Otras miradas

Bienvenidas a mi 'haul'

Silvia Cosio

Licenciada en Filosofía y creadora del podcast 'Punto Ciego'

Freepik.
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Contrariamente a la opinión general, adoro las tardes de los domingos porque no tengo nada que hacer. Es entonces cuando me puedo recostar tranquilamente en el sofá, o, al menos, en el trozo del sofá que Perro Bonito me permite ocupar, tapadita con mi manta, escuchando de fondo episodios de true crime de Oxygen del tipo Mujeres asesinas, Parejas asesinas o -mi favorito de siempre- Enterrado en el jardín, mientras me hago la manicura y ojeo el móvil.

Y fue en una de esas ociosas y placenteras tardes de domingo cuando, entre reels de Star Wars, consejos que jamás seguiré por pereza y falta de habilidad para el pelo rizado, perretes y gatetes, me encontré ante un género que desconocía: los hauls de Zara. Estos vídeos -los hay de otras marcas también, pero de una forma extraña y misteriosa la empresa gallega ha conseguido auparse al podium de lo aspiracional- consisten en ver a una mujer abriendo ante la cámara su pedido online, para después mostrar lo que se ha comprado mientras comenta lo que opina de las nuevas prendas y se las prueba o no ante la cámara porque, por lo visto, esta parte es opcional.

Reconozco que al principio estos vídeos me fascinaron porque me encanta la moda y porque también tengo una vena cotilla, pero no tardé en sentirme abrumada, pues son cientos de mujeres las que cada día producen vídeos similares y yo creo que es imposible que se puedan permitir comprar esa cantidad de ropa y, mucho menos, llegar a ponérsela, pues reciben dos, tres, cuatro paquetes varias veces por semana para así poder mantener las visitas y los likes en sus perfiles.

Así que hice un cálculo rápido y, salvo María Antonieta y Catalina la Grande, no hay mujer que pueda tener tanta vida social, eventos, tiempo y oportunidad para llevar toda esa ropa, aunque solo sea una vez, por lo que deduzco que una vez hecho el vídeo estas chicas tienen que ir a la tienda más cercana para devolver la compra. Esto significa que esa ropa sale de un almacén, se trasporta, se lleva a sus domicilios y luego se devuelve en una tienda y una vez allí... a saber qué se hace con ella. Mirad, solo de pensarlo ya me está entrando la ecoansiedad, como cuando veo a una millonaria coger un jet privado para irse a tomar un café al pueblo de al lado.

Pero no es de esto de lo que quería daros la murga, sino de un fenómeno bastante más desasosegante para mi y que va aparejado a estos vídeos, pues, en tiempos en los que se nos llena la boca con la diversidad y el autocuidado, cada uno los hauls, cada una de las chicas y mujeres que los filman, podrían ser intercambiables entre sí y apenas notaríamos la diferencia. En estos vídeos solo existen dos clases de mujeres: las rubias y las castañas y de una edad indefinida. Todas comparten las mismas mechas, la misma melena capeada, el mismo tipo de maquillaje y hasta la misma decoración en sus casas.

El desfile de prendas básicas en color beige, de jerséis de rayas horizontales -gensanta, cómo los odio-, de vestidos cut out es exactamente el mismo, y todas ellas tienen en común otra característica: tienen una talla XS o S. No estoy criticando su peso, no me malinterpretéis, por favor, no voy por ahí, pues aunque soy muy crítica con esta apología obscena del consumismo sin control -y de la propia elección de las prendas, no lo voy a negar- jamás osaría siquiera a criticar el peso, el cuerpo, la apariencia o la talla de estas mujeres, de ninguna mujer.

Tengamos cuerpos normativos o cuerpos diversos, todas hemos sentido alguna vez la mirada censora, la crítica, la burla, la condescendencia y el desprecio -el propio y el ajeno-. Sin embargo un paseo más exhaustivo por las redes nos llevaría sin problemas hacia otro tipo de vídeos hechos por mujeres de cuerpos no normativos en los que replican estilismos pensados para cuerpos delgados, o simplemente hacen sus propios haul. Y la diferencia sustancial entre unos vídeos y otros es que estos últimos están salpicados de comentarios rebosantes de odio e ignorancia en los que se hace alusión constante a la talla de estas chicas o se las acusa de fomentar malos hábitos de vida y se les echa en cara que compren en ciertas tiendas digitales; las únicas, por cierto, en las que muchas mujeres pueden encontrar ropa bonita de su talla.

Y es que las propias cadenas de ropa tradicionales ya se encargan cada día de recordarles a muchas mujeres que no tienen derecho a pertenecer al club de las elegidas, pues en la mayoría de ellas el tallaje de sus prendas se acaba en una L, expulsando de esta forma del mundo de la moda -y por tanto de todo el universo aspiracional que esta representa- a miles de mujeres que también se ven privadas de la posibilidad material, cotidiana y mundana, de tener ropa bonita a precios asequibles.

Y es que primero se nombra, me explicaron en mis tiempos de estudiante de Filosofía, pero en la era de la imagen ya no basta con nombrar para reconocer la existencia de algo. Tenemos que verlo, tenemos que vernos, necesitamos ser representadas, en toda nuestra imperfecta y maravillosa diversidad, y sin embargo para la industria de la moda la mayoría de las mujeres -cis y trans- y las personas que no se ajustan al canon estético, de edad o de género normativo más conservador, no existimos, no se nos representa.

La moda es un extraño y bello mejunje hecho de talento, belleza, arte, plagios, industria, modos de producción y también de sueños y aspiraciones. Hay mucho de vanidad y mucha banalidad en ella. La industria de la moda es, sin duda alguna, la responsable de hábitos de consumo insostenibles, se mantiene imponiendo condiciones laborales de semiesclavitud y fomenta estereotipos dañinos e inalcanzables para la mayoría de las mujeres. Y sin embargo al mismo tiempo es fuente de disfrute, placer y autoestima.

Paradójicamente cuando desde la propia industria se apuesta por dar visibilidad y por incorporar cuerpos divergentes, distintos y no normativos, se encuentra con una ola singular de rechazo y odio de personas que tratan de justificar su gordofobia disfrazándola de una falsa preocupación por la salud a la vez que dan rienda suelta a toda una retahíla de lugares comunes y tópicos sobre los malos hábitos y la pereza, como si nuestro cuerpo fuera, en realidad, la manifestación de nuestros valores morales. Y así, si una conocidísima marca de ropa deportiva, se anima a utilizar maniquíes que reflejan la diversidad de los cuerpos de las mujeres, acaba siendo acusada de romantizar la obesidad.

Pero la existencia de dichos maniquíes, y, por ende, de la ropa deportiva más allá de una talla L, es la impugnación práctica de los argumentos gordófobos. La obesidad es una compleja mezcla de factores genéticos, totalmente azarosos e incontrolables, y factores sociales y ambientales, en los que cobran especial relevancia las políticas de salud públicas, la clase social y la educación. Exigir a la industria de la moda que tenga en cuenta la existencia de cuerpos por encima de la talla L, que en sus catálogos se dé visibilidad a modelos de tallas grandes más allá de momentos y campañas puntuales y no para cubrir una cuota o, exclusivamente, para promocionar ropa over size y baggy, no es hacer apología de la obesidad, es reconocer y aceptar la existencia de dichas mujeres y su derecho a ser tratadas y representadas con respeto.

Lo personal es político y precisamente por eso la mayoría de las mujeres no queremos ir por la vida como si fuésemos unas transgresoras simplemente por seguir viviendo después de haber cumplido los cuarenta o por necesitar más de una talla L, o por no teñirnos las canas, no depilarnos las piernas, por medir menos de 1'60 o más de 1'80, por no ser normativamente guapas o por llevar el pelo rapado... Solo queremos vivir, poder vestirnos y sentirnos bonitas sin la necesidad de tener que estar haciendo una constante performance política o pidiendo disculpas por existir. Solo queremos daros la bienvenida a nuestros hauls simbólicos y que no se nos echen encima las hordas de trolls.

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