Otras miradas

La herencia de Berlusconi y la Italia que deja: Meloni, Mediaset y Salvini

Jaime Bordel

Coautor de 'Salvini y Meloni: hijos de la misma rabia'

La herencia de Berlusconi y la Italia que deja: Meloni, Mediaset y Salvini
El líder del partido de derecha italiano "Forza Italia", Silvio Berlusconi agradece los aplausos en el escenario el 23 de septiembre de 2022 en el teatro Manzoni de Milán durante una reunión de cierre de la campaña de su partido para las elecciones generales del 25 de septiembre.
Filippo MONTEFORTE / AFP

Ha muerto Silvio Berlusconi con 86 años. Un hombre sobre el que estos días correrán ríos de tinta sobre los escándalos de su vida privada y sus constantes salidas de tono. Pero más allá de sus causas abiertas con la justicia, sus escándalos sexuales con menores de edad y sus problemas con la Hacienda italiana, Silvio Berlusconi fue una persona que revolucionó -para mal-  la política italiana y cuyo paso por el poder marcó un antes y un después en el país transalpino. Detrás de ese rostro campechano y burlón de señor aficionado a los chistes verdes hay un legado que tiene mucho más de frío y calculador que de esa supuesta espontaneidad que le caracterizaba.

El primer punto en el que el legado de Berlusconi cambió la política italiana es a nivel comunicativo. Berlusconi fue el padre de lo que hoy conocemos como desintermediación, una de las principales características del populismo. La desintermediación se refiere a la relación entre un líder y sus votantes que se establece de manera directa, saltándose los canales habituales de intermediación entre políticos y ciudadanos como los partidos políticos. Una de las grandes virtudes de Berlusconi es que siempre fue consciente de sus fortalezas y sus debilidades, y desde el primer momento supo que no podía formar un partido con el arraigo territorial de la Democracia Cristiana o el Partido Comunista. Aquel era un trabajo de décadas, y él no tenía tanto tiempo. Pero a pesar de no tener un partido, él tenía otro arma: una televisión, Mediaset, a través de la cual pudo establecer este canal de comunicación directo con sus votantes.

Berlusconi utilizó durante años este poder mediático para conectar con los ciudadanos y comenzar a construir una hegemonía berlusconiana de la que también son herederos otros líderes de la derecha como Matteo Salvini o Giorgia Meloni. Por los canales de Mediaset no solo se transmitía una imagen hagiográfica y aduladora de Berlusconi, sino una serie de valores y actitudes que encajaban a la perfección con el mensaje que transmitía el líder de Forza Italia. Un instrumento enormemente poderoso y que fue fundamental para sus victorias en el corto y el largo plazo.

Íntimamente ligado con la comunicación, Berlusconi también supuso un importante cambio de paradigma a nivel cultural. Por un lado, sus comentarios en público y el rol de las mujeres mostrado por Mediaset contribuyó a asentar un machismo institucionalizado que aún pervive a día de hoy. En Italia se escuchan comentarios por parte de políticos sobre las mujeres que harían dimitir a cualquier cargo público en España, y se ha normalizado durante mucho tiempo un estilo de canallita desenfadado con afición a los chistes verdes que en otros muchos lugares está caduco desde hace tiempo.


Por otro lado, el impacto cultural de Berlusconi fue más allá del machismo, y durante mucho tiempo parte de su éxito se basó en que fue capaz de representar una suerte de héroe popular, de triunfador, que muchos ciudadanos querían emular. El empresario exitoso, el emprendedor sin complejos que era capaz de conectar con la gente de a pie y generar ilusión tras décadas de políticos grises. Berlusconi hablaba el lenguaje de la gente, y por eso introdujo en su vocabulario político muchas palabras relacionadas con el fútbol. Su partido, Forza Italia, era el lema con el que se anima a la Nazionale, y el anuncio de su candidatura a las elecciones fue bautizado como Discesa in campo, un término que se usa cuando los futbolistas saltan al terreno de juego. Berlusconi se lanzó a la arena política como si fuera un futbolista de su laureado Milan, club que ganó varias Copas de Europa bajo su presidencia, y con ello consiguió durante un tiempo que muchos italianos se quisieran parecer a él. Su victoria en 1994, el año de su debut, no fue solo política, también cultural.

A nivel organizativo, Berlusconi también fue el primero en entender muchas cosas sobre cómo funcionaba y funcionaría la política en las décadas siguientes. El magnate de Milán supo ver la incipiente desaparición de los partidos de masas, aquellas organizaciones mastodónticas con periódico, sindicato y miles de militantes pegando carteles y acudiendo a asambleas. Comprendió que para los nuevos tiempos se necesitaba un partido empresa, vertical, flexible y personalista que le permitiera ir moviéndose por el terreno político.

Forza Italia, que en sus orígenes se parecía más a una agencia de publicidad que a un partido al uso, fue el aparato que Berlusconi diseñó para esta aventura. Un partido a imagen y semejanza del líder que fue evolucionando a la par que él. Primero, el espacio que ocupó en el terreno político fue el del pentapartito de los años 90, un gobierno integrado por la DC, el Partido Socialista y varias organizaciones centristas de menor tamaño como el Partido Republicano. En este periodo Berlusconi enfatizó su faceta más liberal, y en ningún caso se le podía definir como un líder conservador a pesar de pactar con la extrema derecha. Su discurso era fuertemente anticomunista, con elementos populistas y tecnocráticos que hablaban de gestionar el país como una empresa y de acabar con los políticos incrustados en un estado excesivo y disfuncional. Pero no era conservador en valores, y su disoluta vida personal hacía que los sectores más conservadores de la sociedad italiana como la Iglesia recelaran de él.


Pero después del año 2000 Forza Italia evolucionó hacia otros lugares por mera supervivencia, y Berlusconi trató de transformar su formación en un gran partido conservador al estilo de sus homólogos europeos como el PP español o Los Republicanos en Francia. Berlusconi comenzó a oler por dónde venía la competición política en los años siguientes, y después de que la unión entre excomunistas y exdemocristianos diera lugar al surgimiento del Partito Democratico (PD), creó un gran proyecto de partido conservador, Popolo della Libertà, que agrupaba a Forza Italia y los exneofascistas de Alleanza Nazionale. Esta operación le llevó a vencer holgadamente las elecciones de 2008, pero la crisis financiera y los problemas internos en el partido truncaron su proyecto. Desde entonces, asfixiado por los escándalos judiciales y por sus rivales políticos en la derecha, el proyecto de Berlusconi fue perdiendo apoyo poco a poco hasta caer relegado al último lugar de la coalición en las elecciones de septiembre de 2022.

Y por último, el gran legado que deja el paso por la política de Silvio Berlusconi es el de haber sido quien más ha contribuido a la normalización e integración de la extrema derecha italiana en las instituciones. Durante décadas los principales partidos del arco parlamentario italiano ejercieron un férreo cordón sanitario a la extrema derecha, representada en el Movimiento Social Italiano (MSI), un partido creado por partidarios del dictador fascista Benito Mussolini. Sin embargo, cuando Berlusconi ganó las elecciones en 1994 no tuvo ningún reparo en pactar con el MSI, que se convertiría al poco tiempo en Alleanza Nazionale (AN), y  la etnorregionalista Lega Nord de Umberto Bossi. Les necesitaba para gobernar, y el magnate propietario de Mediaset estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de alcanzar su objetivo.

El pacto con las dos derechas radicales no fue ninguna improvisación de última hora, y desde las elecciones de 1993 Berlusconi era consciente de que necesitaría a ambos partidos. En el norte, la Lega Nord obtuvo importantes triunfos con un discurso etnorregionalista y xenófobo reclamaba mayores privilegios económicos para el norte próspero e industrial frente a un sur  "vago y parasitario". Y en el sur, el MSI aumentaba mucho sus apoyos tras la debacle de la Democracia Cristiana. Berlusconi, de nuevo consciente de sus fortalezas y debilidades, sabía que tenía su carisma, una televisión y un magnetismo que le permitiría competir las elecciones, pero que le faltaba músculo organizativo para lograr la victoria, por lo que decidió apoyarse en estas dos formaciones para llegar al Palacio Chigi.

Los pactos con la ultraderecha se mantuvieron en el tiempo, y pasaron a convertirse en una seña de identidad de la nueva competición política en Italia. O gobernaba un bloque formado por excomunistas, exsocialistas y exdemocristianos o lo hacía un mal llamado bloque de centroderecha formado por la derecha populista de Berlusconi y dos formaciones de derecha radical, una de ellas con raíces posfascistas. La normalización de estos partidos llegó hasta tal punto que los líderes de ambas formaciones, Gianfranco Fini y Umberto Bossi, ocuparon cargos ministeriales con Berlusconi e incluso bautizaron la ley de inmigración y derecho de asilo del 2002, conocida como Ley Bossi-Fini. Una influencia que ha menudo se ha dejado en un segundo plano eclipsada por las excentricidades de Berlusconi, pero que ha marcado profundamente la política italiana.

El legado de Berlusconi es perfectamente palpable en la Italia de hoy. El gobierno de una ultraderechista que él hizo ministra por primera vez, el potente papel que sigue conservando Mediaset en el panorama mediático, o la existencia de figuras políticas como Matteo Salvini, son de manera más o menos directa producto de la obra de Il Cavaliere. Casi 30 años después de su discesa in campo, Berlusconi nos deja un terreno de juego en el que su partido ha cedido el rol de capitán y estrella del equipo a una ultraderecha a la que él mismo se encargó de integrar. Una herencia que será difícil de superar.

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