Otras miradas

Jueguitos lingüísticos y masculinidad chuletón

Elizabeth Duval

Dice Isabel Díaz Ayuso que "retorcer palabras en beneficio propio es un ejercicio de cinismo", aludiendo al vodevil de la "matria" y la "patria" —del cual hablaremos después—, pero sobre todo a la cuestión de si llamar a Cuba dictadura, otra cosa o pasapalabra; habría que recordarle a Ayuso cómo retorció ella la palabra "libertad", que pasó durante un tiempo a significar "irse de cañas", "no encontrarse con un ex" o "vivir feliz en un atasco", cual Sísifo madrileño que acepta su condena. Puede que Ayuso sepa que los sofistas instruían en la retórica, y que ningún instrumento es de mayor utilidad que ese para un político: muchos de nuestros problemas de interpretación provienen de interpretar un argumento ligado al pathos como un argumento ligado al logos, y así, y así, ya saben ustedes.

La política, hoy, no es tanto administración auténtica de la polis —ciudad, comunidad autónoma, país o incluso España dentro de las Españas— como un conjunto de jueguitos lingüísticos consistentes, afirmativamente, en retorcer palabras en beneficio propio; ejercicios supercalifragilisticoespialidosos de manierismo lingüístico, ocurrencias bien colocadas para la distracción, ingenio espontáneo, inspiración divina o interpretación de los textos sagrados. Ayuso es la mejor prestidigitadora.

Las redes sociales reaccionan ante los vacíos y sus tecnológicas redes neuronales se vuelven locas: el gran pinball de la actualidad —subsidiaria de los coches de choque de la Historia— se resume en palabras, palabras, palabras, que se chocan las unas contra las otras. Claro que hay administración de las cositas, como los fondos europeos Next Generation, pero esa "administración" de las "cositas" o de los fondos sucede, sin querer jugar yo con las palabras, precisamente al fondo de la escena, y mientras pasan los días. También hay gobiernos que, de tanto ocuparse de sus ejercicios cínicos —y sepa Ayuso que "cínico" proviene del griego kyon, que significa perro, y esperamos desde aquí que no tarde en replicar en una rueda de prensa los hábitos de Pecas: ¡guau, guau!—, ni siquiera ponen las vacunas que tienen guardadas o, directamente, no hacen nada; el Gobierno de la Comunidad de Madrid se parece tristemente más a la Chocita del Loro —por la calidad de su comedia, también— que a cualquier administración de las cositas. "Cosa", para que se sepa que desde esta columna no se manipulan las palabras, proviene del latín causa.

Así, cuando se escucha a alguien acusar a otro de estar retorciendo palabritas en beneficio propio, resuenan viejos dogmas cristianos: ¡que tire la primera piedra aquel que esté libre de pecado! Lo del vodevil con la "matria" es otro síntoma de una derecha española fácilmente inflamable, que sobreactúa —será desde la incorporación de Toni Cantó como carguito a dedo— para seguir surfeando una ola reaccionaria que quizá no tarde demasiado en desaparecer.

Otras ya se han dedicado a trazar la genealogía de un concepto que no nos pondremos a replicar aquí: Edgar Morin, Unamuno, Borges, Woolf, Kristeva. Todo esto está muy bien. Pero, más allá de la derecha de gatillo fácil y más acá de la izquierda tuitera, no percibo demasiado interés —ni importancia— del concepto de la "matria"... ni creo tampoco que se vaya a convertir, de ahora en adelante, en la clave de bóveda de las izquierdas, instrumento de nuestra unión, máquina discursiva, retórica y electoral.

El uso de las palabras no surge de la nada, ex nihilo, si no es en casos excepcionales —aquello que nombrábamos antes de la inspiración divina, en la cual el político no es más que un rapsoda de Dios; véase la entrada en el diccionario Ayuso para la palabra "posesión", de la raíz indoeuropea *poti y el verbo sedere, estar sentado en latín—; ¿cómo podemos interpretar el baile o mascarada de las matrias y patrias?

En la Semana Negra de Gijón, gran horizonte de sucesos, ha pasado otra cosita. Resulta que el editor de Hoja de Lata ha firmado un reportaje un poco vergonzoso sobre la intervención de Daniel Bernabé —que, según citan otras fuentes, estuvo incluso "comedido"—, que podría perfectamente pasar por hagiografía, y en el cual afirmaba muy orgulloso que allí "no se habló de cuidados, ni de géneros líquidos, ni de personas uteroportantes".

La caricatura de la supuesta izquierdita posmoderna, jefa final entre todos los malos malísimos en el videojuego de las izquierdas, enfadó mucho, como es normal; el editor respondió con una supuesta "rectificación" o "disculpa" aún más lamentable, en la cual se excusaba de haber metido de por medio los cuidados —ni mención para la caricatura de los "géneros líquidos" o "uteroportantes", lo cual querrá implicar que de esa caricatura ni se arrepiente ni se arrepentirá, y que meterse con el fantasma del posmodernismo no se hace lo suficiente—... y arremetía contra una tuitera, haciendo de ella la culpable de toda la polémica, apelando a la serenidad y explicando que él, hombre bueno, hombre instruido, había leído a Fraser y Federici, y escuchado a las mujeres de su familia y de su entorno. La tuitera en cuestión ya no está en Twitter, pero los "señoros" siguen tomando la palabra para asistirse mutuamente, porque también han leído a Kropotkin y muchos libros más.

Postulemos que lo que expone el uso del concepto "matria" es que está apareciendo una reacción masculina, concretada en ese "devenir señoro", que se enfada ante estas cosas menores —ya saben ustedes, los cuidados, quién hace la cena y toda la pesca— porque dividen a la clase obrera y nos alejan de nuestros objetivos como izquierda. Miento, miento: está apareciendo una reacción masculina, en general, que se enquista en sus posiciones muy bien asumidas de la hombría, de lo machorro y lo galante, y que se vio en la reivindicación hace unos días de la carne roja —y de la derechita chuletón— con platos bien rebozados llenos de patatas fritas, como los que cocinaría un chaval de doce años al cual dejan solo en casa. La reacción, como es evidente, responde a la gran ola feminista que empezó hace no tanto, cuestión identitaria donde las haya: la ideología masculina, reacia a perder parte de su poder, se refuerza en sus posiciones; se coloca en su punto y, ahí, es imbatible.

El "problema" —que viene del griego "problema", ¿sabían ustedes?— es que a esta reacción masculina no se puede responder con una esencialización femenina mistiquísima. Sé bien que el discurso de la "matria" no se reduce ni mucho menos a eso. Pero sí lo hacen declaraciones como las de Juan Carlos Monedero, afirmando la "memoria biológica en las mujeres más dirigida a la cooperación, al diálogo, al encuentro, que se activa si las condiciones sociales son propicias". Proponen así una modalidad del feminismo esencialista y naturalizadora, de la diferencia, que haría de los modos de existencia femeninos cosas naturalmente, por volver al adjetivo de hace un ratito, supercalifragilisticoespialidosas. Y así pasan los días: cuando se explican de esta manera conceptos pertenecientes a esa "feminización de la política", que puede estar bien, se hace tantas veces torpemente, reduciéndolo a un elogio de las mujeres por el mero hecho de serlo... que alguna izquierda aprovechará para hablar de Thatcher y su girl power, y así hasta que llegue el final de los días y nos muramos todos después de ochenta debates cíclicos.

Yo propongo el jueguito lingüístico definitivo: que prestemos atención a cómo, al ser preguntada sobre su candidatura a las elecciones generales, Yolanda Díaz hablaba sobre una plataforma que fuera más allá de sus partes para constituir un todo, un lugar de encuentro y reunión amplio, casi como supeditando ese futuro a ciertas condiciones. Que los árboles, de tan patriotas, no nos impidan ver el bosque; así pasan los días y no nos enteramos de nada. Mientras parece que sólo se manipulan las palabras suceden de fondo las cosas.

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