Otras miradas

Cristianos demócratas bendicen al postfascismo

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Giorgia Meloni, líder del partido de extrema derecha Fratelli d'Italia. -REUTERS
Giorgia Meloni, líder del partido de extrema derecha Fratelli d'Italia. -REUTERS

En plena campaña electoral italiana, Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo, ha viajado recientemente a Roma para respaldar a la coalición de centro-derecha. Uno de los tres partidos coaligados es Forza Italia, la formación de Silvio Berlusconi quien, requiebros de la última historia política transalpina, bien podría verse nominado como presidente del gobierno electo tras el próximo 25 de septiembre. También se especula si podría convertirse en presidente de la República tras una reforma constitucional.

En realidad, los tres partidos de la coalición de centro-derecha (que incluye a la exsecesionista Lega y la redefinida postfascista Fratelli d’Italia) han convenido que el líder de la formación más votada sea el candidato a ocupar el palacio gubernamental de Montecitorio. De acuerdo con las previsiones y proyecciones demoscópicas, el partido de Giorgia Meloni prevalecerá en las preferencias de los votantes, lo que la situaría al frente del nuevo ejecutivo.

El vigente sistema electoral Rosatellum premia a los concurrentes coaligados con el 37% de diputados (de un total 400) y de senadores (200 escaños) que se eligen mayoritariamente en circunscripciones uninominales, con un umbral electoral mínimo del 3% (a nivel nacional) (otros pisos electorales se aplican también a nivel regional y nacional, además de la asignación de un 2% al voto de los residentes italianos en el extranjero). El resto de los escaños (61%) se reparte proporcionalmente.

Debe recordarse que el italiano es un sistema de bicameralismo perfecto. Es decir, el ‘peso’ político para dar la confianza necesaria al gobierno es el mismo en la Camera dei Deputati y en el Senato. Tal configuración no hace sino apuntalar el incentivo extra a las coaliciones electorales amplias en las consultas legislativas, como es el caso ahora.

La miríada de partidos, partitini y grupos ad personam, del centro-izquierda asiste a su propia deglución política. Sólo el excomunista y ahora socialdemócrata Partito Democratico (con algunas incorporaciones primigenias individuales de la democracia cristiana) podría consolarse electoralmente erigiéndose en el partido individualmente (no coalicionado) más votado del espectro electoral. Algo insuficiente para neutralizar lo que se presenta como la crónica anunciada de la derrota del centro-izquierda (donde se incluye equívocamente al ignoto Movimento Cinque Stelle, formación del vaffanculo protestario en la Italia de los últimos años).

Un panorama, pues, confuso y generado por una clase política básicamente poltronistica empeñada en acceder y preservar sus puestos institucionales de poder e influencia. Mi colega Josep Maria Colomer muy certeramente apunta que el comportamiento errático e incompetente de los políticos ‘profesionales’ italianos, su sed de cargos públicos se beneficia de la ‘tolerancia’ de sus socios europeos. Italia es un país importante en la UE. No puede permitirse un colapso de Italia porque es demasiado grande e interdependiente con la economía continental. El propio proyecto de europeización quedaría lastrado irremisiblemente.

Dada la presente coyuntura, con la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin y sus efectos colaterales, cobran valor premonitorio las palabras de Enrico Letta, candidato del PD, sobre el contagio europeo de las opciones de extrema derecha y postfascista representadas por los Hermanos de Italia y la Liga. Se argüirá (y en eso radican las expectativas de su vuelta al poder) que Forza Italia es europeísta y miembro destacado del Partido Popular Europeo. Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo durante 2017-19, es uno de sus dirigentes más destacados. Ello es una garantía de control del postfascismo de sus socios de coalición, según los cristianos demócratas de Ursula von Leyen, presidenta de la Comisión Europea. La verdad inescapable es que sin Mario Draghi al frente del ‘tecnocrático’ Gobierno de unidad nacional, Italia pasará de ser un país de firmeza europeísta frente a Putin, a un débil eslabón de resistencia frente a la barbarie de las tropas "Z". Además, el euro ya comienza a encarar una crisis por la gestión de las deudas soberanas y la guerra del gas.

El incremento de los inmigrantes procedentes del norte de África, alentado por las milicias prorrusas de Libia, benefician a la propia Meloni. Pese a su nuevo maquillaje electoral, no puede ocultar su pasada militancia en el Movimento Sociale Italiano de la posguerra, heredero de la ideas raciales del Duce, y sobre las cuales su líder el publicista Giorgio Almirante se explayó en la revista fascista, La defensa de la raza.

Letta afirma ahora que el Gobierno Draghi era una referencia fundamental, para Italia y Europa, y que ha sido sacrificado en aras de las apetencias institucionales de una derecha que, paradójicamente, ya formaba parte de un ejecutivo ampliamente respaldado en el parlamento que ahora se renueva. Para el Partito Democrático es necesario transformar en diseño político el programa que comenzó en este año y medio con el Gobierno Draghi. Quizá llega un poco tarde y con el pie cambiado para convencer a unos electores hastiados que pretenden fórmulas duras y alternativas.

¿Qué pensaría el cura Luigi Sturzo, histórico fundador del Partito Popolare italiano, de la ‘bendición’ democristiana europea recibida por el postfascismo italiano? Se producen en estos tiempos extraños casorios que, como en el caso del racista Viktor Orban y su Fidesz, malos presagios auguran.

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