Otras miradas

Las tácticas de guerra de Israel: muerte y mutilación, ataques selectivos e indiscriminados

Itxaso Domínguez de Olazábal

Profesora de Geopolítica de Oriente Próximo en la Universidad Carlos III de Madrid

Las tácticas de guerra de Israel: muerte y mutilación, ataques selectivos e indiscriminados

Cadáveres en un hospital en Gaza. Europa PressNo sé cuántos se plantean a menudo lo que significó para la política global contemporánea el momento en el que Javier Solana, durante su mandato como Secretario General de la OTAN, popularizó el término "daño colateral" al invocarlo para defender la campaña de bombardeos de la Alianza en Yugoslavia en 1999. Solana afirmó que, aunque las bajas civiles eran trágicas, eran necesarias para alcanzar objetivos militares más amplios. Desde entonces, el término "daño colateral" ha sido objeto de debate, en vista de la forma en la que minimiza el coste humano de la guerra, reduciendo las muertes civiles a un subproducto desafortunado y aparentemente inevitable del conflicto.

Israel no es ajeno a este debate. Sus ataques en Gaza, Cisjordania y ahora en Líbano (así como en otros países de la región) han suscitado críticas internacionales como consecuencia del daño inenarrable infligido a las poblaciones respectivas. Durante años, sus tácticas de guerra se han presentado y justificado como una manifestación de las contradicciones inherentes al conflicto moderno—donde las tecnologías avanzadas permiten ataques selectivos, pero las realidades de la guerra urbana con frecuencia resultan en sufrimiento civil. Los representantes israelíes argumentan que, para mantener la seguridad del país y minimizar las bajas civiles, que no serían más que "daño colateral", Israel depende cada vez más de innovaciones tecnológicas en el ataque de precisión, así como de esfuerzos para refinar la inteligencia y la planificación militar.

Sin embargo, las actuales acciones genocidarias en Gaza y las recientes masacres en Líbano han puesto de relieve algo que los palestinos nos han estado diciendo durante años: el daño infligido a los civiles no es accidental, una consecuencia no intencionada de la guerra urbana. Los ataques indiscriminados y el daño desproporcionado se alinean con un desprecio más amplio por las vidas racializadas y, más allá de eso, con una campaña de limpieza étnica que se alinea con la naturaleza colonial de Israel.

Ataques selectivos: la guerra de precisión como objetivo estratégico

Una de las estrategias más conocidas de Israel ha sido el uso de ataques selectivos altamente sofisticados y de precisión. Este enfoque se presenta como una forma de neutralizar amenazas de grupos militantes sin provocar una escalada. Las avanzadas capacidades militares y tecnológicas de Israel demuestran que el país puede llevar a cabo ataques que minimizan el daño y se centran en individuos específicos o en infraestructuras consideradas críticas para las operaciones del adversario.

El principio de "superioridad moral" o "pureza de armas" -Israel defiende que su Ejército es "el más moral del mundo"- a menudo guía la justificación de Israel para estos ataques de precisión, subrayando la intención de limitar el daño a los civiles mientras se preserva la seguridad nacional. En años recientes, Israel ha llevado a cabo operaciones destinadas a eliminar a líderes clave de Hamas, como el ataque quirúrgico que tuvo como objetivo a Ismail Haniyeh en Irán. El ejército israelí ha estado utilizando un programa de inteligencia artificial conocido como Lavender para crear una lista de objetivos en Gaza, con una supervisión humana mínima. Un sistema de IA relacionado, macrabramente llamado Where’s Daddy?, rastrea a los palestinos en esta lista y fue diseñado específicamente para ayudar a Israel a atacar a individuos en sus hogares durante la noche con sus familias.

Así, Israel ha navegado durante años por la delgada línea entre los activos militares y civiles en áreas densamente pobladas como Gaza, argumentando que incluso los ataques más precisos corren el riesgo de causar daños no intencionados. Esta justificación plantea preocupaciones éticas significativas, ya que las realidades de la guerra urbana a menudo resultan en numerosas bajas civiles. Esto fue evidente con las explosiones de buscas en Líbano la semana pasada, presentados como herramientas sofisticadas utilizadas contra operativos de Hezbollah. La IA no solo se ha utilizado de manera selectiva, al igual que en realidad ocurrió con los buscas. Un sistema de IA llamado The Gospel se ha desplegado para destruir deliberadamente infraestructura civil en Gaza, incluidos edificios de apartamentos, universidades y bancos. La combinación de estos sistemas de ataques selectivos y una política de bombardeo altamente permisiva ha resultado en la aniquilación de familias palestinas enteras en sus propios hogares, además de muchas otras instancias de asesinatos y destrucción.

 Un marco de desdén por la vida

 En las últimas décadas, Israel ha llevado a cabo acciones militares bajo la premisa de defender su seguridad nacional y su derecho a la legítima defensa. Como el mundo sabe hoy mejor que nunca, sus respuestas militares resultan sistemáticamente en una devastación y pérdida de vidas abrumadoras. Estos resultados no son incidentales, sino que reflejan una cultura más profunda de desprecio por las vidas palestinas—y libanesas, entre otras. Esto ya se evidenció en la magnitud de la destrucción causada durante acciones como las operaciones Plomo Fundido (2008-2009), y Margen Protector (2014) en Gaza , y los bombardeos de Líbano en 2006. Los eventos de los últimos meses en uno y otro lugar representan un doloroso recordatorio de este desprecio por la vida.

En Gaza, los ataques aéreos israelíes han apuntado a menudo a áreas residenciales enteras, dejando a miles de personas sin hogar y a cientos de muertos en cuestión de días. La destrucción masiva de infraestructura civil—hospitales, escuelas, hogares—durante sus campañas militares, junto con el alto número de bajas civiles, deja claro que tales acciones no son solo imprudentes, sino deliberadas. Además, el uso de artillería pesada y bombardeos en áreas urbanas densamente pobladas sugiere un desprecio por el resultado probable de tales operaciones.

La insistencia de Israel en que los militantes a menudo operan desde espacios civiles no justificaría, ni aunque esas acusaciones fueran reales, el daño a gran escala. La realidad es que apunta a una disposición calculada de usar la fuerza de manera indiscriminada, con pleno conocimiento de las consecuencias civiles más que probables. Evidencia que Israel está dispuesto a infligir daño desproporcionado para presionar, desmoralizar y castigar colectivamente a la población. De manera similar, en Líbano, las operaciones israelíes en los últimos días, pero también meses, han resultado en extensas bajas civiles y una destrucción considerable de infraestructura. Las fuerzas israelíes han afirmado que estaban atacando a Hezbollah, pero la magnitud de la destrucción, particularmente en el sur del país, ha llevado a muchos a cuestionar si el objetivo era simplemente eliminar una amenaza militar o enviar un mensaje más amplio al pueblo libanés.

Mutilación: un punto intermedio entre ataques indiscriminados y selectivos

Tras las explosiones de buscas, un oftalmólogo en Líbano señaló que más del 60% de sus pacientes terminaron con un ojo extirpado. Como informó Ghassan Abu Sitta esta semana, en el ámbito de la mutilación intencionada, Israel siempre ha sido un líder mundial. Entre 2018 y 2020, disparó a 8,000 palestinos en las extremidades inferiores con efectos debilitantes; y el país es además responsable de la mayor cantidad de amputaciones en niños en la historia de Gaza. La mutilación representa un término medio entre ataques indiscriminados y selectivos, donde la intención es infligir heridas duraderas en lugar de provocar la muerte inmediata. Este enfoque permite un daño significativo mientras se apunta a individuos o grupos específicos, cumpliendo objetivos tácticos y generando un profundo sufrimiento y disrupción.

Y es que las operaciones militares de Israel tienen como objetivo no solo eliminar adversarios, sino también infligir daño físico y psicológico a largo plazo a las poblaciones. La violencia colonial israelí tiene como objetivo dañar y desfigurar cuerpos para y afirmar su superioridad frente a los racialiizados. Esta estrategia forma parte de un enfoque más amplio para debilitar la resistencia, creando un clima de miedo e inestabilidad. Esto se vio con los buscas en Líbano, pero el uso de armamento avanzado, como municiones cargadas de esquirlas, no solo provoca fatalidades, sino también lesiones severas, dejando a los sobrevivientes con discapacidades permanentes. Durante su ocupación en el sur de Líbano en los años 80, el ejército israelí solía colocar explosivos en juguetes y dejarlos a la vista para que los niños desprevenidos los encontraran; esto está bien documentado.

El libro de Jasbir Puar The Right to Maim explora el concepto de "mutilación" como una estrategia deliberada en la violencia estatal, particularmente en el contexto del colonialismo y la opresión sistémica. Puar argumenta que la mutilación es una herramienta para imponer control y afirmar poder sobre poblaciones marginadas, destacando cómo inflige trauma duradero y desestabiliza comunidades. Mutilar a civiles puede servir múltiples propósitos: desestabiliza comunidades, sobrecarga los sistemas de salud y crea una generación de individuos que pueden sentirse marginados y resentidos. Esta inflicción deliberada de daño puede desestabilizar las estructuras sociales, dificultando la recuperación y la resiliencia tras el conflicto. Además, el impacto psicológico de tal violencia puede perpetuar ciclos de trauma y venganza, complicando cualquier perspectiva de paz. Un ejemplo: los libaneses tuvieron que apagar todos sus dispositivos, incluidos los monitores de bebé, porque no sabían cuáles podrían hacer explotar. Así, la intención de mutilar en lugar de simplemente matar refleja una elección táctica que busca imponer un daño duradero, tanto físico como social, en las poblaciones.

Una niña de 9 años llamada Fatima fue asesinada en el ataque con buscas. Poco después, durante su funeral, Israel detonó otra explosión que mató a los dolientes. Israel también ha demostrado ser un experto en este cruento "doble ataque", una cadena en la que matar y mutilar van inevitablemente seguidos de otra ronda de muertes y mutilaciones cuando los seres queridos lloran las muertes o las ambulancias llegan a la escena del horror.

 La deshumanización de los "salvajes"

El trasfondo de este argumento radica en la creencia de que las estrategias militares de Israel reflejan una deshumanización más amplia de las poblaciones palestina y libanesa, en consonancia con otros seres humanos a lo largo y ancho de Oriente Próximo. Esta deshumanización se ve reforzada por la auto-percepción de Israel como un estado blanco y civilizado, que se posiciona en contraste con sus vecinos. Esta racialización justifica políticas violentas y acciones militares, enmarcándolas como necesarias para la protección de un modo de vida supuestamente superior. Al retratar a los palestinos y a otros en la región como "el otro", Israel busca legitimar el uso de la fuerza y mantener su dominio, perpetuando un ciclo de violencia y discriminación que socava la humanidad de los objetivos.

Esta creencia se refuerza con la retórica utilizada por algunos políticos y oficiales militares israelíes, quienes en ocasiones han caracterizado a los civiles palestinos y a los libaneses como cómplices del terrorismo. Frases como "controlado por Hamas" o "bajo control de Hezbollah" alimentan el sesgo, ya que se deshumaniza a estas personas y se les considera víctimas menos dignas. Recientemente, surgieron acusaciones de que Hezbollah pagaba a personas para tener lanzacohetes en sus casas, y el ejército israelí afirmó que Hezbollah había disparado misiles desde hogares civiles. Israel elaboró argumentos similares para intentar convencer de que había un enorme centro de comando de Hamas bajo el hospital Al Shifa en Gaza, el cual asaltaron y quemaron hasta los cimientos, pero nunca encontraron dicho centro. Al igual que en Gaza, una población entera fue enmarcada como escudos humanos antes de la destrucción total del área.

Los civiles también son presentados como daños colaterales en la lucha contra los extremistas, inevitablemente considerados extremistas por ser árabes "salvajes" que siempre están en el lado equivocado del estándar de civilización. Estas declaraciones contribuyen a la percepción de que Israel considera las bajas civiles como una parte necesaria, y no necesariamente desafortunada, de mantener su seguridad. El ministro israelí Amichai Chikli negó hace pocos días la existencia del Estado del Líbano. El Ministro de Asuntos de la Diáspora anunció su ambición de conquistar territorio libanés, expandiendo Israel a lo largo de toda la frontera sur del país, haciendo un llamamiento para expulsar a toda la "población enemiga chiita" de estas áreas y a cualquier posible "infiltración" bajo la excusa de crear un espacio de seguridad. No sería baladí plantearse si confundir a toda la población chiita en el sur de Líbano con Hezbollah, y por ende que Israel deba "limpiar el sur" de la "población enemiga", podría considerarse un llamamiento al genocidio.

La destrucción de hogares, escuelas y hospitales, combinada con la devastación económica que sigue a las campañas militares, puede verse como parte de una estrategia a largo plazo para debilitar y fragmentar estas sociedades. Al causar devastación generalizada, Israel envía un mensaje no solo a los militantes, sino a poblaciones civiles enteras: la resistencia continua resultará en consecuencias insoportables. En el caso de los palestinos, el objetivo ha sido claro desde el principio, simbolizado por la Nakba: limpieza étnica y eliminación de los nativos. En Líbano y otros países vecinos, su objetivo es el mantenimiento de una dominación que busca suprimir cualquier amenaza percibida. Los ataques indiscriminados y el uso desproporcionado de la fuerza sirven como herramienta de disuasión y supremacía: un esfuerzo por mantener a las poblaciones en un estado de miedo, reducir su capacidad de organizar resistencia y demostrar la abrumadora superioridad militar de Israel.

La inacción internacional como habilitadora de la política de muerte y mutilación de Israel

La no exigencia de responsabilidad de Israel, consistente por parte de la comunidad internacional, sin duda contribuye a la percepción de que el país puede llevar a cabo una masacre tras otra con total impunidad. A pesar de las repetidas violaciones del derecho internacional y de numerosas reacciones internacionales que condenan estas acciones, las consecuencias concretas siguen siendo extremadamente insuficientes. Esto parece haber dado alas a Israel para continuar sus operaciones militares, sin temor a repercusiones significativas.

Como consecuencia, Israel está aplicando el manual de Gaza en Líbano, tras un año preparando al mundo para aceptar sus crímenes de guerra. la masacre del 23 de septiembre en el sur del país es un ejemplo del ataque intencional a civiles similar al de Gaza: Israel dio dos horas a la gente para evacuar, pero comenzó el bombardeo en menos de una hora tras las llamadas de evacuación. Demolieron edificios y ambulancias, ordenando a la gente que se evacuara mientras bombardeaban todas las rutas de escape.

Los números siguen creciendo, al igual que la sensación de impunidad. En la guerra de julio de 2006 contra Líbano, Israel asesinó a 1,200 libaneses en 30 días. El 23 de septiembre, en pocas horas, asesinó a 558 en el momento de escribir este texto. Sumemos esto a los números horripilantes de los últimos meses en Líbano y al genocidio en Gaza—41,000 muertos según fuentes oficiales; 186,000 muertes directas e indirectas como consecuencia de la campaña, como "estimación conservadora". Pocos deberían dudar a estas alturas de que las acciones de Israel dejan clara su capacidad para actuar como un agente del caos en cualquier lugar y en cualquier momento, sin enfrentar consecuencias.

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