Como si fuera aquel replicante en la peli de Blade Runner puedo decir que he visto cosas que nadie podría creer...
Ana Obregón siendo abuela y madre a la vez. Jabalíes saliendo del mar de Alicante como en la película Tiburón, mordiendo las piernas de las jubiladas. Grupos de extrema derecha y pijos comportándose como punks de manual. Cantantes latinas despechadas con su novio futbolista, publicando canciones de trapo sucio e infantil para que todo sal-pique...
Sí. Tenemos un problema (y gordo) con la verosimilitud...
La historia del 'terrorismo del sushi' es solo una muestra más de este conflicto. Es cercana a la de Donald Trump y la actriz porno Stormy Daniels.
Mezclas dos cosas aparentemente alejadas ('presidente ultraconservador y evangelista' y 'musa del porno') y obtienes una realidad paralela que cubre portadas de periódicos y hasta inicia procesos penales.
Ocurre también al mezclar el 'sushi japonés' (pescado crudo sobre bolitas de arroz) con "los actos de violencia perpetrados para causar temor" (es la segunda acepción de terrorismo en el diccionario).
Es como si desde la pandemia –aunque seguramente esto vendrá de antes- la verosimilitud, amante predilecta de la verdad, o de la veracidad al menos, se hubiera pegado un tiro en la cabeza.
Hay algo de histrionismo o de esperpento, ese invento tan español. Vivimos en la época del clickbait y algo tendrá que ver. Vivimos en el mundo TikTok, y todo indica que los sueños de la sinrazón han cruzado la pantalla...
Hasta aquí el contexto: es difícil entender lo que sucede... Si es peligroso o estúpido, si es relevante o intrascendente. Si el acto de cuatro idiotas puede hundir la economía de un país.
Pero hagamos un repaso a este fenómeno que han bautizado como el 'terrorismo del sushi', pues esta misma semana ha habido nuevos detenidos en Osaka: Toshihide Oka y Ryu Shimazu, dos japoneses haciendo el idiota, aunque habían superado de largo los treinta años.
Digo aquí 'idiota' sin ánimo de ofender, en el sentido griego: "El que no se ocupa de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados". Su 'interés privado' era hacer la 'gracia', aunque seguro que podríamos encontrar una palabra más gruesa para su acción.
"Quería hacer reír a la gente", dijo Oka, uno de los 'terroristas', al que se le ha acusado de "destruir la propiedad" por contaminar el jengibre, y de "obstrucción forzada de los negocios", pues el restaurante tuvo que cerrar durante varios días para descontaminar la comida.
El canon de la estupidez
Como marca el canon de la idiotez, todo empezó (o acabó) en las redes sociales. Un vídeo de 48 segundos en una cadena de comida japonesa (bufé de sushi en cinta transportadora).
Dos idiotas (en el sentido griego y español) haciendo guarrerías con la comida, chupando las cosas que circulaban por ahí, como la botella de salsa de soja comunal, o pasando su dedo húmedo de saliva por el sushi que continuaba el viaje por la cinta hacia la boca de otros comensales.
La siguiente secuencia es también universal. Alguno de los idiotas publica el vídeo porque cree que así tiene más 'gracia' y se hace viral (más de 40 millones de visualizaciones en Twitter).
Otra clase de seres sociales empiezan a escandalizarse (para eso inventamos las redes sociales), amenazando con no volver nunca más al restaurante, asegurando que se sienten inseguros y que ya no pueden comer fuera de casa.
Visto el 'éxito', otros idiotas imitan a los idiotas iniciales (así se sienten malos y molones, y cubren su vacío existencial: solo tienen eso, o jugar al pachinko, unas máquinas tragaperras muy adictivas que parecen videojuegos).
Cuelgan nuevos vídeos. Se inicia lo que parece una ola, aunque algunos de estos vídeos emergentes son antiguos, de un tiempo anterior al supuesto 'primer ataque'. Aparece el hashtag #sushiterrorism: adolescentes mancillando piezas de sushi que luego dejan en la cinta.
Es la idiotez aquella de cuando alguien escupía en la barandilla de la escalera, pero escupiendo directamente en una de las principales economías del país. Es la tontería suprema, con un virus añadido de larga cola en Asia.
El bombo mediático continúa bramando: cada vez aparecen más guarradas en el antes tranquilo mundo del sushi. Idiotas escupiendo en el arroz, chupando palillos, lamiendo las cucharillas con las que se sirve el té en polvo, apagando cigarrillos en los encurtidos...
Caen las acciones de las cadenas de estos restaurantes de sushi barato, pues la bolsa también parece algo maníaca (algunas de ellas, como Sushiro, son potentes ententes comerciales). Reciben muestras de apoyo de todas partes del país. El presidente de Sushiro, Kohei Nii, dice estar "tan agradecido que podría llorar".
La policía empieza con las detenciones (los idiotas iniciales, excepto uno, de 21 años, son menores). Aparecen pidiendo perdón junto a sus padres. No conmueve. Se inician medidas penales y civiles. El gobierno se llega a plantear en un momento (suponemos de estrés) suspender las kaitenzushi (ruedas giratorias de sushi) que son un icono y una de las principales industrias hosteleras del país.
Una de estas cadenas toma la determinación de detener los bufés giratorios. Otras secuestran las salsas (ahora se sirven de modo individual). Algunos se plantean usar Inteligencia Artificial para detener a los malhechores in situ con cámaras situadas en la cinta transportadora.
La prensa local habla también de otro fenómeno que lleva una década sacudiendo el ordenado país, el 'baito tero', "terrorismo de los trabajadores a tiempo parcial": actos de descontento de trabajadores mal pagados de las cadenas de comida rápida y barata. Parece ser que el primer 'terrorista' se inspiró en unos de estos vídeos o en gamberradas similares en Internet.
Y todo por unos idiotas, unos críos, en realidad, aupados en el histrionismo mediático. Todo por una gamberrada de niñato que hoy, en estos tiempos en los que hemos visto tantas cosas que no podríamos creer, se convierte en amenaza global. Algo está pasando, y no parece que tenga tanto que ver con la estupidez de un adolescente (fenómeno antiguo y universal) como con llamarlo 'terrorismo'.
Mientras tanto, hasta que podamos entenderlo, vigilen con los jabalíes que salen del mar.
Comentarios
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