedando impune. Por ahora hay una gigantesca ciudad sin ley, una especie de nuevo lejano oeste que ya no es lejano y está en todas partes, donde vivimos mucho rato, donde vivís todavía más los jóvenes. Allí de momento no hay ni sheriff ni policía ni jueces que impongan la legislación. Habría que empezar por terminar con los pasamontañas del siglo XXI, con el anonimato digital que desata lo peor de cada uno, lo  peor de cada grupo. Ojalá lo hagamos pronto y podáis disfrutar de estar en comunidad digital fuera de peligro. 

Se lo diré la próxima vez que, entre pantalla y pantalla, consiga que me haga caso. 

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