Otras miradas

La necesidad de escribir

Ramón Soriano

Catedrático emérito de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

Una persona escribiendo en su libreta en un bar. / Pixabay
Una persona escribiendo en su libreta en un bar. / Pixabay

El 31 de julio me armé de valor y me dije: esta vez lo conseguiré. No cederé. Me tomaré vacaciones durante todo el mes de agosto. ¡Qué menos! Llevo ya cinco años jubilado. No enviaré ni un solo artículo al diario Público durante todo el mes, ni un solo artículo a una revista. Libros y capítulos de libros pendientes: a dormir el sueño de los justos. Dejaré en suspenso todo lo que tengo entre manos. Y se acabó lo de dedicar el mes de agosto para atender a cosas pendientes.

Esta vez lo conseguiré: disfrutar sin parón de un mes de vacaciones inactivo, lo que no recuerdo haber conseguido nunca. Me las prometía muy felices. Ingenuo de mí, no sabía lo que me aguardaba. Estaba tan ricamente debajo de una sombrilla en mi entrañable playa de La Antilla (no confundir con Las Antillas de América; La Antilla es una playa del popular pueblo de Lepe, en la costa onubense), cuando en un duermevela de pronto mi mano comenzó a describir en el aire signos de escritura; intenté sujetarla, pero no me obedecía, y seguía y seguía escribiendo velozmente. La historia se repitió varias veces. A los pocos días ya estaba de vuelta al tajo en Sevilla.

Permítanme que al incorporarme al trabajo -es un decir en mi caso- les hable hoy de lo que he llamado la necesidad de escribir. Estoy seguro de que estaré acompañado de colegas que sienten y hacen lo mismo que yo. Recuerdo que en los primeros días de agosto manifestaba en este diario un periodista, que se consideraba autónomo autoexplotado, un mismo problema vital. Y no es una cuestión cultural y que se aprenda. No, es genética, genética pura, como quien nace deportista de élite o genial matemático. Se nace así. Para bien y para mal. En mi caso mi genética no sé si va mejor en un sentido o en otro a raíz del escollo, que me ocasiona mi manera de ser y existir en esta vida.

Mi problema es que soy escritor, aunque no quiera y luche a veces con todas mis fuerzas contra esta maldita manera de ser que no me deja vivir en paz. Soy escritor a tiempo completo. Mi mente escribe ya más que piensa o piensa escribiendo. Escritor de día y de noche. De día nunca abandono el papel y el bolígrafo BIC para captar cualquier idea, cualquier acontecimiento, cualquier conversación, cualquier noticia de radio, prensa o televisión, y poner en mi libretita guiones que después, más tranquilo, desarrollo. Pero, como no quiero que se me olviden datos e ideas, a veces los guiones casi se convierten en la redacción definitiva del asunto. Y no crean que resulta de mi agrado. Me golpea la idea sobrevenida y tengo que plasmarla en la hoja de papel irremisiblemente: de la mente al boli y del boli al papel. Como si se apoderaran de mí y me obligaran a hacerlo, lo quiera o no. A veces tengo la impresión de que mi mano escribe sin control, al margen de mi voluntad y cerebro, a su aire, cual pluma fina que se la lleva el viento. Que mi escritura no es mía, sino de alguien -un ser desconocido y más espiritual e invisible que yo- que mueve mi mano y expresa en mi libretita lo que él quiere.


Mi impaciencia por escribir a veces me ha jugado algunas malas pasadas, pues a la impaciencia ha acompañado la falta de orden y organización de la post-escritura. No se lo van a creer, pero he llegado a olvidar un artículo de revista con el que casualmente, pasados los años, me he reencontrado. Algo normal en mi caso, pues fui a clases en el instituto dos veces en domingo. No me va ni el orden ni la cronología. Factores que no casan bien con la impaciencia.

Escribo en cualquier sitio donde esté, frecuentemente en cafeterías, tabernas y bares, que he de decirles que para mí son un regalo, porque me refugio en ellos para escribir cuando siento la necesidad irreprimible.  Otras veces no tengo suerte y escribo de pie en la calle, en cualquier esquina. Con dificultad porque corre el viento y mi mano no es ya tan serena ni mi letra tan clara. A veces yo mismo tengo dificultad en leerme. De noche me levanto dos veces y en algunas de ellas -no pocas- termino sentado sobre la cama escribiendo en mi libretita lo que se me ha ocurrido, con frecuencia largo y tendido, y ya sé lo que me espera: que me olvide de conseguir conciliar el sueño.

Para colmo de males yo he contribuido a cavar mi propia fosa de la impaciencia por escribir. Me he pasado largas jornadas de intenso estudio desde mi época de estudiante, que continué cuando conseguí plaza de profesor ayudante no numerario (la de los sacrificados PNN), allá por los años setenta. Y, para empeorar la situación, no me he limitado a mi área, la filosofía del derecho y política, sino que me he paseado por zonas del derecho público, amén de la sociología del derecho. Prueba de lo que digo es que mis dos primeros libros trataron del jurado y del habeas corpus, instituciones de derecho procesal. Ahora estoy centrado en el derecho constitucional. Pero no crean que soy un narcisista aludiendo a mis publicaciones. Es que es lo único que sé hacer. Nunca recuerdo si he de girar los tornillos a la izquierda o a la derecha, me conjuntan la ropa en el armario porque no sé qué color pega con otro, al regar siempre se me sale el agua de la goma, confundo los iconos del móvil y del coche, que siempre me están pitando, y así un largo etcétera. Mi mujer exclama con frecuencia: "Debí casarme con un manitas". Esto sí que lo llevo con paciencia -lo único-. No tengo más remedio.

¿Por qué digo colmo de males? Pues porque se han unido el hambre con las ganas de comer. Nunca mejor dicho, porque he alimentado mi necesidad de escribir con los materiales de mis lecturas y reflexiones en el campo del derecho público, lo que me permite comentar los acontecimientos que van surgiendo en la escena pública de nuestro país que, por cierto, no defraudan en su número, aunque sí, y mucho, en el tratamiento de los asuntos. Pero, por otra parte, mi avidez por casi todos los temas de derecho público echa leña al fuego a mi descontrolada impaciencia por escribir, ya que es raro el día en el que un nuevo acontecimiento no me lleve a las páginas de libros y artículos leídos o escritos por mí no sé cuándo, al ajuste de la realidad a estas lecturas y al desprendimiento de reflexiones críticas y propuestas alternativas (críticas y propuestas alternativas suelen ser los dos ejes de mis publicaciones).

Ahora una reflexión extraída de mi experiencia. Un ensayista de vocación, como es mi caso, únicamente será columnista de prensa a tiempo parcial, quizás para descansar de la tarea principal. Considerará los artículos de prensa como un trabajo complementario, no extenso... una pincelada de la realidad, sin que ello suponga quitarle relevancia. Se trata de dos tareas diferentes. Lo suyo es el ensayo, donde puede explayarse sin limitaciones, entrar de lleno en la realidad y las ideas, analíticamente, sin necesidad de contar las páginas, las líneas, los caracteres, los espacios. Él es el soberano y dueño del papel. Un buen amigo suele advertirme de la extensión de mis artículos de prensa, que no son cortos precisamente. "Si sigues así, Ramón, te van a leer, a lo sumo, el párrafo inicial y el último". Quizás lleve razón, a medias. Pienso que depende del lector. Al menos yo no acepto una opinión desprovista de fundamentos completos, mejor aún si son a favor y en contra. Imagino que, como yo, habrá otros muchos lectores/as.

Como punto suspensivo de lo que digo -punto final, imposible- padezco o disfruto, según se mire, de una sufriente felicidad en mi trabajo, que más que un trabajo es un hobby, repleto de impaciencias y exigencias, pero hobby, al fin y al cabo. ¿Puede ser el trabajo de una persona un entretenimiento? Pues en mi caso sí, ciertamente, lo juro. Pero no lo diré más veces, no vaya a ser que me quiten mi pensión de jubilado por hablar demasiado. Ocultaré que disfruto-padezco un trabajo-hobby. Lo diré por última vez en mi tumba con este epitafio: "Aquí yace un vivo que disfrutó de un hobby pagado por el Estado". Quizás dé qué pensar a sindicalistas, inspectores de trabajo y de hacienda y a expertos en derecho del trabajo. Pero ya no tendré la oportunidad de replicarles con argumentos de derecho, como acostumbro. Ya se habrá acabado mi impaciencia por escribir. O eso espero.

Más Noticias