Cómo llamamos a las cosas es fundamental. El lenguaje tiene el poder de naturalizar la realidad o lograr que nos movilicemos. Por eso es mejor hablar de emergencia o crisis climática que de cambio climático. Porque el cambio parece algo natural y no demasiado amenazante. La idea de emergencia o crisis nos ayuda a comprender mejor la gravedad de la situación.
Sucede lo mismo con la palabra inversión cuando la utilizan los capitalistas. Es una palabra aséptica y positiva. Uno invierte para crear riqueza. Uno invierte para el futuro. O eso se supone. Lo que sucede es que la mayor parte de las veces la inversión no es tal. Salvo que nos vayamos a otra acepción del diccionario: según la Real Academia Española, invertir es sinónimo de tergiversar, alterar, trastocar. El lenguaje, como creación colectiva, esconde conocimiento moral intuitivo y compartido.
Tergiversar, trastocar. Nos acercamos a lo que significa, en la práctica, un buen número de inversiones bajo el neoliberalismo. La primera, de hecho, es la inversión del lenguaje, que presenta como positivo lo que no lo es, o solo lo es para unos pocos. Pero ni el concepto más negativo de inversión hace justicia a lo que implica en demasiadas ocasiones. Depredación o expropiación son términos mucho más precisos.
Se suele considerar que la expropiación generalizada caracterizó las fases iniciales de la expansión del capitalismo, en el contexto de su expansión ultramarina. Tras esta acumulación de capital originaria, la expropiación pudo sustituirse por la explotación propiamente dicha -de trabajadores blancos en el marco de la Revolución industrial. En Capitalismo caníbal, Nancy Fraser pone en tela de juicio este relato. Asegura que la expropiación no ha dejado de desempeñar un papel fundamental en el capitalismo. Es, de hecho, consustancial al sistema. Todavía hoy.
Según Fraser, el saqueo de las periferias (de territorios, recursos naturales y cuerpos) resulta imprescindible no solo para acumular capital, sino para mantener las condiciones que hacen posible la explotación en el centro: es decir, la existencia de una masa de trabajadores mal pagados, pero con acceso a bienes de consumo básicos gracias a la depredación sistemática de otros lugares.
La novedad es que la expropiación ya no solo afecta a las periferias, sino que se practica con entusiasmo en el centro. Y no afecta solo a personas racializadas (que siguen siendo sus principales víctimas), sino potencialmente a cualquiera.
Las prácticas de depredación que los capitalistas pretenden presentar como inversiones se caracterizan por afectar a bienes fundamentales para la vida, y lo hacen con una lógica de tierra quemada. Lo expropiado puede ser la salud, el agua e incluso el aire que respiramos. Hace años parecería ciencia ficción (por lo menos para los que vivimos en el Norte Global). Hoy ya forma parte de nuestra experiencia diaria. Un excelente ejemplo de estas prácticas predatorias es la agroindustria que vacía acuíferos milenarios -por definición un bien común: el beneficio de unos pocos empresarios a corto plazo hipoteca el futuro de generaciones. Al final de la depredación siempre hay desierto.
La expropiación también ha llegado a nuestras ciudades. Me refiero, naturalmente, a lo que sucede con la vivienda. Es un proceso que sigue la lógica del saqueo colonial: como aquel, acapara recursos esenciales en pocas manos, otorga una riqueza obscena a una pequeña fracción de la sociedad (muchas veces absentista) y expulsa de sus tierras (en este caso calles) a los indígenas, también conocidos como vecinos. Como en la expropiación de antaño, en la actual los capitalistas se benefician de ese Estado, al que sin embargo no paran de criticar. Se benefician de las fuerzas represivas que facilitan la expropiación y de las infraestructuras construidas con dinero público que incrementan el valor de lo expropiado.
Hay que reconocerle al capitalismo que ha refinado enormemente sus métodos. Ya no requiere de grandes masacres (en el Norte global, se entiende) y mediante una combinación de seducción, manipulación y leyes ha logrado que la depredación resulte aceptable para una gran parte de la sociedad. Además, en una jugada maestra -esta sí, de pura inversión- nos ha convencido de que el problema no son los expropiadores, sino los expropiados: inquilinos, okupas, inquiokupas. Invertir, tergiversar, alterar.
El primer paso en la lucha contra la opresión es rechazar el discurso de los opresores y buscar un lenguaje nuevo que describa mejor la realidad. Por eso, no dejes que lo llamen inversión, ni siquiera especulación. Que lo llamen por su nombre: depredación, expropiación, expolio.
Comentarios
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