Otras miradas

Ya no leo autores

Helena Sotoca

Divulgadora de arte en 'Femme Sapiens'

Portada de Hamnet, de Maggie O'Farrell (Libros del Asteroide).
Portada de Hamnet, de Maggie O'Farrell (Libros del Asteroide).

Ese título es mentira. Sí que, de vez en cuando, se me cuela alguno. Ni puedo ni quiero renunciar a Baricco, a Saramago. Ni siquiera a Vargas-Llosa (este último es casi como una confesión). Pero el título falso me sirve para englobar lo que quería contar hoy aquí, esa revolución casi pasiva que me hace encadenar novela tras novela firmada por una mujer. Intento acordarme de cuál fue el último libro escrito por un hombre que leí por placer (el trabajo me obliga a leer a muchos señores) y ni me acuerdo 

Hablo de pasividad porque no es que yo lo haya decidido, lo cual sería legítimo y sé que muchas lectoras lo hacen, sino que parece que una magia me hipnotiza y adoctrina, alargando en la librería mi mano hacia las historias de ellas. No soy la única ni mucho menos: el otro día lo comenté por mis redes sociales y recibí bastantes respuestas de seguidoras que estaban bajo el mismo hechizo. Por desgracia, no creo demasiado en la magia, así que creo que vale la pena parar preguntarse qué me —nos— está pasando.  

Comenzando por lo más superficial, me resulta evidente que hay libros que nos los ponen durante unos meses a la altura de la mirada y, cada vez más, la industria editorial hace que muchos de esos libros sean de autoras. Por fin se las valora, por fin se las considera dignas de estar sobre la mesa a la que van a parar los libros que merecen estar en horizontal en la librería, bien a la vista, y no escondidos en una estantería, mostrándonos tan solo el lomo. Esa portada siempre está ahí, semana tras semana.  

Me pasó con Hamnet de Maggie O’Farrell: veía una y otra vez las dos bandas de Libros del Asteroide, en este caso de un amarillo verdoso, con el retrato de la chica mirándome directamente a mí, casi pidiéndome que la eligiera. Leí varias veces la contraportada y lo que ahí se explicaba de la historia me daba una inmensa pereza, así que nunca lo compré. Pero a los meses, cuando la aparición cada vez eran menos frecuente, me reencontré con el libro en casa de mis padres, así que me lo tomé como una encerrona y decidí darle una oportunidad: ojalá todas las encerronas acabaran así, con una trama que me aturullaba el corazón. 


Esta misma persecución me ha pasado con muchas otras portadas: Canto yo y la montaña baila de Irene Solà, Panza de burro de Andrea Abreu o Nuestra parte de la noche de Mariana Enríquez (me atrevería a decir que casi todas las personas que me están leyendo ahora mismo han visto el elefante con la montaña nevada, la mujer con el vestido negro y los brazos en jarras y el hombre con los ojos rojos). Sin embargo, no es nimia la elección de Hamnet en el primer motivo, porque este libro me lleva directamente a la segunda razón de mi muy terrenal embrujo. 

Y es que el texto de O’Farrell nos muestra el que hasta ahora había sido el lado oculto de la luna. Todos sabemos quién es Shakespeare, todos hemos escuchado el "Ser o no ser". De lo que no teníamos ni idea era de la historia que había inspirado el inmortal drama de Hamlet. No sabíamos que había mujeres cuidando, sufriendo, sosteniendo todo para que el genio pudiera llegar a serlo. Nos lo imaginábamos, claro. Pero esta novela nos lo pone en la cara, no tanto en la búsqueda del rigor histórico, sino como una metáfora extensible a tantos otros genios y tantas otras mujeres en la sombra dando su tiempo y su energía para que el genio pueda hacer genialidades.  

Seguramente este sea el gran motivo por el que no leo autores. Porque estoy harta de sus preocupaciones, motivaciones, problemas: tal vez es que me he empachado. Tal vez me gustaría saber qué pensaría Aldonza Lorenzo (la imaginada Dulcinea del Toboso), a la que sólo se le da la oportunidad de ser o puta o santa; o leer un Evangelio según la Virgen María: ¿Qué sintió cuando quedó embarazada sin saberlo del Espíritu Santo? ¿Qué le pasa por la cabeza a una madre que pierde a su hijo? Quisiera que nos lo hubiera contado ella, y no cuatro cotillas con verborrea (perdón de antemano). Esto es: ya no leemos hombres porque nos hemos cansado de sus guerras, su poder y su narcisismo. Ahora queremos saber qué ha pasado, pasa y pasará con nuestras vidas.  

Más Noticias