Que muchos de nuestros jueces son pelín raritos, extravagantes y excéntricos es cosa bien sabida. Yo no sé si no será por esa ropa que les ponen. La última del interminable repertorio de su peculiar sinsentido común puede condenar a la desaparición a la Revista Mongolia. El Tribunal Supremo castiga un fotomontaje con la cara del torero José Ortega Cano con una indemnización de 40.000 pavos. Los que, como yo, no estéis muy familiarizados con el rosa couché ni con la tortura animal ni siquiera habríais identificado al matador en la viñeta. Y hay que ser muy retorcido para entender los razonamientos condenatorios de los ilustres togados. "Se hizo escarnio del demandante, en su día figura del toreo, mediante la propia composición fotográfica y unos textos que, integrados en el cartel, centraban la atención del espectador en la adicción del demandante a las bebidas alcohólicas, reviviendo así un episodio de su vida por el que ya había cumplido condena, y en definitiva atentando contra su dignidad".
Pues yo creo que esta sentencia, con su alusión explícita al presunto alcoholismo de Ortega Cano, es bastante más punible que el humoroso cartel (he borrado la cara del mataó, no me vayan a condenar a mí a cadena perpetua en el garrote vil o a ser alanceado en Las Ventas, que son muy capaces). Sin aportar pruebas, estos letrados con vocación de iletrados vienen a llamar borracho a Ortega Cano, dando por probada "la adicción del demandante a las bebidas alcohólicas". Adicto, le llaman al hombre, cuando ni siquiera fue condenado por conducir beodo, pues su prueba de alcoholemia (1,26 gramos de alcohol por litro de sangre, dio el campeón) fue anulada al haberse roto la cadena de custodia en el hospital donde ingresaron al torero tras el accidente.
Añadir que en el siniestro murió el conductor de otro vehículo, y que Ortega Cano, además de a dos años y medio de cárcel, fue condenado a indemnizar a la viuda y a los hijos del fallecido con 160.000 euros. Si uno echa cuentas, provocar la muerte de una persona cuesta solo el cuádruple que hacer un chiste en un cartel. Luego nos dicen que respetemos las decisiones judiciales, cuando las decisiones judiciales insisten en no respetar nuestra inteligencia.
La persecución del humor nos convierte en un país más triste y más sepia. Y sin duda más miedoso. Y el miedo siempre ha sido el mayor enemigo del progreso, como bien saben los próceres de cualquier religión.
El guionista de cómic Antonio Altarriba me decía el otro día que la historieta y el humor gráfico no eran tan perseguidos en el franquismo, que no daba demasiada importancia política a las irreverentes críticas al régimen cuando se sustentaban en "monigotes". Ahora sí se ha abierto la persecución del monigote, mi caro Antonio.
En cuanto a la intención lucrativa del cartel de Mongolia para promocionar un espectáculo, es más que discutible. O ni siquiera es discutible, por disparatada: nadie en su sano juicio puede colegir que el poco agraciado careto de Ortega Cano va a inspirar a ningún incauto mongol a comprar una entrada. Pero no estamos hablando precisamente de sanos juicios. Esto es España, colegas.
"Si a partir de ahora, a tenor de la sentencia del Tribunal Supremo, los medios satíricos tenemos que pedir permiso a las personas objeto de la sátira resulta evidente que cualquier proyecto satírico pasaría a ser absolutamente inviable en nuestro país, teniendo en cuenta que Ortega Cano es un personaje público con presencia constante en la prensa del corazón y con comportamientos que han generado con frecuencia un debate social legítimo (la tauromaquia, la necesidad de no mezclar el alcohol y la conducción de vehículos, el cumplimiento de las penas y la petición de perdón, etc.)", explican los mongoles condenados en un comunicado emitido ayer.
Supongo que el asunto tendrá respuesta, para escarnio de la imagen de nuestro país, en algún tribunal de derechos humanos de allá arriba. Pero seguramente su sentencia llegará cuando Mongolia ya no exista. Como sucedió con el periódico Egunkaria, cerrado en 2003 por el juez Juan del Olmo, a quien una iluminación le dijo que la publicación formaba parte del entramado de ETA. Egunkaria ya no existía cuando en 2006 el fiscal de la Audiencia Nacional Miguel Ángel Carballo pidió el archivo del caso al no hallar relación entre la banda terrorista y el diario.
Perdonad si no os he podido hacer reír con esta columna, pero es que el humor es algo que siempre ha de tomarse muy en serio. Descanse en paz.
Comentarios
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