Otras miradas

Inés y la alegría (de Cifuentes) 

Enrique Aparicio

Cristina Cifuentes (i) e Inés Hernand (d) durante un episodio del programa 'Masterchef Celebrity'.- RTVE
Cristina Cifuentes (i) e Inés Hernand (d) durante un episodio del programa 'Masterchef Celebrity'.- RTVE

–Ella es mi hija adoptiva. 

–Soy su hija, pero claro, yo soy de Madrid... Hemos asistido a manifestaciones en contra de Cristina Cifuentes en algún momento. Ha sido así, Cris. Yo he sido muy contestataria, como lo eras tú de joven. 

–Y sigo siéndolo. 

–Eres la mejor, Cris.  


Un abrazo funde a Inés Hernand y Cristina Cifuentes delante de uno de los fogones de Masterchef Celebrity; un abrazo vivido en directo por 891.000 personas según los audímetros. El fiel seguidor del formato probablemente ha visto también cómo Hernand llama "icono" a la expresidenta de la Comunidad de Madrid, además de su declaración conjunta sobre abrir un bar "transversal, donde acudirá todo el rojerío y la fachostera". La relación entre las dos es una de las tramas principales del programa, pero mientras ellas se hacen amigas en directo –y de manera más o menos interpretada, en un reality nunca se sabe– su participación es leída en términos antagónicos.  


Cifuentes aprovecha una nueva oportunidad de colarse en nuestras pantallas a hacer monerías, esta vez pagadas con dinero público, disfrutando de lo que parece un empeño nacional por olvidar que esta señora tan simpática que cocina y se deja querer es también la del Caso Máster o la delegada de gobierno detrás de las cargas policiales contra los manifestantes del movimiento Rodea el Congreso –protesta que calificó de "golpe de Estado". 

Por su parte, Hernand afronta unas críticas inéditas en su carrera desde que se anunció su inclusión en el formato, donde también comparte cacerolas con el sobrino del yerno de Franco y con el autor de la frase "mientras no me escuchen proetarras, prodelincuentes golpistas, proindependentistas y Pedro Sánchez está todo bien". Las calificaciones más usadas, a las que la propia comunicadora se ha referido en algunos posts en redes sociales, son vendida y traidora. 

Si hay que venderse, como hacemos todas las personas que tenemos que trabajar para vivir, desde luego que sea por los 17.150 euros que cada celebrity percibe por episodio, según figura en el Portal de Transparencia de RTVE –quienes lleguen a la final acumularán 205.800–; menos inmediatas son las conclusiones sobre si su participación constituye verdaderamente una traición.  


Como buena personalidad de internet, la relación de Hernand con su público es directa, constante y de igual a igual. La conocimos dirigiéndose a nosotros cara a cara, y por eso nos choca cuando desvía su mirada al juez que consideraba "un privilegio" trabajar sin cobrar o a la jueza de "los niños bailan con niñas".  Y, más allá de a quien se dirija, el recorrido mediático de la madrileña se ha basado en buena medida en un discurso crítico, comprometido y orgullosamente de izquierdas –aunque también en el puro entretenimiento, como ella reivindica–, por lo que a muchos sorprende su encaje en Masterchef, que representa más bien todo lo contrario. Es muy fina la distancia que va de Inés Hernand es de las nuestras a Inés Hernand es nuestra, y no son pocas las voces que se muestran decepcionadas. 

Conviene recordar que, antes que entretener o competir, lo que está haciendo Inés Hernand en Masterchef es trabajar. Las carreras en el espectáculo no son tan distintas a nivel humano de cualquier otra: casi todos tenemos en nuestro entorno laboral a personas horribles, todos nos mordemos la lengua y todos le podemos acabar cogiendo cariño a un compañero que nunca sería nuestro amigo lejos de la oficina, de la fábrica o de donde sea que estemos obligados a pasar la mayor parte del día. 

En ese sentido, nada menos criticable que tratar a las personas con las que te toca compartir tiempo y espacio con humanidad –recuerdo las críticas cuando Alberto Rodríguez llamó "buena persona" a un diputado del PP–. Esa pretendida pureza moral, que únicamente se proyecta sobre la gente progresista, es quizás factible en un tuit, pero casi nunca en el día a día.  


Lo que sí está en el aire es hasta qué punto a Hernand, que ya disfruta de una presencia mediática sobresaliente, le beneficia poner su talento al servicio de un formato donde una expolítica cuestionable ni siquiera es lo peor que te puede tocar al lado. Quienes celebran su presencia hablan de conquista de espacios, pero ¿es Masterchef Celebrity un espacio que merezca ser conquistado? O peor, ¿no será el programa el que sale vencedor de ese lance?  

Que veamos a Hernand superando prueba tras prueba puede suponer un triunfo personal para su economía y su popularidad, pero también su inclusión de facto en un estrato público que la equipara a Carmen Lomana, Tamara Falcó o Mario Vaquerizo. Si hay una victoria instantánea, es la de un programa en el que una persona visiblemente comprometida se somete a las lógicas de su espectáculo, ese en el que de manera tan agresiva y unilateral se proclama que el éxito solo llega tras un gran sacrificio y una obediencia militar. Y quien no lo soporte, ahí tiene la puerta. 

No me cabe duda de que la madrileña seguirá haciendo un excelente trabajo de denuncia social en espacios personales como el podcast Saldremos mejores. Y ojalá afiance su hueco en el mainstream: hay algo agradecido en ver cómo personas con conciencia llegan a espacios masivos. La pregunta difícil es si hay que llegar a todos los espacios masivos, y si esa incorporación no lleva aparejada una amenaza de desactivación de su discurso. 

A nadie con un mínimo de madurez le debería parecer mal que Inés Hernand y Cristina Cifuentes se lleven bien mientras trabajan juntas. Pero también es cierto que, si la primera ha alcanzado el nivel de fama que ha producido la llamada de Masterchef, es en buena medida por el impulso de quienes han sufrido y sufren las consecuencias de la ideología que representa la segunda. Las mismas personas que las seguirán padeciendo cuando se apaguen focos y vitrocerámicas, y ambas tengan un par de ceros más en su cuenta bancaria. 

Pase lo que pase tras el programa, quedarán las imágenes: habremos visto a una adalid de la nueva izquierda –quiera serlo o no– hacerse arrumacos con una adalid de la vieja derecha –quiera serlo o no. Y quedarán las palabras: habremos discutido, nos habremos citado en Twitter y nos habremos enfadado por no saber si debemos aplaudir o condenar la decisión de Hernand –parecen las únicas dos reacciones posibles–, lo cual en este clima de opiniones polarizadas nos deja en una posición desasosegante.  

Quedarán también las críticas morales, dirigidas en exclusiva a la única participante que ha llegado a celebrity gracias a una personalidad crítica y moral. Ni Pocholo Martínez-Bordiú ni Pelayo Díaz ni Marina Rivers están recibiendo ninguna de ese calado, mientras averiguamos si una de las nuestras entre doce de los otros hace más de los otros a la nuestra o más nuestros a los otros. 

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