Otras miradas

Rabia roja

Marta Nebot

El dato me cogió desprevenida: el 18% de los adolescentes occidentales se infligen daño sin intenciones suicidas en algún momento de su desarrollo.

Lo decía un artículo de El País, que especificaba que lo más común es que utilicen cuchillas o tijeras para provocarse cortes en brazos, muñecas o muslos, encendedores para producirse quemaduras o las propias uñas para hacerse arañazos. Algunos jóvenes pueden llegar a golpearse la cabeza o el puño contra una pared u otra superficie sólida.

Las hospitalizaciones por autolesiones en España en la población de 10 a 24 años se han multiplicado por más de tres en 20 años. Han pasado de 1.270 en 2000 a 4.048 en 2020, según datos del Ministerio de Sanidad.

Lo más curioso es para qué lo hacen. Intentan regular el dolor emocional produciéndose dolor físico. Las autolesiones reducen temporalmente la ansiedad producida habitualmente por sentimientos de rabia, ira, culpa o soledad. En los picos de angustia se produce un aumento de la frecuencia cardíaca que desencadena el impulso a la acción autolesiva para calmar la crisis.


Lo más sorprendente de esta patología es que algunos de estos adolescentes viven tan disociados de sí mismos que no sienten dolor, que pueden vivir la autolesión como algo placentero. En estos casos la tendencia es a aumentar la intensidad y la frecuencia de las mismas, convirtiéndose en una práctica adictiva.

Los expertos señalan que lo que subyace bajo estas conductas es la sensación subjetiva de soledad y desamparo. Sienten que sus emociones no son tenidas en cuenta y sus problemas no son percibidos adecuadamente por los suyos. Es una forma también de autocastigarse. La autolesión produce una sensación temporal de control. En último término, se trata de lanzar un grito de auxilio al entorno familiar o social.

A veces hay motivos concretos que desencadenan estas conductas, otras solo quieren llamar la atención sobre ellos.


Estas actitudes no son lo mismo que las suicidas y en la mayoría de los casos no llegan a desencadenarlas en ningún momento.

Desde entonces toda esta información me recorre por dentro como una corriente eléctrica...

¿Soy la única con ganas de clavarme las uñas, de gritar como poseída, de golpear y golpear al aire, al mar, a este país, a mí misma por lo que la izquierda es capaz de hacerse a sí misma?


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