Otras miradas

'Pleasantville', la gran deserción y las elecciones del 23 de julio

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

'Pleasantville', la gran deserción y las elecciones del 23 de julio
Pleasantville

Gary Ross es lo que Hollywood entiende por un artesano. Viene del mundo del guion (es el guionista de Big, entre otras cosas) y en los noventa pudo dirigir algunas películas con un cierto sello propio. En lo que es una metáfora del paso del entonces al ahora, sus últimos proyectos son franquicias: La interesantísima Los Juegos del Hambre y la algo menos interesante, pero disfrutona Ocean’s 8. En 1998 escribió y dirigió una película pequeña y original llamada Pleasantville.

Pleasantville cuenta la historia de dos hermanos que acaban en el interior de una serie de televisión de los años 50. Su entrada a ese mundo de ficción produce un caos que empieza por el error, ya que de pronto el equipo de baloncesto siempre ganador tiene un jugador que no encesta automáticamente todas las canastas. Lo siguiente que sucede es que empiezan a desatarse cosas imprevistas, sobre todo las pasiones. La forma de representar este paso es uno de los grandes aciertos de la película, ya que la serie es en blanco y negro y, de pronto, se empieza a teñir de color.

Esto provoca una reacción racista y entre los auténticos (en blanco y negro) y los coloreados. La película se convierte entonces en una metáfora (un pocho chusca, pero efectiva) sobre el racismo y la tolerancia a la diferencia. Sin embargo, en lo que es una muestra fascinante de lo que hoy llamaríamos privilegio blanco, el líder de las personas en blanco y negro termina por convertirse en persona colorada desarrollando la pasión del odio, lo que neutraliza su condición de líder de la ya para entonces minoría en blanco y negro, pues a fuerza de gritar se colorea. Evidentemente no sabemos lo que hará con ese odio el personaje, pero muy seguramente terminará por enfocarlo contra alguien. La película acaba felizmente antes de poder hacernos cargo de ese asunto.

Pensaba en ella estos días en torno a la convocatoria de elecciones anticipadas y las campañas que pretenden estimular el voto tirando de miedo y el apasionamiento y de cómo vivimos en un mundo que funciona al contrario que el de Pleasantville. De hecho, en la propia película, Toby McGuire, que encarna a uno de los dos hermanos, está obsesionado con esa serie sosa y políticamente correcta de los 50 porque le supone un refugio de un mundo que le trata de friki e inadaptado.

Me puedo imaginar perfectamente una segunda parte de la película en la que dos jóvenes entran en un universo de ficción, el de cualquier serie de nuestros días (salvo quizás Ted Lasso) y deciden ir apagando sus emociones, refugiándose de la permanente llamada a la activación emocional y volviéndose en blanco y negro. Especialmente los jóvenes que ven en el futuro lo mismo que veía la hija de los protagonistas de Todo a La Vez en Todas Partes, una enorme nada. Un agujero negro inevitable.

Llevamos muchos meses hablando de la "gran deserción", ese proceso por el que se produce una fuga activa de trabajadores y trabajadoras de los empleos alienantes y mal pagados. Es posible que esa "gran deserción" sea de cosas más amplias que el trabajo precario. Puede serlo también -por ejemplo- del voto. Y digo del voto porque no es cierto que las generaciones más jóvenes no estén politizadas. Lo están (y mucho) pero a través de categorías y mediaciones que no son las de las generaciones anteriores. Los medios de comunicación insisten mucho más en la derechización de ciertas capas de la juventud porque opera a través de imágenes que son más fácilmente explicables. Son jóvenes activos (en su odio o intolerancia) y están sobrerrepresentados. Es fácil trazar quienes son sus líderes simbólicos y cuales son sus espacios de socialización. Es mucho más difícil hacerlo con la politización de los jóvenes de la deserción. Seguramente el feminismo y el movimiento queer tenga mejores claves para ello.

Dice Carolina Durante en una de sus canciones más conocidas "desde abajo no se veían nubes, ahora llueve casi como norma. La generación vacía, no estaban altas las expectativas, pero es que hemos llegado aquí, es peor de lo que me decías". La canción está llena de rabia, pero también de autodesprecio. "¿Cómo me atrevo a sentir yo esto?", dice la letra también. Se puede decir más alto, difícilmente se puede decir mejor y más claro.

En las últimas semanas se han terminado muchas cosas. Se ha terminado Succession, se ha terminado Ted Lasso y se ha terminado el ciclo de gobiernos progresistas en las comunidades autónomas y ayuntamientos. Eso quiere decir también que el repertorio lingüístico y las pasiones asociadas al mismo del 15M está agotado también.

La convocatoria de elecciones anticipadas es un desafío, pero no para extender un poco más el ciclo agotado. No se trata de hacer borrón y cuenta nueva. Las cosas nunca funcionan así, sino más bien a través de la mezcla entre lo anterior y lo siguiente. Movernos entre el "ángel que se cae y el simio que se levanta", que decía Terry Pratchett. Sabiendo que quizás estamos en una escenario que mezcla pasiones alegres con tristes, momentos de explosión pública con momentos donde el refugio se encuentra en lo íntimo, en las redes cercanas.

Momentos que nos demandan producir confianza, no entusiasmo. Afecto, no desborde. Calma, no nervio. Cosas, quizás, más sosas, pero también más ajustadas a un presente más frágil.

La utopía, quizás, no es tener sólo una buena imagen del futuro, sino la energía y el ánimo necesario para llegar hasta allí.

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