Por decirlo en plan película del Hollywood de los 40, vientos de guerra fascista recorren Europa y nosotros nos enamoramos (de Vox). Da este periódico uno de esos análisis demoscópicos inquietantes en los que augura que la extrema derecha podría alcanzar el 20% de votos en los próximos comicios andaluces. O sea, que el electorado premia el dolce far niente, salvo ruido, de los pupilos de Abascal.
Mucho se habla de las estrategias de comunicación del neofascismo, como si fueran genios de la politología y el periodismo, y a mí lo que me parece es que esta gente triunfa desde la vagancia laboral e intelectual y una puesta en escena arrogante y matonil. Yo no calificaría esto como sabia estrategia, pero sin embargo funciona.
Llevo años leyendo sesudos ensayos sobre los ascensos del neofascismo en Europa. Que si el descontento social, que si la desinformación, que si la desafección a la política y a los políticos... Simpáticas zarandajas. La ultraderecha siempre vuelve, en sus distintas formas históricas, por el afán ciclotímico del ser humano a convertirse en un salvaje. Como si no pudiera digerir su propio progreso, su evolución, y necesitara regresar al colmillo y a la ley de la selva. Al simple arte de matar.
Víktor Orban, el amigo de Abascal, acaba de arrasar una vez más en las elecciones húngaras, poniendo en un nuevo aprieto la cohesión europea y a sus burócratas, que se hartarán de dictar sanciones inútiles contra el sátrapa democráticamente electo. Pero cuando despertemos, el dinosaurio aun estará ahí. Y habrá crecido.
Vivimos en un tiempo en que la información y la cultura son tan accesibles que nos permitimos el lujo de despreciarlas. Todo está a un clic de wikipedia. ¿Para qué comprenderlo o valorarlo? En esta guerra de Ucrania, ya nos han dicho claramente quiénes son los malos y quiénes los buenos con simplicidad atávica. En Irak o Afganistán, por ejemplo, nosotros éramos los buenos, y a quien denunció que no era tan sencillo, un tal Julian Assange, lo encerramos en el castillo burocrático de nuestro If.
Por eso digo que no hay que buscar sesudas interpretaciones al auge de la ultraderecha. Si el bloque geográfico o ideológico que se considera mundo libre encarcela a un tipo como Assange, no podemos decir que nuestra ultraderecha esté en auge, porque ya nosotros éramos la ultraderecha. En un mundo normal y democrático, la libertad de Assange tendría que ser un clamor universal que inundara las calles y detuviera los trenes. Y aquí solo se oye un rumorcillo izquierdoso que ni siquiera se podría calificar como enfadado.
La ultraderecha no son esos señoritos engominados y empatillados que se dicen camioneros y conducen mercedes de alta gama. La ultraderecha eres tú, que diría Gustavo Adolfo Bécquer si hubiera nacido tan cabrón como yo.
Ahora uno de cada cinco andaluces va a votar al señorito del cortijo, que seguramente pueda gobernar con el mayoral pepero, y los politólogos de La Sexta llenarán las tertulias de porqués. En Francia puede suceder bien pronto algo parecido. Y, en Alemania, los neonazis de Alternativa ya empiezan a dar miedo demoscópico. Pero tranquilos, que en la civilizada Europa nunca pasa nada. Hasta que pasa.
Comentarios
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