Otras miradas

El cine de Spielberg, Sumar y las emociones sospechosas

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

El director de cine estadounidense Steven Spielberg.
El director de cine estadounidense Steven Spielberg.

Ha habido numerosas reacciones a la presentación de Sumar del pasado día 2. Una parte de ellas miraban de reojo el tono alegre y optimista de las intervenciones y sospechaba aún más de las reacciones entusiastas en torno a las mismas, cuando no directamente sospechaba del entusiasmo en general. Al leerlas me acordaba de las críticas a las películas de Spielberg y pensaba que el problema no es, nunca es, el entusiasmo.

Hagamos un pequeño flashback. Yo tendría quince o dieciséis años, estaba viendo La Lista de Schindler en el cine de mi barrio. Aquel año se había estrenado (o se iba a estrenar, no estoy seguro) Parque Jurásico. Spielberg estaba ocupando todo el rango de lo que su cine era capaz de hacer. Desde el entretenimiento puro hasta el compromiso con la historia más terrible.

En una de las secuencias de la película, un grupo de mujeres judías del campo de concentración de Plaszow se dirigen a las duchas. Están aterrorizadas porque saben que "las duchas" puede ser un eufemismo para la cámara de gas. Ya hemos visto montañas de cadáveres amontonados para ser incinerados, hemos visto a la niña del abrigo rojo (uno de los símbolos de la película) pasear entre los muertos. Y hemos visto a Amon Göth, el responsable del campo (interpretado por Ralph Fiennes) levantarse por la mañana, coger un rifle de francotirador y disparar a cualquier inocente en la cabeza. Hemos visto todo eso y veremos mucho más... Pero en la secuencia de las duchas no muere nadie. Cuando sale el agua de las duchas, las mujeres en el campo de concentración (y nosotros en la platea de la sala), respiramos con alivio.

En ese momento, en el cine en el que estaba viendo la película, un hombre se levantó y grito "Qué vergüenza" y se marchó de la sala muy enfadado. Supongo que pensaba que el alivio de aquellas mujeres judías en las duchas estaba ocultando el Genocidio en vez de exponerlo.

El director de cine Billy Wilder, que llegó a Estados Unidos escapando de los nazis y perdió a su madre en un campo de concentración, dijo que La Lista de Schindler no era "una película sobre el holocausto, sino el holocausto directamente". La película le impresionó tanto, que añadió "Intenté buscar a mi madre en los rostros de aquellos vagones llenos de gente, pero no la encontré".

Años después, durante el estreno de Inteligencia Artificial, el hombre que estaba detrás de mí en la sala también pareció enfadarse con el final de la película. Se levantó al terminar y comentó que Spielberg había destrozado y traicionado la idea original de Stanley Kubrick.  Lo cierto es que el final que rodó Spielberg es el que Kubrick había diseñado y que lejos de ser una cosa ñoña, es uno de los finales más tristes de toda su filmografía.

Podría poner mil ejemplos. El cine de Spielberg tiene una larguísima colección de detractores que llevan más de cuarenta años (diría que desde que ET se marchó volando hasta antes de ayer) diciendo que sus historias, si bien técnicamente excepcionales, son simples y poco interesantes, llenas de emociones sospechosas que ocultan la importancia y la complejidad de las cosas.

Su última película, la excepcional The Fabelmans, es una reconstrucción autobiográfica del poder de las imágenes para emocionar y conmocionar. Además de una carta de amor a sus padres que no tiene ni una gota de nostalgia. Aún así, el tono emocional, el alegre optimismo de la historia, la idea permanente de que la expresión artística (en este caso el cine) puede salvarte (marca de la casa) también ha recibido algunas críticas. Críticas similares a las que ha recibido la extremadamente spielberiana Todo a la vez en todas partes, que le ganó el Oscar a Fabelmans y también ha sido criticada por su defensa de la alegría y el potencial redentor de la misma.

Volvamos ahora al presente.

Entre las personas que estaban sentadas detrás de Yolanda Díaz en la presentación de Sumar estaba Remedios Zafra. Zafra es una de las ensayistas más importantes de nuestro país y su objeto de estudio es el cruce entre tecnología, precariedad y formas de vida contemporáneas. Uno de sus mejores libros se llama, precisamente El Entusiasmo y habla, entre otras muchas cosas, de un tipo de capitalismo cognitivo que demanda no sólo horas, sino también un compromiso emocional, un trabajo propio que deja las emociones exhaustas porque se convierten en la materia prima de la producción. No basta con que trabajemos, tenemos que poner parte de lo que somos en el trabajo.

El entusiasmo, por tanto, es un concepto ambiguo y que hay que problematizar. Pero convertir las pasiones alegres y lo que movilizan en una emoción sospechosa, sobre la que no hay nada que hablar, hacer o decir, es también sumamente problemático.

Tampoco es cierto que la alegría oculte los problemas, más bien, desplaza el centro de atención de la denuncia a la potencia. También se dijeron cosas similares durante el 15M. Las mismas cosas. Que había ahí demasiada alegría. Y de Podemos, por supuesto. De todo proyecto transformador que no se ha conformado con denunciar. Hablaba estos días con buenos amigos de la diferencia entre que las conversaciones sean sobre como avanzar y que sean sobre como defendernos.

El cine de Spielberg no renuncia a la complejidad ni a la denuncia, pero la construye siempre desde la potencia y la confianza en la humanidad. Su mirada sobre el mundo es benévola, pero no es complaciente.

Las pasiones alegres, en Sumar, en el cine, en la vida, nunca son menores. Tampoco son el paso previo a la decepción. Son, al contrario, una fuerza potencial que necesita tiempo, espacio, infraestructuras, lugares y cuerpos dónde poderse desarrollar.

No son, nunca son, sentimientos menores.

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