Rosas y espinas

Instrucciones democráticas para matar a un periodista

Instrucciones democráticas para matar a un periodistaSi de alguna virtud indiscutible gozamos en la Vieja Europa y en la Great América es nuestra candorosa beatitud para creernos nuestra propia propaganda. Somo tan buenos publicistas que nos engañamos a nosotros mismos, nos vendemos peste bajo la marca Eau de Démocratie y vivimos y morimos tan orgullosamente, apestando sin pudor a otros humanos, animales y vegetales. No puedo pensar de manera menos rabiosa de nosotros mismos cuando escucho el nombre de Julian Assange, cuando veo el rostro desfigurado y enajenado de Julian Assange.

Instrucciones democráticas para matar a un periodistaComo aquí no se lleva lo de echar gotas de plutonio enriquecido en el café con leche, al periodista más importante del siglo XXI, con permiso de Eduardo Inda, lo hemos asesinado por métodos más lentos, crueles e inquisitoriales. La Inquisición, amiguetes, no ha muerto. Lo que pasa es que ahora, en lugar de torturar, escaldar y asesinar en nombre de dios, lo hace en nombre de la democracia.

A Julian Assange, como a Galileo, lo hemos asesinado por demostrarnos que la tierra gira alrededor del sol, que somos menos demócratas que fariseos, que matamos niños por diversión desde aviones con pantalla de nintendo, que nos espiamos y boicoteamos entre países presuntamente hermanos, que somos unas crudelísimas mentiras con patas y con una carta de derechos humanos que es como la carta a los magos zoroástricos de oriente: una patraña.

Todo esto ya lo sabíamos por películas, libros y algunos (pocos) periódicos. Pero observarlo al natural, renunciando al pacto de ficción que tanto tranquiliza, eso no pudimos soportarlo. Espejito, espejito, que decía la bruja de Blancanieves. Así que decidimos asesinar a Rosencrantz y Guildenstern, y hoy Julian Assange es solo un muerto que palpita. Matamos al mensajero como si así pudiéramos borrar el mensaje.

La hoy tan beatificada Angela Merkel es paradigma de este autoengaño sostenido y con cadáveres reales. Los papeles de wikileaks demostraron que ella había sido objeto de espionaje. Que EEUU se infiltró en sus reuniones confidenciales, en sus cumbres presidenciales y seguramente en su cama. Pero la canciller alemana, víctima, no ha levantado ni un re bemol en defensa de la libertad de aquel que le relató su verdad. Serán unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta. La frase de Franklin Delano Roosevelt nos cataloga muy hermosamente.

Los juicios falsarios contra Julian Assange han ido constatando la veracidad de sus descubrimientos periodísticos. Han reafirmado que consiguió toda la información respetando cualquier código deontológico. Incluso han desmontado fehacientemente aquellas denuncias de violación en las que nunca hubo violadas denunciantes, colmo de pirueta legal urdida por el vasallo gobierno sueco.

Incluso se puso en marcha la más costosa maquinaria hollywoodiense para mancillar la figura del periodista más perseguido del siglo XXI (con permiso, otra vez, de Eduardo Inda). La película El quinto poder es un relato falaz que nos representa a Assange como una especie de egomaníaco sin escrúpulos, infantiloide e incapaz de amar, antidemócrata y vacío. El día en que la vi, toda mi admiración por el actor Benedict Cumberbatch se evadió por el retrete. Ningún artista digno de tal nombre aceptaría jamás participar en esa basura, en la que las deformantes caracterizaciones se sobreponen a lo verdaderamente importante: el mensaje de ya inmarcesible relevancia histórica que Assange y sus colaboradores nos legaron. No me extraña que Dreamworks eligiera al director Bill Condon para está película, pues es una película diseñada como un condón fílmico que nos protege del peligro de embarazarnos con la verdad.

Me queda hablar de periodistas, del periodismo que no ha parado sus rotativas en honor del más valiente de nuestros compañeros. Todos los que nos dedicamos a esto sabemos que la libertad de expresión en nuestros paraísos democráticos tiene límites económicos, judiciales e incluso estéticos. O sea, que no es tal libertad. Pero, con Assange, nos están atemorizando e insultando. Ya sabemos hasta dónde podemos llegar en el afán de contar la verdad en Europa y EEUU. Y, que yo vea, seguimos sin hacer nada contundente. Aunque estemos mal pagados, en casa del periodista se está más calentito que en la celda inhumana en la que tenemos encerrado a Assange. Sí: también los periodistas lo tenemos encerrado. Viva la democracia, y viva la inquisición, que es la que nos paga nuestras facturas y miserias.

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