El Partido Socialista no vive uno de sus mejores momentos. El Partido Popular de Casado ha adelantado en las encuestas a su principal competidor por primera vez desde 2017 y el bloque de la derecha se situaría, en promedio, casi ocho puntos por encima de la izquierda. En esta coyuntura debemos insertar los cambios acaecidos en el Gobierno en la última semana. Un revulsivo y un cambio de papel que tiene como objetivo activar a los propios y recuperar a algunos perdidos.
Hay que dejarlo claro. La crisis no es profunda o irreversible, pero comparativamente hablando, el PSOE se encuentra en uno de sus peores momentos demoscópicos en años. El año pandémico 2020 trajo consigo una calma impertérrita y desde hacía tiempo nunca vista. Cerrada esta etapa, y con el fin de la pandemia en el horizonte, el Gobierno esperaba unos réditos que nunca terminaron de llegar. La vacunación, la progresiva vuelta a la normalidad o el cese de la mascarilla en el exterior no han conllevado ninguna ventaja para las fuerzas de gobierno. Por el contrario, las elecciones en Cataluña, primero, y las de Madrid, después, sí han empezado a agrietar su bloque de fuerzas.
Pero, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a dichas grietas? Desde la moción de censura, además de configurar un retorno a la bipolaridad de bloques, el Partido Socialista se fue haciendo con el control no solo de su electorado nuclear (clases trabajadoras, fundamentalmente no periféricas, que no abandonaron el barco en sus peores momentos), además empezó a absorber a los nuevos segmentos que Podemos y confluencias tenían atados en falso y, lo más importante, comenzó a ser atractivo para esos votantes moderados que basculan entre el PSOE y el PP, y que determinan muchas veces las elecciones. Pues bien, desde comienzos de año está teniendo problemas para activar a los dos primeros y para no perder a los últimos.
Poniéndolo todavía más claro. La tasa de fidelidad del Partido Socialista, esto es, el porcentaje de votantes que afirman no solo haberle votado el 10-N, sino que lo volverían a hacer en la actualidad, ha descendido desde el 81% de julio del año pasado hasta el 67% del último barómetro del CIS de junio. Unas cifras que empiezan a parecerse a uno de los peores momentos del Partido Popular, previo a las primeras generales del 2019, cuando solo seis de cada diez de sus votantes afirmaba querer repetir su voto. Además, un nada desdeñable 8% confiesa que, a pesar de haber confiado en el partido de Sánchez en 2019, hoy se quedaría en casa. La cifra más alta después de los de Ciudadanos. Por el contrario, la derecha se encuentra en una de las tasas de fidelidad más altas en mucho tiempo. La derecha está estimulada y la izquierda desmotivada
Además, y como comentamos anteriormente aquí, las costuras de su flanco derecho empiezan a agrietarse. En las elecciones a la Comunidad de Madrid el PP consiguió absorber a un 9% de exvotantes de Gabilondo. En Andalucía, tras los conatos de elecciones anticipadas, varias encuestas apuntaban a unas transferencias desde los socialistas hasta los populares de un 11,5%, y el CIS a nivel nacional indica que estas fugas se han multiplicado por cuatro desde finales del año pasado (en el último barómetro era un 4,5%, una cifra pequeña pero determinante). Recientemente, GESOP apunta al 5,2%.
Por tanto, activación y conservación deben ser los dos principales puntos a trabajar para el principal partido del ejecutivo de cara al 2023. Sin embargo, si se atiende al pasado reciente, podemos encontrar una coyuntura que empieza a cobrar relevancia por sus similitudes con la actual. Como se hizo eco el politólogo Lluís Orriols hace varias semanas, el PSOE de Zapatero se dejó a dos de cada diez votantes de centro entre las elecciones del 2004 y del 2008. La mitad se fueron al PP y a UPYD. A pesar de ello, y echando mano de la memoria, muchas personas recordarán que, precisamente en el 2008, Zapatero volvió a ganar aumentando los votos. ¿Cómo? Principalmente porque consiguió atraer a uno de cada cinco votantes de Izquierda Unida.
Los intensos años que pasaron desde unas elecciones y otras fueron escenarios de importantes batallas (y victorias) identitarias y de ampliación de los derechos. Retirada de las tropas en Irak, matrimonio igualitario, ley de dependencia, los nuevos Juzgados de Violencia contra la Mujer... Estas demandas y luchas no solo consiguieron arrastrar a votantes de su izquierda, también a una bolsa importante de votantes nacionalistas (ERC, CiU, BNG, CC, CHA). Así, no solo consiguió retener a los suyos (88,2%), sino que recuperó lo perdido por su derecha ampliando su izquierda.
La situación hoy es similar en el primer elemento, pero no en el segundo. Entre los votantes que se autoubican en el centro ideológico y apostaron por el PSOE en 2019, solo el 73% volvería a repetir su voto. Casi dos de cada diez desertarían para ir a la derecha y otro 9% a otros partidos. En 2008 los datos fueron mejores, consiguiendo atar al 79% de dichos votantes moderados. Lo mismo ocurre con su electorado de izquierdas y centro-izquierda. Sin embargo, si en 2008 los socialistas consiguieron atraer al 21,4% de Izquierda Unida, 13,7 de CiU y 11,8% de ERC, hoy el PSOE recoge cantidades mucho más pequeñas: 10,5% de Unidas Podemos, 2% de ERC, 3,5% de Ciudadanos y 15,3% de Más País. Esto es, no solo su electorado empieza a estar desmotivado, además no consigue recuperar las pérdidas del centro.
No podemos obviar, por ello, que no estamos en una situación política, partidista y de gobierno similar a la del 2008. Sin embargo, no sería descabellado pensar que los profundos cambios en el gobierno (de los 17 ministros del PSOE, se han ido siete) tienen algo que ver. La estrategia de Iván Redondo, cuya apuesta consistía en infundir una fuerte aura presidencialista para convertir a Sánchez en una isla de estabilidad en el archipiélago voluble español, llevaba haciendo aguas bastantes meses. No solo la operación "mayoría cautelosa" (atraer a los votantes disidentes de Ciudadanos) no tenía visos de volver, además la isla se estaba achicando. Dicho de otra forma, con los restos del naufragio de Ciudadanos volviendo a la nueva casa común de la derecha, un espacio a la izquierda en horas bajas y los propios votantes socialistas cada vez con menos incentivos para repetir su voto del 2019, Sánchez necesitaba ese revulsivo.
Con la "mayoría cautelosa" fuera de la ecuación, el PSOE no puede confiar todas sus cartas a un equilibrio que mantenga fuerte su costado izquierdo y seduzca a su derecho. El sistema de bloques, sin el puente moderado de los naranjas, te obliga a elegir. La batalla identitaria y la polarización del primer mandato de Zapatero demostró que el PSOE tenía mucho que perder por el centro, pero también que ganar por la izquierda. Los cambios en el gobierno pueden apuntar a la idea de que el PSOE se olvide de esos segmentos electorales que está perdiendo a favor de la abstención y del PP, y se centre en la activación de los suyos y atracción de su izquierda. Dejar de ser la izquierda, solamente, y volver a ser el PSOE.
Tras el "Gobierno bonito" en 2018, y el "Gobierno de coalición" reconvertido a marcha forzada en el "Gobierno de la pandemia" en 2020, ahora es el momento del "Gobierno de la reelección", donde más allá de la línea principal de recuperación económica destacan dos toques desapercibidos, pero de posible gran calado. La sustitución de Miquel Iceta por Isabel Rodríguez en Política Territorial, en un intento por enfriar la incógnita catalana y mover la lupa hacia elementos menos conflictivos para el PSOE, como la España Vaciada, y el ascenso de tres importantes alcaldesas como guiño al superaño electoral 2023, con las municipales como punta de lanza y termómetro para lo que vendrá después.
La remodelación, por tanto, puede no responder únicamente a dicho revulsivo tan necesario, sino además a una forma de encaminar al Gobierno, principalmente la parte socialista, a ser el PSOE de nuevo en 2023. Se acabaron los experimentos de corte independiente, puede querer decirnos Sánchez, vuelve la maquinaria socialista. Para activar a los propios y atraer a los vecinos de la izquierda, se necesita una movilización partidista, y no tanto fuegos artificiales presidencialistas. Más barro y menos compol. No sería extraño que, a partir de ahora, el PSOE se lance para abanderar medidas de nítido carácter izquierdista. Félix Bolaños, nuevo ministro de la Presidencia, mencionó los ERTE, el IMV y la necesidad de "no dejar a nadie atrás". Si lo pensamos, el horizonte es prometedor en este sentido. Reforma laboral, alquileres, la ley "solo sí es sí", aumento del salario, el dinero de los fondos de recuperación o la misma Ley de memoria democrática. Muchas medidas que Unidas Podemos impulsará y que los socialistas sentirán la pulsión de absorber. Activar a los suyos, seducir a los vecinos. Quizás la salida de Calvo es la señal que muchos esperaban.
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