Sólo los ingenuos se creerán que EEUU se ha molestado en invadir y ocupar Irak, en el esfuerzo militar más costoso de los últimos 60 años –de- sembolsando unos 5.600 millones de dólares al mes–, para marcharse seis años después devolviéndole a los iraquíes su soberanía más una democracia de ensueño.
Si la destrucción de Irak formaba parte del plan de Doble Contención –impedir el desarrollo de Irak e Irán a beneficio de la hegemonía de Israel en la región–, su ocupación tenía el objetivo de disponer de un emplazamiento terrestre para hacerse con el control directo de Oriente Medio y, de paso, apoderarse del petróleo iraquí. Objetivos cumplidos. Convertido en un montón de escombros, Irak hoy es un país moribundo, resultado de continuas operaciones de Conmoción y Espanto que han destruido la vida de toda una nación, así como sus infraestructuras, condenando a generaciones a una economía de subsistencia.
Washington ha conseguido tomar el país como rehén. Desde su embajada, una de las más grandes del mundo, decide hasta el tipo de trigo que allí se debe cultivar, y no es una metáfora. Desde 2004, cuando Paul Bremer, el procónsul de Irak, prohibió por ley a los agricultores reutilizar las semillas cultivadas –obligándoles a comprar granos fabricados por las multinacionales y a pagar una tasa por la licencia y otra por la regalía a los propietarios de la semilla–, el asalto a mano armada a la soberanía alimenticia de todo un pueblo ya es un hecho. Y Obama no ha derogado esta ley, cuyos infractores serán penalizados.
La misma suerte corren los pozos de oro negro, desnacionalizados para que, durante los próximos 25 años, las compañías estadounidenses puedan explotar la principal fuente de divisas del país y garantizar su dependencia económica a los caprichos de la superpotencia.
La retirada de las tropas es simplemente retirarlas de la vista para esconderlas en cuatro grandes bases militares, distribuidas estratégicamente por el país, aunque no se retirarán las "brigadas de asesoramiento", "fuerzas de seguridad", consejeros, contratistas y un total de 400.000 individuos que velan por los intereses de EEUU. El colaboracionismo del Gobierno iraquí –tercero en el ranking mundial de corrupción– y una economía de guerra cuya única salida laboral que ofrece a la población es integrarse en cuerpos militares y de orden (al servicio de los ocupantes y encargados de oprimir cualquier voz de protesta) completan el panorama. El Irak democrático y soberano no es más que una cínica broma.
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