Rosas y espinas

Yo soy español, oé

Yo ya me voy acostumbrando a entender este país. O sea. La democracia nos la trajo un dictador muriéndose en la cama. La transición fue modélica por los millardos de kilómetros que hizo la marquesa Esperanza Aguirre corriendo delante de los grises. El mejor historiador de nuestra democracia no se sienta en las academias, sino en las timbas de las cárceles, y se llama José Villarejo. Y la república la va a traer a España, por segunda vez en nuestra historia reciente, el empeño de un borbón. Si es que todo encaja, no sé cómo no me di cuenta antes.

Podría seguir un buen rato. El presidente que prometió ser el más aburrido de todos los que en el mundo hubiere, convirtió nuestros telediarios en una interminable serie de acción trepidante con falsos curas secuestradores, pequeñas vicepresidentas colando de estranjis equipos de espía en el Congreso de los Diputados, ministros del realismo mágico a los que los ángeles de Comala aparcan el coche... El gurú del socialismo español se pone como un golem cada vez que se le sube un euro al salario mínimo de los obreros. La escritora más leída de nuestro Parnaso se llama Belén Esteban y ha convencido a las musas para que se enormezcan los labios con bótox y las tetas con silicona. Y ahora ya sí que podéis seguir vosotros, que me canso.

La letras españolas no vivieron un siglo de oro, sino varios, pero se conoce que un día nos cansamos de escribir sonetos y preferimos transformarnos en personajes. Y en esas estamos, convirtiendo a Ionesco, Beckett, Valle y Arrabal en previsibles hiperrealistas.

No es que en otros países no sucedan paradojas e hipérboles excéntricas, pero no se las alienta con tanto entusiasmo. Claro que existen Donald Trump, Boris Johnson y Bolsonaro. Pero más bien parecen españoles que han tenido la mala suerte de nacer en la geografía equivocada. Algo que también se puede considerar muy español.

Cuando viajo por el universo mundo, los autores, lectores y gruppies que me interpelan sobre España no lo hacen por interés político o sociológico, ni siquiera literario (en cierto modo), sino que vienen en busca de relatos extraordinarios, inquietantes y nigrománticos, y me siento como una abuela antigua de Ánxel Fole asustando a los niños con mis historias delante de la lumbre.

Entre el facherío, más inclinado a quemar libros que a leerlos, es costumbre ancestral reivindicarse constantemente como muy español y mucho español, y no se dan cuenta de que para vindicar la españolidad de verdad hay que ser más mágico y tener un poquito más de imaginación y de cerebro. No vale solo con la banderita, con alancear toros y con la pistola. Hay que aprender a vivir en el sortilegio.

Por eso las figuras de Juan Carlos, Mariano, Felipe, Bárcenas, Villarejo se nos cuelan en la cotidianeidad con tanta soltura y desparpajo, porque son los genuinos seres nacidos en esta enrarecida atmósfera exoplanetaria, casi alienígena, pintoresca siempre, incomprensible a la razón en muchísimas ocasiones. Nos acabamos de enterar de que nuestro emérito se fue a Kazajistán a cazar cabras y a colectar cinco millones de euros. O sea, que hasta en Kazajistán los exóticos somos nosotros. A eso me refiero.

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