Pato confinado

Las paradojas navideñas del exceso y el despilfarro

Cena Navidad.
Foto: Pixabay/Peace,love,happiness

Mañana cenaremos en mitad de un cisma teológico (y no hablo del Congreso de los Diputados). Comeremos sin atender a lo complicado que es este asunto en realidad. Sin fijarnos en que las tradiciones navegan sobre la espuma de la paradoja...

Nos alimentaremos (seguramente) en exceso en nombre del nacimiento de un pobre. Ganaremos unos kilos de más por un 'hombre-dios' que murió flaco en la cruz.

No es demagogia. Es la raíz cristiana de esta celebración. Algunos incluso estiran el argumento y consideran que todo cristiano debería ser vegetariano.

Dicen que está en la Biblia, que Dios le dio al 'hombre' (entonces 'hombre' significaba 'todes') "cualquier árbol delicioso a la vista, y bueno para comer" (Génesis 1:29). Los animales vendrían más tarde con Caín (curiosamente agricultor) y la quijada de burro que usó para matar a Abel (curiosamente pastor).

Algunas asociaciones cristianas vegetarianas (existen) afirman que Jesucristo nunca comió carne, y desde luego nada de cordero en la última cena, y ponen en duda que multiplicara los peces, no así los panes y el vino (aunque el pescado abunda en metáforas y reuniones en los evangelios).

Tampoco es que sobrara la carne en aquella época: la comida típica consistía en pan, aceite y verduras locales, a veces legumbres, queso, dátiles, y algo de miel. La carne se comía en días especiales y siguiendo la dietética judía, el kosher (nada de cerdo).

Los defensores de esta teoría aseguran que los primeros cristianos eran también vegetarianos, como lo fueron algunos monjes y ascetas medievales; no han sido pocos los santos que han defendido a los animales como preludio del actual animalismo.

Otros responden -en esta cena del cuñadismo cristiano que estamos improvisando aquí- que Dios le dio al 'hombre' (a todes) el pleno dominio sobre la Tierra, así que puede hacer con la comida lo que le de la santa gana... Suya es la tierra y sus frutos.

Aseguran que en la Biblia comer animales parece de lo más normal (salen citadas codornices, corderos, elefantes...). Y si Dios hizo al hombre omnívoro, y le dio un estómago más pequeño y adaptado a la carne y grasa que al resto de simios herbívoros... para qué lo hizo (ahora es cuando Darwin levanta la mano...). Y si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pues ya tenemos un lío monumental...

Aunque los espinosos temas religiosos no abunden hoy en TikTok, es una discusión teológica de primera magnitud, porque en Nochebuena, en nombre de una religión y de su creencia, nos ponemos hasta arriba de carne, pescado y quien puede de marisco. Da igual que uno sea ateo, agnóstico o el más ferviente de los devotos, los principios deberían ser los principios...

Mañana se celebra el nacimiento de una familia pobre, exiliada y sin papeles (los principios) en un pesebre o barrio chabolista, donde los únicos animales que aparecen en el texto no acaban en el puchero, sino que les dan compañía y calor...

Pero en estas fiestas nos ponemos igualmente hasta arriba en nombre de ese cristianismo lejano, aunque sabemos que esto del exceso tampoco sale muy bien parado en la Biblia. Pongo a Sodoma y Gomorra como ejemplo del primer festival que clausuró la policía celeste.

Pero si no hemos podido resolver el dilema de si Cristo era vegetariano (algo bastante lógico, por otra parte, en un mesias del amor universal), mucho menos vamos a acometer la empresa de saber si el cristianismo original apoyaría el exceso nutricional navideño actual, el azúcar por las nubes, la comida que se tira a la basura, el alcohol a raudales, la luces navideñas que se ven desde la Estación Espacial Internacional, y lo que hoy llaman 'niños hiperregalados'...

La idea, de todos modos, aunque apócrifa, está latente en nuestros días, como si formara parte de eso que el psiquiatra C. G. Jung llamaba el inconsciente colectivo: corren memes por internet donde aparece un Papá Noel delgado, en plan abuelito seductor, que representa al nuevo mito del Santa Claus vegetariano. OMG!

Acaso esto de comer en exceso venga de tiempos modernos, y de la época de la carne relativamente barata por la ganadería intensiva; o incluso de más lejos: de cuando los primeros papas, hace siglos, ante la falta de datos proporcionados por los evangelistas autorizados sobre el nacimiento del niño sagrado, decidieron tomar una festividad muy pagana y romana, las saturnales (donde ya había banquete, regalos, y se relajaban las normas sociales), para poner en su lugar la actual Nochebuena.

A parte de estas cuestiones filosóficas, quienes tampoco apoyan el exceso navideño son los nutricionistas y endocrinos, sean ateos o protestantes. Les importa poco si Cristo era vegano o si apoyaba veladamente el despilfarro multiplicando el pan.

Ellos no están tan preocupados por el Reino de los cielos (al César lo que es del César), sino por lo que ocurre aquí en la tierra, en el reino de cuerpo. Y ya sería cosa extraña resucitar, si un día regresa Cristo –eso dicen las escrituras-, con todos esos kilos ganados de más en su nombre (los textos aseguran que resucitará la carne, y suponemos que entonces lo hará tal como estaba).

Vamos a bajar un poco a tierra después de este éxtasis numinoso, para ver otra paradoja navideña, mientras nos peleamos en la amorosa cena sobre si Cristo era vegeta o no.

Vamos a ver qué se puede hacer para mitigar el exceso. Y como estamos en estas fechas, y hemos entrando de lleno en demasiados meollos teológicos, hagámoslo al modo antiguo, con mandamientos.

1. Beberás agua siempre y alcohol solo lo justo:

Los frailes endocrinos de la actualidad están convencidos de que el agua era el maná del Paraíso. Es necesaria para el correcto funcionamiento de todos los órganos vitales, y en Navidad compite con el otro líquido que aparece desde mucho antes, ya a mediados de diciembre con las cenas de empresa: el alcohol.

Esto acaso se deba a que durante siglos Cristo y Baco, el dios del vino (Dionisos) compitieron por la hegemonía en el mundo post-helénico. Y parece que esta competición sigue muy viva en nuestros días: en Navidad agua, cerveza, vino y copazo compiten por el mismo espacio. Pero nuestros queridos frailes de la nutrición lo tienen claro: siempre que puedas apuesta por el agua, no conviertas cada día de Navidad (que es larga) en un culto a Dionisos. Espacia y deja que el hígado se recupere (tres días sin gota de alcohol es un tiempo mínimo, según los hepatólogos, para que se reponga el hígado, aunque no existe, nos recuerdan, ninguna dosis segura).

2. Vigilarás los embutidos, los fritos y las grasas:

Hipertensión, colesterol, obesidad, diabetes... no salen en la Biblia. Al texto de textos le van más las enfermedades pomposas y visibles como la lepra. Pero hoy la lepra no es un problema de salud pública en Occidente y las enfermedades antes citadas sí, y están muy vinculadas a la dieta y a los hábitos de vida.

Si durante el transcurso del año uno no se cuida, la Navidad puede ser la guinda que derrumbe el pastel. Este mandamiento también te dice que hagas uso en estas fechas de las verduras y frutas, y de las legumbres, que son tan bíblicas ellas. El recetario navideño está lleno de platos saludables, como el cardo o la lombarda o las lentejas. Las verduras y frutas son ricas en antioxidantes y serán de gran ayuda para compensar los excesos mientras te pasas esos tres días sin probar gota de alcohol.

3. Vigilarás el azúcar y la salud de tus dientes:

Cuando los profetas poblaban la tierra el azúcar refinado no existía. Los estudios dentales muestran como las bacterias que provocan las caries han ido creciendo y evolucionando a medida que nos íbamos asentando en ciudades, modificando la dieta de Adán con una mayor cantidad de carbohidratos; la cosa empeoró especialmente a partir del descubrimiento de América (con las plantaciones de caña de azúcar), y con la industrialización y la aparición del cacao, el chocolate y la pastelería industrial. El azúcar libre es una bomba para el organismo, y en exceso hace que hasta Sansón pierda su fuerza por patologías como la diabetes y la insuficiencia de la insulina. Por otro lado, hay que vigilar con los turrones, y no solo por el azúcar, pues un accidente típico navideño es partirse un diente con ellos, nos recuerdan los dentistas.

4. Comerás despacio y con el apetito manso:

No sabemos si Adán y Eva se comieron la manzana como si no hubiera mañana (en realidad no lo había, porque los expulsaron del Paraíso), pero los frailes nutricionistas nos recuerdan que comer despacio, masticando correctamente, no solo ayuda a la digestión, sino que facilita que el estómago de la señal de saciado al cerebro y que comamos así menos (ergo, menos calorías que no necesitaba el cuerpo).

5. Cocinarás lo justo y si te pasas... aprovecha:

Antiguamente, si no aparecía Cristo y multiplicaba lo que había, se cocinaba lo justo. En la actualidad, en muchas casas ocurre lo contrario. En los textos sagrados no se habla de sostenibilidad, pero el despilfarro de alimentos es un problema no resuelto, especialmente en Navidad, donde hay estudios que calculan que los españoles tiran alrededor del 20% de la comida, especialmente si hablamos de turrones y polvorones.

Incluso muchos afirman en estas encuestas que compran alimentos que no les gustan, solo porque son típicos. Por otro lado, las comidas excesivamente copiosas nos llevarán, aparte de a una digestión terrible, a incumplir los anteriores mandamientos. Pero como muchas veces es difícil calcular, tampoco es necesario tirar los frutos de la tierra, pues hay multitud de recetas de reaprovechamiento que darán una nueva vida alquímica y deliciosa a estas sobras.

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